"Estaba
saliendo con un chico nacido en Londres, quien me dijo que Scott y
Zelda Fitzgerald eran su pareja favorita. Él era encantador, emocionante
y pensaba que me entendía. Su elección de pareja favorita sonaba muy
romántica, igual que él.
Sabía quiénes eran
los Fitzgerald, claro, pero no conocía bien los detalles de su
relación. Ese día, tras acostarme, los busqué en Google: ¿Cuál era el
tipo de gran amor que él había imaginado para nosotros?
Zelda Fitzgerald era intensamente glamorosa y hermosa. Scott la llamaba la primera flapper,
aquellas jóvenes a la moda de los años 20. Ah, y también resulta que
tuvieron una relación turbia destruida por infidelidades y consumo
excesivo de alcohol: su “historia de amor” terminó con la muerte de ella
debido a un incendio en el hospital psiquiátrico donde estaba
internada. Era esquizofrénica y pasó sus últimos años en un hospital.
¿Así era como él me veía? Yo tenía depresión clínica, no esquizofrenia.
En
mi mente (y, claramente, solo en la mía) compartíamos una devoción
ciega. Cuando la realidad de nuestra relación se hizo clara, pronto
estuvo muy ocupado en el trabajo y poco después desapareció por
completo. Me dijo, en un mensaje de texto, que estaba “devastadoramente
apenado”.
A pesar de que el dolor sobre la relación pasó, sus palabras tuvieron más permanencia.
Busqué más artículos sobre los Fitzgerald. The Guardian escribió
que la “esposa llena de problemas” de Scott Fitzgerald era una
integrante “hermosa y maldita” de la alta sociedad, igual que el título
de su segunda novela, que será interpretada por Scarlett Johansson en un drama de próximo estreno. El romanticismo me molestaba.
En
Facebook me apareció el anuncio por rebajas en Skinnydip, una tienda de
Londres. Incluía una mochila miniatura, grabada con las palabras “I’ve got issues”
(Tengo problemas) y rosas bordadas. Comenzó a sonar en mi cabeza la
canción del mismo nombre de Julia Michaels; su suave voz dice: “Cuando
estoy deprimida, realmente me bajoneo”, antes de que comience el coro:
“Porque, cariño, tengo problemas”.
También encontré unos collares con letras de oro que dicen “Ansiedad” y “Depresión”
con letra cursiva gruesa, disponibles en ban.do por 48 dólares. Su
fabricante afirma que los dijes “abrirán el camino al diálogo”. Están
agotados.
El
problema con el embellecimiento de las enfermedades mentales es lo
alejado que está de la realidad. Es casi como sugerir que es una
característica deseable en las mujeres. En mi experiencia, las parejas
lo perciben como frustrante, ni por asomo tan adorable y extravagante
como podrían indicarlo estas declaraciones y productos.
La televisión y las películas tampoco nos han dado un retrato honesto de estos temas. El filme de 1986 Betty Blue
convenció a los hombres de que las mujeres con enfermedades mentales
eran extremadamente elegantes, afrancesadas y siempre con ganas de tener
sexo.
Hace poco la serie de Netflix 13 Reasons Why,
la cual ya confirmó que tendrá una tercera temporada, exploró las
razones por las que una linda chica preparatoriana se suicida, desde el
punto de vista de su compañero y colega Clay, que está enamorado de
ella.
Clay
“de verdad se siente atraído por las chicas complicadas”, dice un
personaje. Pero el enamoramiento se desmorona cuando remplazas la
enfermedad mental con algo físico. “De verdad te atraen las chicas con
problemas respiratorios” no suena bien. Tampoco le auguro a Skinnydip el
mismo éxito de ventas con accesorios que digan “Tengo la enfermedad de
Lyme”.
Al inicio de la segunda temporada de 13 Reasons Why,
una animadora muy popular llamada Jessica regresa a la escuela para
enfrentar a su violador. Su amiga le asegura que “eres bonita y
melancólica; a la gente le encanta eso”, como si la tristeza le añadiera
valor a su magnetismo y seducción.
Al menos Lena Dunham, en su papel de la serie Girls —Hannah Horvath, que sufre de desorden obsesivo compulsivo—, muestra la enfermedad mental sin retoques (¿recuerdan la escena de los cotonetes?).
Aun así, cuando Hannah llama a su novio (Adam Driver) para decirle que
se está “deshaciendo”, él corre por las calles de Nueva York para estar a
su lado. Su marcado torso desnudo está un poco húmedo y brilla bajo la
luz de las farolas. Una vez que llega a su apartamento, tira la puerta
de una patada y la levanta en la seguridad de sus brazos musculosos. ¿En
serio?
Mi experiencia es más parecida al personaje de la señorita Havisham en Grandes esperanzas.
Solo que en vez de rehusarme a dejar de usar un vestido de novia, era
una bata desgastada que tenía descosidos uno de los bolsillos y con la
cual constantemente deambulaba.
El
pedazo de tela que solía ser el bolsillo estaba descosido porque mi
novio, exhausto, lo arrancó durante una discusión. Fue una pelea en la
que me rogó y suplicó que me quitara la bata, solo por un día, para que
pudiera lavarla, como si fuera un padre agotado que negocia con un bebé
para que se coma al menos un bocado de sus verduras. Quería que me
dejaran en paz, pero no me parecía nada a actrices que sufrían
hermosamente como Greta Garbo.
Atestiguar
o sufrir una enfermedad hace que cualquier intento de darle glamur sea
completamente ridículo. La depresión no es una manera eficaz de
conseguir a un hombre como pareja. Tampoco es una canción de amor con la
cual bailar ni una enfermedad de moda ni una novedad para que los
blogueros la lleven puesta por unas semanas, lo publiquen en Instagram,
lo marquen como favorito y después lo olviden." (he New York Times.es, 02/08/18) , T
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