28/7/17

Un grupo de investigadores midió el pulso de los asistentes a las fiestas de San Pedro Manrique, en Soria, y comprobaron que todos tenían los corazones sincronizados

"Ayer dio comienzo la madre de todas las fiestas. Siete días de éxtasis colectivo que arrancan cada 6 de julio y que ya tiene más seguidores desde fuera, espectadores colocados a una prudencial distancia, creadores de memes, y voyeurs de Instagram, que desde dentro

. Millones de cabecitas minúsculas vistas a través de la pantalla de la televisión, o un bosque de brazos y risas si se vive desde dentro, desde el olor pegajoso a vino y cuerpos. Es lo que se dice un planazo o una tortura, según quien lo mire. ¿Por qué unos la adoran y otros la aborrecen?

Las razones se remontan a nuestros ancestros y para explicarlas hoy hay que acudir no solo a la psicología y la neurociencia, sino a la antropología e incluso a la genética. Un estudio reciente realizado entre un grupo de 1.000 individuos en Australia probó que quienes salían de fiesta -acudían a festivales o conciertos, bailaban en bares o discotecas o incluso escuchaban bandas de música callejeras- eran más felices y se sentían más conectados con la sociedad.


"Las personas somos seres sociales", explica por correo electrónico el psicólogo Nacho Calvo en mentesabiertas.com. "Al margen de los encierros, que para muchos tan sólo sirven como excusa, San Fermín supone la concentración de miles de personas de diferentes culturas, lo que genera un sentimiento que para la mayoría de las personas resulta tremendamente positivo".

Para los escépticos, Calvo advierte de que este tipo de eventos se viven de una manera radicalmente distinta desde fuera y desde dentro: "Al encontrarnos rodeados de un ambiente festivo vivimos la experiencia de una manera amplificada, como ocurre en los conciertos o festivales, haciendo que se conecten nuestras neuronas espejo que son las encargadas de la empatía en el cerebro".

No es solo formar parte de un gran grupo que comparte una actividad, sino el hecho de que esa actividad esté relacionada con el baile o el movimiento lo que nos eleva al éxtasis colectivo. El profesor de Arqueología de la Universidad de Reading (Berkshire, Inglaterra) especulaba en su libro The singing Neanderthals : the origins of music, language, mind, and body -Los neardentales que cantan: los orígenes de la música, la lengua, la mente y el cerpo- con que el baile se remonta a 1,5 millones de años y está relacionado con la supervivencia "como forma de cooperación y comunicación". 

Algo, que según un grupo de investigadores de Jerusalem, alcanza el estatus de habilidad y está escrita en nuestros genes.


Esa comunicación es lo que Émile Durkheim denominó la "efervescencia colectiva" y el investigador de la Universidad de Montreal Paul Carls ha estudiado a fondo para encontrar su explicación actual. Según cuenta Carls, la efervescencia colectiva de Durkheim está en el corazón de las religiones: 

"Eleva a los individuos fuera de sí mismos y los hace sentir como si estuvieran en contacto con una energía extraordinaria, que los lleva a una excitación emocional colectiva".


La tecnología quiere ahora medir esta emoción a través de 'wearables' biométricos que registran las pulsaciones y el movimiento. El antropólogo Dimitris Xygalatas, de la Universidad de Connecticut (EE.UU.) ya lo hizo en un estudio de campo en las fiestas del Paso del Fuego y Móndidas en San Pedro Manrique.

Xygalatas y su equipo se trasladaron a este pueblo de la provincia de Soria y colocaron aparatos biométricos en sus 3.000 habitantes durante las fiestas. Toda la comunidad resultó estar emocionalmente alineada durante el ritual festivo, a juzgar por las frecuencias cardiacas.

 No solo los que caminaban sobre el fuego, sino también los espectadores tenían sus corazones sincronizados. Eso sí, quienes tenían una mayor vinculación familiar con los participantes del ritual o era originarios de San Pedro Manrique o alrededores mostraron una sincronización cardiaca mayor.

Lo mismo ocurre en los festivales de música o grandes festividades, según comenta Xygalatas, "en los actos con los que se sientan más identificados los asistentes vivirán la magia de la efervescencia colectiva, mientras que en los que no formen parte de la identidad se sentirán más desconectados y desincronizados".


"El ser humano y los animales suelen vivir en grupo, y aunque no sabemos qué circuitos o neurotransmisores pueden estar implicados en el bienestar que produce este hecho", explica por teléfono el neurocientífico del Instituto Cajal y vicepresidente del Consejo Español del Cerebro, José Luis Trejo, "sí que tiene un nombre: enriquecimiento ambiental

En su componente social", añade, "hace que se incremente el número de neuronas en el hipocampo, que es el centro neurálgico del apredizaje y la memoria, y el único en el cerebro en el que se fabrican neuronas en la edad adulta". Por tanto, las relaciones sociales, interactuar con muchas personas y participar de atividades en grupo "mejoran el aprendizaje".

Además, Trejo hace referencia a las hormonas que participan en los eventos sociales como los festivales de música o los sanfermines. "Sabemos desde hace tiempo que el ejercicio y la actividad en grupo, al contrario que ocurre con el aislamiento, hace que el cerebro libere dopamina y endocannabinoides [el cannabis natural de nuestro cuerpo], al tiempo que activa los circuitos serotoninérgicos".

O la tormenta perfecta

Esa es la parte buena. En la parte mala, los festivales son, como algunos adversos sospechan, un semillero de enfermedades, según un estudio que llevó a cabo la Facultad de Medicina de la Universidad de Marsella (Francia) en grandes eventos desde 1980 hasta 2012. "Se producen transmisiones fecales-orales de agentes patógenos por el incumplimiento de las normas de higiene", relata el informe. 

"Además, se propaga una gran variedad de enfermedades de transmisión sexual".
En esta línea, el verano pasado las autoridades británicas lanzaron un comunicado en el que aconsejaban a los jóvenes vacunarse contra el sarampión. Otras enfermedades que no querrá padecer y que están vinculadas a los grandes eventos: salmonela, e.coli o el horrible norovirus.

Más allá del entorno y de vuelta a la efeverscencia colectiva, los mismos circuitos serotoninérgicos que hacen que algunos se sientan bien cuando se encuentran rodeados de muchas personas, "se encuentran vinculados a trastornos obsesivos-compulsivos y trastornos del pánico", confirma Trejo. Esto quiere decir que lo que para unos es un clímax emocional para otros es un pequeño infierno, la tormenta perfecta.


Ver las imágenes de ayer en plaza del Ayuntamiento de Pamplona despierta en algunos todo un abanico de posibles catastróficas desdichas y un montón de preguntas relacionadas con la sensación de encierro: "Una vez dentro no hay escapatoria, y si de pronto quiero descansar, y ¿cuánto tiempo dices que va a durar?...".

"Hay personas", afirma Calvo, "que rehuyen este tipo de eventos ya que la aglomeración puede generarles demasiada ansiedad sobre todo si no se encuentran en un buen momento emocional". Un alto nivel de estrés, por ejemplo, "podría ser un detonante que nos hiciera sentirnos más vendidos ante situaciones en las que nos vemos incapaces de escapar".

"Cuando una persona ha vivido experiencias desagradables como la ansiedad súbita o los ataques de pánico, teme que esas sensaciones se pudieran reproducir en un contexto en el cual les fuese complicado escapar", añade. "Cuando se siente afectada por el miedo a sus propios síntomas físicos -taquicardias, falta de aire, etc...- tiende a evitar cualquier contexto que le incapacite para huir, que es una respuesta primitiva de supervivencia que todos tenemos en situaciones límite en las que nos podemos sentir amenazados".


"El consumo de ciertas sustancias como el cannabis o la cocaína también pueden predisponer a la persona hacia la ansiedad". Llevado al terreno de la patología, "el problema suele diagnosticarse como agorafobia (o trastorno de pánico con agorafobia). Y se puede ver propiciado por cambios hormonales que nos hagan sentirnos más vulnerables como la menstruación en las mujeres o las afectaciones de la glándula tiroides".

En cuanto al cerebro, Trejo añade que las actividades en grupo "activan los circuitos que regulan la jerarquía de dominancia. En el laboratorio lo vemos en los ratones: enseguida se manifiestan los dominantes". 

Algo que los famosos violadores de San Fermín llevaron a un deplorable extremo. No se ha estudiado en profundidad qué circuitos neurológicos activa un aumento de la actividad social, al nivel de las fiestas de San Fermín, para derivar en estados de malestar.

 "Pero sí que sabemos que cuando queremos inducir estados patológicos en ratones", explica Trejo, "para la interacción social positiva se utiliza el sexo, mientras para la negativa lo que hacemos es llenar la urna de ratos, provocar multitudes, y luego vaciarla para dejar aislado al ratón. Multitud y aislamiento".

Algunos, como el en caso de los humanos, tardan más en reaccionar que otros. Unos están a gusto en esa muchedumbre, y otros, en la soledad."                 ( , El País, 07/07/17) 

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