Moira Weigel (Joni Sternbach)
"(...) En el libro, rechaza la noción de que los
roles de la mujer como ama de casa que se encarga de la familia y el
hombre que compite por el trabajo y el dinero en la esfera pública estén
programados en nosotros. ¿Cómo se desarrollaron, económica e
ideológicamente esos roles?
Me hace gracia, porque mi respuesta es… Por el
capitalismo. Si hubiéramos ido a una granja en 1600 y les hubiéramos
dicho a los que vivian ahi: 'Bueno, lo que él hace es trabajo, pero lo
que hace ella, matar a la gallina, cocinarla para cenar, tener a los
hijos, criarlos y luego acompañar al marido a trabajar en el campo, eso
no es trabajo', su respuesta sería: 'Menuda estupidez'. Todo forma parte
del mismo proceso, del mismo esfuerzo colectivo.
Pero al surgir el
trabajo asalariado y la industrialización, nacen toda una clase de
trabajos que tienen lugar fuera del hogar, reservados para hombres, y
con ellos la noción de que las mujeres no trabajan. Como cuenta Silvia
Federici, crece en paralelo todo un discurso filosófico que construye la
idea de que los hombres y las mujeres son completamente diferentes.
Hoy
en día, nos resulta muy difícil desnaturalizar esas presunciones, que
tienen siglos de vida. Es un producto de la organización del trabajo que
surge con el capitalismo industrial y pervive con la sociedad de
consumo del siglo XX, aunque empieza a agrietarse. Quizá ahora, con la
digitalización y la precarización del trabajo, las cosas cambien.
Sinceramente, no lo sé.
Otro aspecto de esa comercialización de la
vida, del que habla en el libro, es el desarrollo y socialización del
gusto. ¿En qué medida tiene relación la inclinación estética con el
desarrollo de las citas?
En los años 20, empiezan a surgir la moda barata y el
maquillaje y toda una serie de productos que ayudan a expresar el gusto.
Aparecen también las revistas de tirada nacional, lo que contribuye a
establecer paradigmas estéticos de buen o mal gusto. De la mano del
consumismo, surge una enorme masa de población que se observa y se atrae
en la esfera pública. Y surgen también todas estas industrias, que
ayudan precisamente a atraer y atraerse.
Hoy en día, sucede algo
parecido con los me gusta de las redes sociales y las aplicaciones de
citas, en las que el gusto sirve para estructurar un protocolo por el
que se busca gente con la que salir. Y todo esto tiene mucho que ver con
la clasificación de la gente por criterios de clase, y la
estratificación de clase de la sociedad.
Si alguien dice, me encanta Wallace Stevens, o David
Foster Wallace, esa persona probablemente estudió en una universidad
cara y elitista, de artes liberales. Hay un montón de estudios que
demuestran que la gente tiende a escoger de manera abrumadora a otra
gente de su clase social en as aplicaciones de citas como Tinder, a
menudo guiándose sólo por fotografías. Existe toda una semiología visual
sobre cómo señalar eso.
Si me aparece un chico musculoso y engominado,
con el pelo para arriba, sabré automáticamente que pertenece a una clase
social diferente a la mía. En Estados Unidos, la calidad de la
dentadura es otro barómetro que sirve para determinar la clase de cada
uno. De manera subconsciente, telegrafiamos y decodificamos todas esas
señales sobre el origen social. Antes, en el mundo anterior a las citas,
el rabino elegía a alguien de una familia como la tuya o un hombre
adecuado de tu misma clase para que viniera a cortejarte.
En ausencia de
esas estructuras articuladas explícitamente para emparejar a la gente
de acuerdo con su procedencia social, el gusto cobra un papel mucho más
importante. Pero es obvio que el gusto no solo refleja la clase, sino
también las aspiraciones de clase.
Escribe además acerca de la erortización de la
actividad comercial. ¿En qué consiste ese fenómeno, y qué efecto tuvo
en la vida amorosa de la gente?
Una vez que se le empieza a vender a la gente cosas
que realmente no necesita, se hace imperativo añadir cierto atractivo
erótico a esas cosas. Pero lo fascinante es cómo, poco a poco, la
cultura va erotizando el trabajo en sí mismo. A partir de los años 50,
las mujeres se reincorporan al mercado de trabajo. Tener una carrera se
vuelve sexy. La oficina se vuelve sexy. Una se pone toda suerte de
atuendos de trabajo, y empieza a flirtear.
En cierto modo, las realidades del dating, el
flirteo y las relaciones que se forman en la oficina contribuyen a la
idea de que todos debemos amar el trabajo, que es una idea muy
esclavizante y que, irónicamente, nos deja sin tiempo para disfrutar del
sexo o las relaciones de pareja. Hace poco, entrevisté a una ejecutiva
de Silicon Valley para un artículo.
Me contó que había contratado a un matchmaker
al que pagaba 100.000 dólares al año por encontrarle novio, porque,
según me dijo, no tenía tiempo para buscarlo ella. Me tuve que morder la
lengua para no preguntarle: 'Pero, ¿tienes tiempo para una relación de
pareja?' Amamos tanto el trabajo que no tenemos tiempo de hacer nada más
que trabajar.
Y también tenemos que pensar en todo como si fuera
trabajo. Me refiero a la manera en que la gente concibe las dietas, o el
ejercicio, o ciertos proyectos como si fueran productivos. No se nos
permite limitarnos a pasarlo bien. Todo tiene que quedar subsumido
dentro de alguna lógica productiva. (...)" (Entrevista a Moira Weigel, Álvaro guzmán Bastida, CTXT, 17/01/17)
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