1/2/18

¿Qué es un “país de mierda” y por qué está tan obsesionado Trump con Haití?

"El jueves 11 de enero, víspera del octavo aniversario del terremoto en Haití que mató al menos a 230.000 personas, el presidente Trump llamó a Haití - junto con una indiferenciada “África” - “país de mierda”.

 Como la profesora de literatura haitiana Regine Jean-Charles ha escrito, no le han sorprendido los comentarios, que son “evidencia de un tipo de racismo que siempre ha estado presente en la sociedad estadounidense, pero que desde la campaña electoral de 2016 se ha avivado hasta convertirse en llamas virulenta.”

¿Qué hay detrás de la obsesión de Trump - y de la América blanca - con Haití?

Haití ha sido objeto de esa obsesión por su papel decisivo a la hora de desafiar lo que los hacendados del Sur - incluyendo ocho presidentes de los EE UU - han llamado una “institución peculiar”. La revolución de Haití fue la primera vez que los esclavos fueron capaces de abolir para siempre la esclavitud y forjar una nación independiente. 

También fue un punto de inflexión en la historia de Estados Unidos, que llevó a la compra de Luisiana en 1803, allanando el camino para el “destino manifiesto” de unos EE UU que se extendieron de mar a mar y su hegemonía global. 

Chicago, la tercera ciudad más grande del país, fue fundada por un haitiano, Jean Baptiste Point du Sable, que el historiador haitiano Marc Rosier llama un “agente” del gobierno de Haití cuyo objetivos era alentar una política internacional a favor de la libertad de los esclavos.

La contribución de Haití a la “grandeza” de los Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo silenciada. La decisiva Revolución de Haití fue literalmente “impensable”, como el antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot ha señalado. 

La demonización de Haití era tan fuerte, su ejemplo para los esclavos tan peligroso, que el Congreso impuso una moción de silencio en 1824, prohibiendo que la palabra Haití fuese pronunciada en el Congreso, un año después de que se proclamase la imperialista Doctrina Monroe.

El supremacismo blanco no fue derrotado en el Palacio de Justicia de Appatomox en 1865, ni gracias a la XIII Enmienda, que permitió una legalización indirecta de la esclavitud, ni en la sentencia de 1954 Brown v. Board of Education del Tribunal Supremo, ni en la Ley de Derecho al Voto de 1965 tras el “domingo sangriento” en Selma, ni con la elección del primer presidente afroamericano en 2008.

A pesar de todo, como la antropóloga haitiana Gina Athena Ulysse analizó, Haití ha sido utilizada como la “bestia negra” de una campaña de difamación deliberada contra los descendientes de las personas que dijeron no a la supremacía blanca.

Estas narrativas de Haití continuaron tras la respuesta inicial al terremoto de 2010, propagadas por el tele-evangelista Pat Robertson y el periodista del New York Times David Brooks. Como señaló la articulista del New Yorker Doreen San Félix señaló, esta obsesión con Haití tiene que ver con el rechazo de la sociedad blanca de la libre determinación de los negros.

Estos discursos tienen consecuencias materiales concretas y de gran alcance.

Francia, que en 2001 declaró la esclavitud un “crimen contra la humanidad”, extorsionó 150 millones de francos a Haití como condición para reconocer su independencia, hundiendo a Haití en una deuda de 120 años que consumió hasta el 80% de la base impositiva de Haití. El presidente Jacques Chirac se burló de la petición del presidente de Haití Jean-Bertrand Aristide de reparaciones, antes de ser el primero en exigir su renuncia en 2004.

Llamar a Haití “ingobernable” sirvió de justificación para la intervención de Estados Unidos: Estados Unidos invadió Haití veintiséis veces entre 1849 y 1915, cuando los marines desembarcaron y ocuparon el país durante diecinueve años. 

Durante la ocupación de EE UU, los marines reclutaron un ejército moderno, entregaron la tierra a propietarios extranjeros, solidificaron la desigualdad racial y de clase, asentando las bases para la dictadura de los Duvalier de 1957-1971.

La culpabilización interesada de Haití por su papel en la epidemia del SIDA acabó con la industria del turismo, que, junto con la destrucción deliberada de la cabaña porcina de Haití, hundió la economía del país. Intereses capitalistas neoliberales aprovecharon la oportunidad para beneficiarse del éxodo rural masivo para construir fábricas y talleres, explotando la miseria de la gente ofreciendo los salarios más bajos en el mundo.

 Con salarios de pobreza y una deuda externa agobiante, que según el propio FMI fue a parar a los paramilitares tonton makout, los barrios pobres de Port-au-Prince no tuvieron ni servicios ni seguridad del gobierno. Estas intervenciones extranjeras fueron la principal causa de mortalidad del terremoto de 2010.

Acusar a los haitianos de “saqueadores” y utilizar otros calificativos racistas familiares, además de describir a Haití como un “estado fallido”, provocó la invisibilidad de la primera respuesta heroica del pueblo de Haití, y también la exclusión completa de los actores estatales y no estatales haitianos en la reconstrucción de su propio país y la distribución de ayuda.

 Bill Clinton co-presidió la Comisión Provisional de Reconstrucción de Haití, tomando decisiones sobre la ayuda, y la ayuda humanitaria fue coordinada en una Base Logística de las Naciones Unidas, donde los haitianos fueron excluidos por soldados extranjeros responsables de la epidemia de cólera que mató a casi 10.000 personas o por el uso del idioma inglés en las reuniones. 

Las organizaciones no gubernamentales reprodujeron una estructura jerárquica vertical que excluía de la toma de decisiones a las personas que vivían en los campamentos. Estas actuaciones "humanitarias" provocaron, entre otras consecuencias, la desintegración de las familias haitianas y el aumento de la violencia contra las mujeres.

Llamar a un precedente mundial de la libertad un “país de mierda” degrada no sólo a los diez millones de habitantes de la isla y a los tres millones de haitianos que viven en EE UU, sino que es una afrenta a la libertad y la igualdad humanas.  (...)"              

 (Mark Schuller  . Profesor Asociado de Antropología de la Universidad de Illinois. Fuente:  Counterpunch,  en Sin Permiso, 18/01/18)

No hay comentarios: