"Lejos de seguir los cantos de sirena sobre la innovación, la
meritocracia o la eficiencia de los propagandistas de Silicon Valley,
Belén Gopegui (Madrid, 1963) despliega en Quédate este día y esta noche conmigo (Literatura
Random House) un lúcido relato repleto de herramientas para pensar en
cómo desafiar la realidad en lugar de sujetarla.
“La razón --o habría
que decir los propietarios de la razón-- esperaban sobre su montura, tan
cobardes como los generales”, escribe sobre ese progreso que se dice
ilustrado pero cuyo devenir se encuentra en manos de un par de titanes
tecnológicos. CTXT conversa, mediante correo electrónico, con la
escritora.
En primer lugar me gustaría conocer qué considera usted que
va mal en la era actual para problematizar y deconstruir de forma tan
explícita a Google en una novela. Usted dijo en su presentación que “es
un desafío para los que escribimos”.
Google es lo más parecido a una voz narradora omnisciente, sólo que
no es una voz sino una empresa, y que no actúa en la ficción sino en
aquello que llamamos realidad. Esa pretensión de omnisciencia, su
voluntad declarada no sólo de conocer sino también de organizar –esto
es, narrar– toda la información que hay en el mundo, además de tener,
cuando menos, resabios totalitarios, desde el punto de vista de la
escritura es una provocación por varios motivos. Hablemos de dos:
cualquier narrador omnisciente debe, a mi entender, legitimarse.
Hace
mucho tiempo escribí que cada vez que se fabrica un narrador, se está
fabricando un instrumento de conocimiento. Y en tal caso es
imprescindible que la o el novelista responda a estas dos preguntas:
¿para qué lo fabrica, es decir, qué intenta conocer a través de la
imaginación?, y también ¿quién le ha pedido que lo fabrique, esto es,
para quién va a conocer?
Si estas preguntas me parecen pertinentes en el
ámbito de la ficción, aún lo son más en el ámbito de lo real, del cual
la ficción forma parte de un modo particular. Con respecto a su
pregunta, algo va mal si a nadie importa con qué derecho una gran
corporación se encarama por encima de la ciudad, logra que su mirada
atraviese los tejados, las pantallas, observe y almacene las conductas y
después extraiga conclusiones.
Al hablar de desafío pensaba en que una
narración no es información que se desprende de la vida incesante de los
usuarios: se parece más a un modelo matemático, en la medida en que los
modelos son también relatos acerca del comportamiento de un trozo de
mundo en un espacio de tiempo. De algún modo los personajes toman la
iniciativa, oponen su modelo al modelo de Google, rechazan, en la medida
de sus posibilidades, que las líneas del código que rigen sus vidas les
vengan impuestas.
Esta compañía, junto con Facebook, ya monopoliza los ingresos
en publicidad de los medios. ¿Cree que llegará el día en que haga lo
propio con los datos de la opinión pública, que en pocos años podrá
analizar con sus sistemas de inteligencia artificial, para alcanzar la
eficiencia absoluta y ofrecer una personalización total en el ámbito del
periodismo o de la literatura?
Es algo que ya está sucediendo. Quizá la eficiencia nunca sea
absoluta. Aun cuando gran parte de las acciones humanas resultan
predecibles, no es probable que existan los medios para predecirlas
todas. Pero este mismo hecho de que no sea absoluta actuará, está
actuando ya, como forma de legitimación: siempre habrá, se dice, una o
varias personas que elegirán salir de la burbuja, por lo tanto esa
burbuja no es una cárcel, sino un lugar donde el resto de las personas
quieren permanecer.
El que haya fugas no significa que no haya rejas ni
carceleros, y sin embargo el argumento parece funcionar, pues halaga el
sentimiento, por otra parte legítimo, que tiene cada ser humano de ser
único y, de algún modo, irreductible.
El problema es que las grandes
plataformas no son espacios vacíos por donde circula la información,
sino que tienen dueños y reglas. Más que lo que dejan fuera, resulta
inquietante lo que ni siquiera llega a existir por haber ocupado ellas
los lugares donde eso que no existe podría crecer. Suele subrayarse que
el modo en que están siendo diseñados los espacios de interacción
virtual por las empresas comerciales recuerda más a los centros
comerciales que a las plazas públicas. El problema, creo, se agudiza
cuando el centro comercial se edifica en la plaza y hace que ésta
desaparezca.
Siempre habrá, se dice también por lo que respecta a la
literatura, un rincón del alma inaccesible, esa extrañeza de las cosas y
de la vida que sólo a través del arte podríamos conocer. Más allá de
que se crea o no en tales rincones, de nuevo surge la cuestión de la
fuerza, allí donde crece el artificio es difícil que se abra paso algo
distinto, ya le llamemos arte o simple conciencia de que la realidad es
bella y amenazante al mismo tiempo.
Sin especular sobre el futuro -- precisamente una de las características de su obra--, a diferencia de novelas como Cero K, de Don DeLillo, o ensayos como Homo Deus,
de Yuval Noah Harari, usted no presenta una distopía que esté al
llegar, sino que ofrece una radiografía en forma de ficción del
presente. ¿Por qué eligió esta forma de narrar?
Chesterton, en Lo que está mal en el mundo, cita un refrán:
“Según hayas hecho tu cama, así tendrás que acostarte en ella”, y luego
dice que le parece sencillamente una mentira porque “si he hecho mal mi
cama, puedo volver a hacerla”.
Me gustan las distopías pero no me acaba
de convencer cierto fatalismo que desprenden. Por otro lado, cuando se
trata de diseñar una distopía todo está abierto. Mi manera de pensar
funciona mejor con límites y resistencias, por ejemplo los que opone el
presente. Además, lo que cuento ya está pasando; lo que Harari avanza,
la mayor parte de las veces no es más que un desarrollo de lo que ya
existe.
Me pareció preocupante sobremanera, por ejemplo, la noticia que
usted mencionaba en su cuenta de Twitter
del partenariado entre Google y la Universidad del País Vasco para
ayudar a encontrar trabajo o a emprender. Y, más aún, el hecho de que la
inmensa mayoría de las universidades públicas españolas, no sé si
todas, gestionen sus correos a través de Google; que lo que se investiga
y se discute en esos centros académicos esté en los servidores de una
empresa privada de otro país.
En el caso de Cero K, si
trasladamos alguno de sus temas al presente, veremos pronto, y estamos
viendo, cómo la lucha por una longevidad con buena calidad de vida
física y mental es parte ya de la lucha de clases, son los privilegiados
quienes disfrutarán, disfrutan ahora en centros privados, del resultado
de investigaciones médicas, y su longevidad no sólo obedece a la
ciencia sino también al trabajo de millones de personas que no accederán
a ella. A qué se dé prioridad en la investigación futura es un problema
de correlación de fuerzas en el presente.
Usted escribe que “ahora mismo se están gestando nuevas forma
de encuadrar fragmentos de realidad, generarlos, enlazarlos y
ofrecerlos a cambio de algo”. ¿Poseer de forma exclusiva la capacidad de
lucrarse de ese algo es el gran poder que tiene Google?
Subrayo su expresión: “poseer en exclusiva la capacidad de lucrarse”.
En efecto, a menudo se olvida esta parte, “en exclusiva”, y parece que
de lo que se trata es de escoger entre una plataforma u otra o entre un
servidor u otro.
Pero la acumulación de capital supone al mismo tiempo,
como diría David Harvey, la desposesión de otras personas y a veces de
otros Estados. La mayor parte de las empresas de Silicon Valley tienden
al monopolio, forma parte explícita de su proyecto: puede haber un
Google y un Facebook, pero es difícil que subsistan, salvo en entornos
de resistencia de nuevo minoritarios, pequeños googles y pequeños
facebooks con tareas semejantes y reglas diferentes.
El capital, tal
como los recursos naturales, es limitado, pues depende de la energía y
del trabajo de las personas. Las autopistas analógicas eliminan caminos,
cosa que también sucede con las autopistas digitales. Acudiré de nuevo a
Chesterton: “Persigues al hombre o a la mujer que roba un ganso del
terreno comunal, pero dejas libre al canalla que le roba el terreno
comunal al ganso”. El espacio virtual no por ser nuevo deja de ser un
terreno comunal que nos está siendo robado.
¿No cree que este sistema se parece cada vez más a las relaciones feudales previas a la llegada del sistema capitalista?
Lo es en la medida en que la ficticiamente llamada economía
colaborativa aprovecha tanto las lagunas como la indolencia de los
Estados a la hora de permitir la desregulación del empleo, el
adelgazamiento de los impuestos con el consiguiente deterioro de los
sistemas de seguridad social, la reducción de los salarios individuales,
la destrucción de los salarios sociales, etcétera. Aún así, creo que no
hay un regreso al feudalismo, pues estas empresas están inmersas en un
proceso de acumulación desmesurada de capital, sin el cual no podrían
existir.
Y como bien cuenta Anita Elberse, la supuesta mayor
conectividad entre sujetos y la reducción de los intermediarios no
redunda tampoco en una mayor diversidad sino que la llamada cola larga
del mercado se hace más larga, sí, pero también más fina, y lo que
aumenta exponencialmente es el tamaño de la cabeza.
¿Considera que, de alguna forma, el nuevo cambio de piel del
sistema capitalista, que como refleja el poder de esta y otras pocas
plataformas ya es digital, plantea la bifurcación moderna entre
capitalismo y democracia?
Diría que se avanza en esta bifurcación; la democracia parlamentaria
tal como la hemos conocido ha podido ejercer, en ocasiones, de freno o
de contrapeso a las exigencias del capital, pero muy débilmente. En esta
fase de desarrollo, ¿cómo frenarlo con unos mecanismos que además de
débiles resultan cada vez más inoperantes?
También dice que “las puertas no las ha hecho el
capitalismo”, y Olga y Mateo, los protagonistas de su novela, se
proponen disentir de esas “puertas”. ¿Qué capacidad para disentir
tenemos en la vida real?
La capacidad que tengamos para concebir y realizar prácticas que no
se cultiven; por ejemplo, la igualdad. Unida a lo que Richard Rorty
llamaba hacer “comparaciones denigrantes entre el presente actual y un
futuro posible, si acaso incipiente”.
Es una capacidad menor, pues los
códigos impuestos no son sólo simbólicos, están enraizados en el tiempo
disponible que nos queda, en las calles que cruzamos y los cuerpos con
que queremos resistir. Sin embargo, en la propia lucha para lograr
aquello que hace la vida digna de ser vivida surgen estrategias de
aproximación y conocimientos que ni siquiera habíamos imaginado.
“No podemos describir cómo funciona nuestra conciencia”. Google,
se dice, trata de hacerlo. ¿Está la humanidad capacitada para que el
progreso técnico conquiste parcelas cada vez mayores de conocimiento
sobre su esencia sin renunciar a ella de alguna forma?
No veo por qué el conocimiento, la capacidad de explicar, incluso de
aprender a hacer cosas complejas mediante soluciones simples ha de
conllevar una renuncia a lo que se experimenta o se vive. Cada
subjetividad se construye en el tiempo y en el espacio y por eso es
única, al margen de que pueda o no ser descrita. Decir de algo que no
puede ser explicado, todavía, no lo hace mejor, sólo habla de nuestra
capacidad de comprensión. Por otro lado, más allá de los procedimientos
está la cuestión del sentido.
De entre todo lo que hay que conocer,
quizá la propia conciencia no sea lo más interesante. Iris Murdoch
decía: “El ‘autoconocimiento’, en el sentido de un entendimiento
minucioso de la maquinaria de uno mismo, me parece que normalmente es,
salvo a un nivel bastante simple, una ilusión. El análisis puede por
supuesto inducir un sentido de dicho autoconocimiento por razones
terapéuticas, pero la “cura” no prueba el supuesto conocimiento genuino.
El yo es tan difícil de ver justamente como las otras cosas, y cuando
se ha alcanzado la visión clara, el yo es en consecuencia un objeto más
pequeño y menos interesante”. Antes de describir cómo funciona nuestra
conciencia tal vez Google debería de ser capaz de ver y comprender
relaciones.
La pobreza, el ser en la era digital y la muerte constituyen
la tríada temática en una de sus últimas páginas, cuando describe la
enfermedad del padre de Mateo, así como en buena parte del texto. ¿Cree
que es esto lo que explicaría esencialmente algunos de los males que
azotan a las sociedades modernas?
Esencialmente es mucho decir, dado además que una novela no es una
explicación, leerla no consiste sólo en asignar un significado a cada
una de sus palabras de manera, vale decir, lineal, sino que es preciso
combinar espacios, personajes, diálogos, hechos, sintaxis y componer con
ellos un territorio que no sólo cuenta sino que, al mismo tiempo, es.
Por eso cualquier intento de condensar una novela u otra narración en
dos frases resulta insuficiente, no porque se pierda la forma, como a
veces se dice, sino porque se pierde la novela. En todo caso, mi novela
tiene presente que somos cuerpos finitos y mortales y que valdría la
pena establecer otras relaciones sociales que permitieran el despliegue
de las facultades de todos los seres humanos." (Entrevista a Belén Gopegui, Ekaitz Cancela, CTXT, 21/10/17)
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