"Como resultado de la reducción del costo de los
productos finales conseguido gracias a las cadenas globales de valor, el
precio del ordenador en el que escribo esto es mucho menor que si
hubiese estado íntegramente fabricado en Euskal Herria. Es más, de
haberse producido aquí, sería tan caro que yo no tendría dos ordenadores
sino uno solo, o ninguno y estaría usando el de alguna biblioteca o el
de un centro especializado en alquiler de equipos informáticos.
El acceso masivo a la tecnología informática en la
forma actual, se sustenta en la cadena global de valor mencionada: la
ciudadanía que disfruta de las ventajas del ordenador lo está haciendo
sobre la existencia de un sistema que explota las materias primas y el
trabajo de personas en los países empobrecidos.
En el relato de este
fenómeno, las palabras clave son gobiernos, instituciones financieras y
transnacionales, y el hecho de que el resultado de la explotación
capitalista del planeta tenga réditos también para quienes habitamos el
primer mundo, no es algo que se coloque en primer plano cada vez que
criticamos el sistema.
Según he leído en un artículo titulado “Cadenas
globales y trabajo rural. La producción de arándanos en Uruguay” (2013)
los hombres jornaleros no quieren participar en la recolección del fruto
porque no les gusta la organización del trabajo y la corta duración de
la zafra, y prefieren buscar otros empleos más rentables en áreas
urbanas.
Los contratistas resuelven este problema mediante una mayor
incorporación de mujeres a esas tareas, dado que ellas muestran más
disciplina en el trabajo y más compromiso con las metas exigidas por la
empresa.
Quienes gestionan todo el asunto son las empresas agroexportadoras y sus capataces. En
el caso de que las mujeres no aceptasen la tarea de recolección, parece
ser que tampoco la asumirían los hombres, y en consecuencia quizá no
encontrásemos arándanos en nuestros supermercados. En este relato, las
palabras clave son agroexportación y nuevas formas de reclutamiento de
mano de obra y en ningún momento se representa al jornalero como
causante en ningún grado de la posición o condiciones laborales de la
jornalera.
En otro terreno, dentro de las cuadrillas de
trabajadores dedicados a pavimentar las carreteras durante los meses del
verano, se observa que cuanto más lejano es el origen nacional del
trabajador, más cerca está del manejo y aspiración de los vapores del
chapapote caliente. Es posible que la técnica del vertido en el bache
sea mejorable y que la existencia de trabajadores que necesitan aceptar
un trabajo duro esté ralentizando la posible mejora en las condiciones
en que se realiza la actividad.
No he visto nada publicado a este
respecto, pero supongo que las palabras clave del relato serían dumping
social, industria de la construcción, categorías profesionales y
organización del trabajo, y nadie le encontraría sentido a mencionar al
hipotético oficial de 3ª oriundo de aquí cerca, que se ha liberado de
los trabajos penosos gracias a la existencia del peón inmigrado.
La idea de
cadena global de cuidados hace referencia a la división internacional
del trabajo reproductivo y aparece en la obra de la socióloga
estadounidense A.R. Hochschild en el año 2000. El concepto se utiliza en
muchos estudios posteriores y resulta una referencia inexcusable tanto
para tratar de migración como de empleo doméstico en los países ricos.
Remito al Wikigender para conocer los términos en los que se define,
porque lo que a mí me preocupa es la incidencia general del concepto,
cuyas posibles matizaciones solo alcanzan a especialistas y estudiosas
del tema. La cadena estaría constituida por mujeres de los países ricos,
que ya no quieren o no pueden ser las responsables de los cuidados en
su entorno y consiguen salir al mercado laboral trasladando sus
responsabilidades de cuidado a mujeres de países empobrecidos, las
cuales a su vez delegan el cuidado de sus familias en mujeres de sus
propios países.
Mujeres de aquí que prosperan, tienen empleos fuera de
casa, acceso a la formación… a costa de las otras, las mujeres pobres y
migradas que han ocupado su lugar. Tal como se ha difundido, la idea de
la cadena global de cuidados nos culpabiliza se quiera o no, y en el
lenguaje corriente ha terminado por formularse así: mujeres explotando a
otras mujeres. Esta versión culpabilizadora resultaba muy previsible y
tiene vida propia.
A partir de esto, en
más de un trabajo académico o periodístico hemos podido leer que en
lugar de luchar por nuestra verdadera liberación -como era nuestro
deber- nos hemos tirado a lo fácil delegando el cuidado. Vamos, que el
oficial de 3ª de la construcción, en lugar de hacer la revolución
proletaria para mejorar sus condiciones de vida, se ha hecho a un lado
para que sea otro quien baje a la zanja.
También hemos leído
las declaraciones de alguna trabajadora de hogar migrada (testimonio
real) que, a continuación de decir que trabajaba con un horario y
salario buenos, señalaba que gracias a que acudía el viernes a la noche a
cuidar de las criaturas de una familia, ella, la empleadora, podía
salir a cenar con su marido, en lo que sería una miniversión de la
cadena.
El eslabón local de la cadena global de cuidados se
forja sobre el principio de que el cuidado pertenece, está adscrito, a
las mujeres, que lo llevan indisolublemente ligado a sus personas. Esa
atribución injusta de la que las feministas siempre hemos renegado, se
incorpora a la representación de nuestro ser y de ahí en adelante, la
ausencia de las mujeres del país rico en las tareas de cuidado pasa a
constituir una anomalía subsanada por ellas mismas con la contratación
de empleadas de hogar.
Visto de esta manera, la trabajadora que cuida a la
madre de un varón casado estaría sustituyendo a la nuera y no al hijo;
en el cuidado de una madre la trabajadora estaría sustituyendo a las
hijas y no a los hermanos de estas, y así sucesivamente; siempre serían
mujeres las que habrían trasladado sus responsabilidades valiéndose del
desigual reparto mundial de la riqueza.
Cuando muchas de nosotras nos hemos negado a cumplir
el mandato patriarcal de ser madres, o hemos tenido una sola criatura,
no estábamos delegando en las mujeres pobres de otros países la
reproducción de la especie, estábamos transformando el ser mujer en
nuestra vida individual.
Lo mismo pasa con el cuidado. Sin embargo, el
relato de la cadena no incorpora el avance que supone en sí misma la
posición de muchas mujeres que se niegan a admitir la equiparación de
los términos “mujer” y “cuidadora” y que reniegan del principio de que
el cuidado es asunto suyo. Esta posición ha llevado a intensificar el
reparto del cuidado dentro de muchas familias, ha forzado el aumento de
servicios, todavía insuficientes, y también ha llevado a contratar más
empleo de hogar.
En bastantes ocasiones son quienes necesitan o quieren cuidado quienes
contratan por sí; otras veces son sus hijos y sobrinos varones quienes
lo hacen y en otras, muchas, son las mujeres de la familia.
Podríamos razonar de otra manera. De la misma forma
que no ponemos el foco en quien valiéndose de la cadena global de valor
tiene acceso al equipo informático barato, ni en el hombre que pudiendo
hacerlo se niega a recolectar el arándano, ni en el que no maneja el
chapapote porque hay otros que lo hacen… tampoco hay motivo para señalar
a las mujeres; el que nos neguemos a ser las responsables del trabajo
doméstico y de cuidados no nos sitúa como agentes responsables de las
malas soluciones a la cuestión.
Si hoy día
el cuidado sigue realizándose de casa en casa y con un grado de
colectivización ridículo es porque existe una manera barata de obtener
atención mediante el empleo de hogar sin mover ninguna de las
estructuras sociales que tienen su origen en la división sexual/genérica
del trabajo. Las buenas salidas son complejas y a largo plazo.
Junto
al reparto de tareas con los hombres y la mejora en calidad, cantidad y
accesibilidad de los servicios de atención a las personas, hacen falta
cambios transversales: empleo, educación, urbanismo, habitación… En
realidad, todas las esferas rozan con el cuidado.
Para que todo eso cambie, un buen revulsivo es reivindicar todos los derechos laborales para las trabajadoras de hogar, las migradas y las nacidas aquí.
Aunque en el contexto del contrato de trabajo doméstico la aplicación
de muchos de esos derechos es imposible (readmisión obligatoria en el
despido por maternidad o por el ejercicio de derechos constitucionales,
mecanismos ordinarios de prevención de riesgos laborales, jornada,
descansos y salarios homologables con el resto de sectores…), hay que
seguir exigiendo equiparación y luchando contra la explotación en el
empleo de hogar, sea quien sea la parte empleadora.
El relato de la cadena de cuidados puso de manifiesto
algunos elementos que permanecían ignorados. El primero fue la
ampliación de la mirada sobre la explotación de los recursos de los
países pobres, que no se limita a la extracción y producción de bienes
materiales sino que se extiende a lo que Hoschschild llama plusvalía
emocional.
También reveló la situación que se deriva de la ausencia de
las mujeres migradas de sus núcleos familiares de origen, la brutalidad
de la separación de sus criaturas y sus mayores, a quienes pasan años
sin ver o -con suerte- tratan por Skype; los problemas de relación que
acarrea la distancia o la dificultad de gestionar las emociones que
genera el cuidar criaturas y personas mayores de otras familias cuando
no se puede atender a las de la propia.
En este contexto hay que
mencionar la hipocresía en la gestión de la Ley de Extranjería, que
somete a las trabajadoras de hogar migradas a los mismos requisitos y
plazos que al resto de los sectores para conseguir los papeles, pero las
controla mucho menos y mira para otro lado porque la organización
actual de los cuidados las necesita.
Si me he animado a opinar sobre el eslabón local de
las cadenas globales de cuidado es porque parece haberse incorporado al
patrimonio de ideas feministas aceptadas sin mayor cuestionamiento. En
palabras de una amiga, es triste que los hombres vuelvan a salir de
rositas en este asunto.
Expresado de manera más solemne, mi crítica es
que hay una asimetría inaceptable en la designación de las mujeres del
país de destino como beneficiarias directas de la explotación de otras
mujeres, cuando en el resto de procesos en los que personas de países
empobrecidos realizan tareas necesarias en o para las sociedades ricas,
la descripción de los fenómenos va por otro lado.
Además, el supuesto
traspaso de nuestras responsabilidades de cuidado se sostiene en una
atribución que las feministas negamos radicalmente para todas las
mujeres." (Isabel Otxoa, Pikara, 25/05/18)
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