"No cabe duda que Internet es un invento extraordinario
y –para quienes tenemos acceso regular– ya es difícil imaginar la vida
sin todo lo que ofrece. Tal vez es justamente por ello que prestamos
poca atención a cómo se la maneja; y apenas nos damos cuenta de los
cambios que se están produciendo en las estructuras del poder, a medida
que internet y las tecnologías digitales se van imbricando en cada vez
más esferas de la vida.
En los últimos años, sin embargo, ha crecido la
preocupación frente a las evidencias de un lado más oscuro de Internet.
Saltó a la vista cuando Edward Snowden alertó sobre la vigilancia sin
límites de las agencias de seguridad a las comunicaciones en Internet y
la pérdida de privacidad.
A ello se añaden temas como las “noticias
falsas”, los mensajes de odio, las estafas masivas en línea, entre
otros. Pero a nuestro criterio, estos fenómenos, preocupantes por
cierto, apuntan justamente a un problema más de fondo, que es el modelo
de desarrollo que predomina en Internet, con tendencia a la
concentración monopólica.
Y es que internet hoy es mucho más que un mecanismo
para intercomunicarnos y un espacio para buscar información. Un número
creciente de objetos y sistemas están conectados a ella y, a través de
las plataformas que brindan las grandes empresas digitales, se generan y
recolectan enormes cantidades de datos, que son el principal insumo de
la nueva economía digital.
Con ello, Internet se está convirtiendo en una especie
de sistema nervioso central de la economía, como también del
conocimiento, la información, la política y la vida social y cultural.
Consecuentemente, quienes controlan este sistema, su infraestructura,
sus plataformas y los datos que allí circulan, tendrán cada vez más
poder sobre diversos aspectos de la economía e incluso la vida
sociopolítica de nuestros países. Y siendo un sistema concentrado, se
presta a una centralización del poder.
Un proyecto concentrador
Desde sus inicios, internet fue vista como la cara
amigable de la globalización, por su gran atractivo y utilidad, y por
las infinitas posibilidades que presenta para democratizar la
información, la comunicación y las tecnologías e interconectar personas y
organizaciones, sin límites geográficos. Este carácter, y su tecnología
programable, motivaron a desarrollar un sinfín de iniciativas
ciudadanas y de pequeños emprendimientos.
Comenzó a florecer la internet
ciudadana, con predominio de un modelo descentralizado, de compartir
conocimiento y fomentar los comunes. Pero a medida que el acceso a
internet se masificó y la inversión privada se multiplicó, su desarrollo
se fue concentrando cada vez más en manos de un puñado de
grandes corporaciones que, con sus modelos de rentabilidad, han ido
acaparando el control de la red de redes, absorbiendo o eliminando a la
competencia, al punto de convertirse incluso en los principales
monopolios transnacionales de la era actual (ver tabla ranking).
Debido a
que estas empresas controlan las plataformas que conectan los
diferentes actores, adquieren una posición estratégica que se consolida
gracias al “efecto red”: o sea, que los usuarios tienden a acudir a las
plataformas donde están sus amigos, clientes o contrapartes (Facebook), o
que ofrecen una mayor gama de servicios (Google, Amazon). Asistimos,
pues, a una pugna entre este proyecto monopólico, donde la ciudadanía es
relegada a un rol de consumo y de generación de datos, y el proyecto
ciudadano de internet, por ahora cada vez más marginado.
Más aún, no solo que estas empresas se han aprovechado
de la ausencia de mecanismos adecuados de regulación y supervisión
públicas del ámbito digital para expandir su presencia en todo el
planeta, sino que se empeñan en hegemonizar los espacios de gobernanza
de internet y en incidir en los acuerdos comerciales (TLCs, Organización
Mundial del Comercio) para imponer reglas que eliminen cualquier
obstáculo a su dominio mundial.
La era de la inteligencia artificial
Lo que hemos visto hasta ahora, sin embargo, es apenas
un inicio. Estamos entrando en una etapa nueva con el desarrollo de la
inteligencia artificial (IA).
Vale recordar que la IA significa la capacidad
informática de absorber un gran volumen de datos para analizar y
procesarlos –mediante algoritmos, que son programas complejos– con el
fin de adoptar decisiones o acciones automatizadas, en función de una
meta específica. Y ello se hace con una rapidez y en volúmenes que
superan ampliamente la capacidad humana.
La IA implica que las máquinas
tienen la capacidad de aprender y, por lo tanto, de tomar ciertas
decisiones autónomamente.
La IA se utiliza, por ejemplo, para los vehículos
autodirigidos; para diagnosticar enfermedades (con resultados a veces
más exactos que los que consiguen los médicos); o para ofrecer a los
usuarios de Internet los contenidos más susceptibles de interesarles.
La IA puede ser sumamente beneficiosa, como también
puede servir a intereses contrarios al también puede servir a intereses
contrarios al bien público. Todo depende de quien la desarrolla y la
maneja, en función de qué fines. ¿Qué pasa si Facebook o Amazon vende
nuestro perfil a empresas aseguradoras, que ajusten sus precios según lo
que sus algoritmos estiman será nuestra probabilidad de enfermedades o
accidentes? ¿Es ético que Google tenga acuerdos con farmacéuticas para
que promocionen sus medicamentos explotando las vulnerabilidades que
revelamos en línea? Y ¿qué decir de los robots asesinos y armas
autónomas; o de los programas que buscan manipular las preferencias del
electorado?
Como toda tecnología, la forma cómo se desarrolla y se
utiliza la IA responde a intereses concretos en determinados sistemas
sociales: o sea, es un asunto fundamentalmente político. Actualmente, su
impulso y las inversiones para ello vienen principalmente de grandes
empresas transnacionales, sobre todo estadounidenses, pero ahora también
chinas y, en menor medida, de algunos otros países.
Estudios recientes indican que, con mayor acumulación
de datos, mejor aprendizaje y más efectivos son los resultados de la IA.
Esto significaría que las empresas con mayor número de usuarios y más
datos tendrían ventaja sobre empresas más pequeñas, y mayores ganancias,
acentuando aún más el fenómeno de la concentración.
Si bien hace mucho que la ciencia ficción explora este
tema, recientemente las dimensiones prácticas, éticas y legales de la
inteligencia artificial están entrando en debate público,
particularmente en Europa y EEUU. Allí se discute cuestiones como el
impacto en el empleo y los derechos laborales de la robotización y la
llamada “economía colaborativa”; la transparencia de las decisiones a
base de algoritmos; la responsabilidad por los errores que comete un
programa o una máquina, o cuestiones de vulnerabilidad y seguridad,
entre muchos otros aspectos. Entre ello se mezclan mitos, exageraciones y
mensajes alarmistas, pero sin duda hay mucho de qué preocuparse.
En un análisis publicado este año, Prabir Purkayastha,
quien trabaja hace muchos años en asuntos relacionados con la IA en
India, plantea que el problema central de la IA es que estamos
permitiendo que los algoritmos suplanten lo que antes eran decisiones
humanas (de gobiernos, empresas, individuos): decisiones que pueden
tener un impacto crítico en aspectos clave de la vida de la sociedad.
Tendencialmente, los prejuicios y la subjetividad de una sociedad dada
se codifican en algoritmos que toman estas decisiones sin transparencia y
muchas veces sin posibilidad de apelar (sobre un crédito, un empleo,
incluso una sentencia judicial).
Pero el problema de fondo, según el analista, va más
allá de esta subjetividad, ya que reside en los mismos datos y los
modelos “predictivos” que se construyen con ellos, modelos que analizan
el pasado para predecir el futuro.
“Tales datos y modelos reflejan
simplemente la realidad objetiva del alto grado de desigualdad que
existe en una sociedad, y lo replican en sus predicciones del futuro”.
El peligro, entonces, es que aun cuando la raza, la casta o el credo no
estén registrados explícitamente en los datos, existe una cantidad de
otros datos (nivel económico, lugar de residencia, empleos anteriores)
que actúan como sustituto de estas ‘variables’. Por lo tanto –dice– es
indispensable crear regulaciones y entidades de control que normen el
uso de la IA.
Para los países de América Latina, que no cuentan con
capacidad tecnológica en este ámbito, existe un peligro adicional: puede
significar nuevas formas de dependencia.
Por todo ello, es urgente abrir un amplio debate sobre
estos temas. El futuro de internet ya no puede ser considerado como un
tema solo para especialistas, ingenieros o empresas digitales. Es un
tema de toda la sociedad y será sin duda uno de los grandes temas
definitorios de este siglo.
Diálogos por una internet ciudadana
Más allá de que los usuarios y todos los contenidos e
interacciones que depositamos en la red somos lo que le da mayor valor a
ésta, no debemos olvidar que Internet surgió como una iniciativa
ciudadana que fue desarrollada de manera descentralizada y desde abajo
por una multiplicidad de actores.
De este proceso surgen, además, una
serie de movimientos que abogan por una democratización del conocimiento
y la tecnología, como los movimientos de software libre y conocimiento
abierto, que juegan un rol esencial en el desarrollo de la red y las
tecnologías digitales. Las grandes corporaciones digitales se consolidan
en poco más de la última década (Facebook aparece en 2004 y Youtube en
2005), capitalizando sobre todo el acumulado que la red y sus usuarios
ya habíamos alcanzado.
Es así que, a pesar de las condiciones adversas de
hoy, la internet ciudadana no se ha dado por vencida. Está viva y se
expresa en miles de iniciativas de conocimiento abierto, de cultura
libre, de trabajo colaborativo, de tecnologías no propietarias, de
medios alternativos y comunitarios, de iniciativas de desarrollo
comunitario, de pequeños emprendimientos y redes solidarias; aunque
tendencialmente éstas siguen dispersas.
Ante ello, y frente a los retos que significa la
internet monopolizada, surgió la propuesta de organizar un Foro Social
de Internet (FSI), mundial, bajo el paraguas del Foro Social Mundial,
cuyo lema “otro mundo es posible” nos sugiere que también “otra Internet
es posible”. El FSI se concibe como un proceso en marcha, con la
probabilidad de realizar un primer evento mundial en India en 2018.
Como parte de este proceso, surgió la propuesta de
organizar una iniciativa regional de sensibilización e intercambio sobre
estas problemáticas, que desembocó en el Encuentro “Diálogos por una
Internet Ciudadana: NuestrAmérica rumbo al Foro Social de Internet”,
(Quito, 27-29 de septiembre 2017).
El encuentro fue escenario de un debate fértil que
desembocó en una amplia gama de propuestas, tanto de iniciativas
ciudadanas como de cara a las políticas públicas nacionales y
regionales, con miras a elaborar una agenda regional y propuestas hacia
el FSI mundial.
Como temas eje se destacaron: los datos, como fuente
de valor y como objeto de violación de la privacidad, y la necesidad de
legislación para su protección, tanto individual como colectiva; y los
derechos humanos, que requieren de una protección específica en el
ámbito digital, y que deben primar sobre los intereses comerciales.
En la agenda de acción se destacó: una campaña
regional de sensibilización sobre estos temas; acciones de cara a los
gobiernos y legislaturas; y el rechazo a la negociación del comercio
electrónico en la Organización Mundial del Comercio.
Los artículos de esta edición –varios de ellos de
personas que participaron como ponentes en el Encuentro– se ofrecen como
un aporte para este debate, desde diversas facetas de la problemática.
También recogen algunas experiencias valiosas de la construcción de la
internet ciudadana."
(Texto introductorio del nº 528-529 de la revista de ALAINET, Internet ciudadana o monopolio
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