"Consumir es también
un acto político. El gesto más cotidiano contribuye a alimentar el
sistema, corregirlo o destruirlo. Cada vez más ciudadanos son
conscientes de que el poder para cambiar el mundo se esconde también en
su bolsillo: cada uno decide qué quiere financiar, aunque a veces las
alternativas sean escasas o inexistentes. Comprar es un acto más de
presión.
Usar
el consumo (por acción u omisión) como medida de presión no es una
estrategia nueva. Hay muchas formas de canalizarlo, desde las compras colectivas
hasta plantearlo en negativo, dejando de adquirir productos de una
determinada compañía.
Se ha utilizado a varias escalas, con mayor o
menor éxito. El boicot económico se sumó, como una más, a las medidas
que hicieron caer el apartheid en Sudáfrica, una herramienta
que ahora se usa contra los productos israelíes y que acabó en los
tribunales cuando algunos ayuntamientos españoles decidieron sumarse a la campaña de Desinversión y Sanciones contra Israel (BDS).
Muchas veces asociarse por intereses comunes también genera victorias, como los recursos contra las cláusulas suelo
por los que muchos clientes han conseguido recuperar el dinero de sus
bancos. Pocas veces, la indignación del consumidor logra acabar
directamente con un producto.
En 2012, Telecinco tuvo que cancelar el programa de La Noria
después de que sus anunciantes retiraran la publicidad. En las redes
sociales hubo una lluvia de críticas por una entrevista a la madre de El Cuco, uno de los acusados en el caso Marta del Castillo.
“La movilización de los ciudadanos sí puede provocar cambios políticos”, resalta convencido Rubén Sánchez, portavoz de la asociación FACUA,
que vela por los derechos de los consumidores y los organiza para
combatir los abusos. Sin embargo, insiste en no descargar toda la culpa
en el consumidor y, sobre todo, no responsabilizarle de las tareas que deberían cumplir los poderes públicos:
“Puede haber acciones de movilización de consumidores para dejar de
comprar un determinado producto o de contratar un servicio a una empresa
que ha cometido un abuso, pero los efectos son muy parciales”.
Los
cambios estructurales, como acabar con los oligopolios en un
determinado sector, son más lentos.”Haciendo un paralelismo con los
movimientos obreros, los consumidores no tenemos nada que nos organice, somos una fuerza fragmentada”, explica Carmen Valor, profesora de la Universidad Pontificia de Comillas y miembro de Economistas sin fronteras.
Además
de las compras colectivas, los boicots y las protestas, hay estrategias
para que las organizaciones logren avances en las empresas. Por
ejemplo, las intervenciones en las juntas de accionistas, como
la que Oxfam Intermón logró en Repsol gracias a una cesión de acciones
de particulares: “Solo el hecho de acudir a las juntas y plantear
preguntas generó cambios”; explica Valor, que recuerda que este poder de
los accionistas no existe en la legislación española.
Nazaret
Castro y Laura Villadiego se toparon con la huella de las
multinacionales en Brasil y Camboya, respectivamente, mientras
trabajaban en estos países. El producto más cotidiano y barato en los
comercios del primer mundo era fruto de la explotación en la parte sur
del planeta. Por ello, crearon la web Carro de Combate, donde exploran el origen, producción y alternativas
de algunos artículos como el azúcar o el aceite de palma: “También hay
gente interesada en este tipo de productos, pero no sabe dónde ir.
Ocurre lo mismo con el consumo local.
Algunas personas no tienen tiempo y
al final van al supermercado”, explica Aurora Moreno, del equipo de
este espacio. Esta periodista es optimista en esta cuestión y cree que
hay una “concienciación sobre la necesidad de cambiar el sistema de
producción en todos los ámbitos”.
Las trampas del neoliberalismo
Si
la información es clave, la economista Carmen Valor insiste también en
la formación: “Cuando se estudia educación para la ciudadanía y los
cauces para su participación siempre se pone el foco en las vías
tradicionales de la política”.
La experta apuesta por la “moralización de los mercados”, compuestos por ciudadanos que compren, no solo por el afán de adquirir, sino también por asociarse con los valores de una marca.
“Existe la creencia de que la inmoralidad del mercado va a llevar a
consecuencias que repercuten en el bien común, pero está muy demostrado
que no es así”.
El neoliberalismo también crea disonancias cognitivas.
Hay personas que están concienciadas con el medioambiente, pero la
falta de alternativas hace que caigan en incoherencias y se cree un
malestar interno. “Es una explotación del cinismo. O eres eternamente
puro o no sirve para nada”, explica sobre la desafección que provoca en
algunas personas. Avisa del peligro de la atomización de los
consumidores y de la “creencia de que yo solo no hago nada”, una idea
que hay que cambiar.
“Vivimos
en una dinámica muy consumista. Nuestra identidad es lo que consumimos y
lo que entra dentro de nuestra capacidad de comprar”, explica Sergio Andrés Cabello,
profesor de Sociología de la Universidad de La Rioja, sobre cómo el
neoliberalismo ha logrado penetrar en todos los resquicios e imponer las
necesidades que ha creado. Rubén Sánchez recalca también cómo ese
discurso se ha trasladado a todos los ámbitos de la vida: “Somos consumidores por encima de ciudadanos. Los políticos hacen discursos para que compremos su producto”.
Además,
el capitalismo se reinventa constantemente y se disfraza de lo que el
consumidor quiere. De esa preocupación por el medio ambiente nacen
iniciativas positivas, pero también se dan pasos como el greenwashing,
es decir, intentar que el consumidor perciba que una marca es
respetuosa con el medioambiente, a través de trucos como el nombre o de
asociar el color verde a su imagen. También surgen plataformas digitales
que se arropan bajo la denominación de “economía colaborativa” y que no lo son, pero se arrogan ese capital moral.
Los
expertos consultados son optimistas y proyectan un futuro con
ciudadanos más conscientes y responsables. Organizaciones y usuarios van
poco a poco desequilibrando la balanza de esta lucha entre David y Goliat." (Sara Montero, Cuarto Poder, 21/02/18)
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