24/10/17

Violación, racismo... y arquitectura



"La amenaza de agresión sexual: arquitectura invisible

Muchas feministas han denunciado cómo la violación opera también como una forma de control social sobre los movimientos de las mujeres. “Las violaciones fuera o lejos del hogar se perciben como una forma de castigo, como si la víctima mereciera ser violada por haberse alejado de sus padres, de su pareja o de su casa”.

 El relato mediático acostumbra a poner el acento en el miedo, y en la presión indirecta para que las mujeres limiten sus movimientos. De ahí también los consejos que acostumbramos a escuchar: “No salgas de noche.” “No vayas por lugares oscuros”. “No viajes sola”. O peor, “no viajéis solas”. Porque dos mujeres que viajan juntas viajan solas.

“Gran parte del libro habla de todo esto, del gran porcentaje de violaciones que ocurren dentro de la casa o cerca de ella, cuando la casa se supone que es el espacio de la mujer y dónde está segura. Existe el mito ese de ‘no salgas tarde’. 

La idea de que la violación es un acontecimiento aislado, que ocurre lejos de lugares familiares, disociado de los aspectos cotidianos del día a día; es una ilusión. El 75% de los violadores son hombres que viven en casa de la víctima, o parientes con los que mantiene algún tipo de contacto social.”

El miedo puede obligar a encerrarse, pero también a lo contrario, a marcharse de un lugar. “Hay bastantes textos escritos sobre esto. En Colombia, por ejemplo, mandan a los soldados a violar para desplazar a las mujeres de sus comunidades. Es una forma de amedrentamiento”, explica Leo. En su caso, el terror a que el violado volviese y la matase hizo que se marchara. Antes de irse, él le dijo que si denunciaba la mataría. Y ella denunció.

Probar la violación

Como se explica en el libro, en EE.UU uno de cada de cada 10 hombres está en la cárcel o lo estará en un futuro, mientras en el caso de los negros, la cifra asciende hasta el 25%. Jana consiguió la condena de su violador aunque le costó que la policía se empeñara en localizarlo.

“De no haber sido blanca, no me hubiesen creído; de hecho, la otra persona que fue violada por el mismo hombre unos días después, y que presentó cargos, era mexicana y no la creyeron. Los cargos se desestimaron”, dice.

“Yo había ido a Princeton y tenía 33 años. Él era un negro de 19 años sin hogar. Como me decía la fiscal: ‘es que nadie se va a creer que tú, motu propio, te relaciones con ese hombre sin más’. Es decir, que si hay una relación entre una blanca con educación y un negro sin educación tiene que ser violación por narices. Yo pensé, ‘¡qué fuerte!’ porque si yo hubiera conocido a ese chico en un bar podría haber ligado con él”, cuenta.

“En cambio”, añade, “no puedo excitarme si no he elegido al tío ni la situación, si no hay consentimiento. Eso es lo que tienen que entender los hombres. No se trata de dónde lo conozcas, ni siquiera de cómo ha entrado en tu casa. Se trata de si has dicho sí o no. Y a veces, claro, es difícil de probar.

 Ahora me parece fundamental que en las relaciones alguien te pregunte ‘¿te quieres ir a la cama ahora?’ nn vez de tirarse encima de ti. Yo pregunto siempre. A mí no me gusta que se me echen encima como un acto de posesión. Me parece que debería ser un gesto para todos, en las mujeres y los hombres, que podría cambiar muchísimas cosas.” 

Escribir para conjurar el miedo 

Violación en Nueva York es una historia en primera persona, es una investigación, una pieza artística, un archivo, una manera también de darle salida al trauma. Si una se pone a recopilar datos, a pensar de qué manera está relacionado  lo que le ha sucedido con la violencia inmobiliaria, con el racismo, con la transformación de la ciudad global se consigue dar sentido al trauma en un relato más amplio. 

De alguna manera, fue una forma de terapia. Sin embargo, el relato en primera persona, reivindicación básica del feminismo, sitúa a quien lo hace en otro lugar peligroso: el de la transgresora. La violación es una cosa fea, que no hay que asociar nunca públicamente a tu propio nombre. 

“La transcripción literal de las dos horas de mi violación ha tenido consecuencias graves para mi carrera. En realidad el contar las cosas con detalle. No la teoría. No la perspectiva académica con distancia, sino la narración desde la perspectiva de un ser humano. Como por ejemplo, que no me contraten de profesora en una universidad porque he sido violada. 

Me lo han dicho así, no públicamente claro: ‘A ver cómo le explicamos a los padres, cuando miren el listado de profesores y busquen tu nombre en Google y aparezca la palabra violación;  y encima lo publicas’. Parece que lo que hay implícito es que me he salido de mi papel, porque en el momento que lo haces público eres una amenaza”, relata.

Traducirlo al español ha sido un proceso duro: el de revivir la violación quince años después. Pero Jana dice que no ha tenido ganas de maquillar la parte más cruda del relato. Piensa así, escribe así “desde los 13 años”.

“A mucha gente le parece que doy demasiados detalles, pero por otro lado tampoco me importa. Lo escribí para concienciar a los hombres, pero no quería purificarlo o quitarle la parte sexual. Sólo contarlo como fue. Incluso me da igual si alguien se pone leyéndolo. Incluso alguna vez me han preguntado si me excitan las escenas de violación.

 Y quizás en mi imaginación podría ser, pero eso no quiere decir que no tenga clara la diferencia entre la fantasía y la realidad. Claro que si yo tuviese ese precedente de decir públicamente que la violación en la imaginación puede excitarme antes del juicio, hubiese tenido muy difícil que me creyeran. 

Como esto es una guerra de interpretaciones, estamos muy jodidas”, concluye."            (Nuria Alabao, CTXT, 12/10/17)

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