"(...) China aceptó el orden neoliberal cuando Estados Unidos le ofreció
convertirse en la fábrica mundial. Deng Xiaoping, entonces a cargo de
China, vio una oportunidad para modernizarla y los capitalistas de
Estados Unidos una manera de aumentar sus beneficios reduciendo
dramáticamente salarios y otros costes, sobre todo externalidades
ecológicas.
El anuncio simbólico lo hizo Deng en 1979 en Estados Unidos
cuando se retrató como un cowboy en un rodeo y visitó una de las
factorías de la Ford en Georgia.
Parecía una operación en que solo
habría ganadores, no solo las empresas estadounidenses se beneficiarían,
también los consumidores, que aumentarían su capacidad de gasto al
poder comprar los mismos bienes de antes pero ahora Made in China más
baratos; mientras, en China las empresas se modernizarían, “aprenderían
a nadar en el capitalismo” y millones de campesinos saldrían de la
pobreza al convertirse en obreros asalariados.
Las negociaciones fueron largas y no solo comerciales. Estados Unidos
trató de vincular el acuerdo económico a los derechos humanos y China
al reconocimiento de que Taiwán era una parte de China.
Se trató de
difíciles negociaciones políticas que no culminaron hasta 1994, cuando
China liberó a algunos disidentes, aceptó el dólar como medio de pago
internacional y se comprometió a invertir sus superávits comerciales con
Estados Unidos comprando deuda pública. Era un candado que protegía al
dólar internacionalmente.
Estados Unidos, por su parte, dejó de vender
armas sofisticadas a Taiwán y elevó a China al estatus de Nación
Económica Más Favorecida antes de que China ingresara en la Organización
Mundial del Comercio abriendo las aduanas a sus productos. A la vez,
EEUU bajaba el tono agresivo sobre los disidentes, Sinkiang y el Tibet.
Era un acuerdo estratégico que ha definido el sistema internacional
globalizado desde entonces hasta ahora.
El
orden económico internacional neoliberal se ha caracterizado por la
desindustrialización de Estados Unidos y Europa y la industrialización
del Este y sur de Asia; mientras, en Estados Unidos, con la
financiarización de la economía, Wall Street sustituía a General Motors
como el sheriff a cargo. África y América Latina eran tierra virgen para
que China se procurara la energía y materias primas que necesitaban sus
fábricas.
El modelo funcionó más o menos bien hasta la crisis del 2008,
cuando se hicieron evidentes los estragos sociales que había causado en
las condiciones de vida de la clase obrera, un sujeto central en el
orden capitalista. Ahora todas las regiones económicas tienen que
redefinir su modelo económico abriendo posibilidades para un cambio de
rumbo antineoliberal.
En Estados Unidos, empresas textiles del sur habían empezado a
trasladarse a China tan pronto como el acuerdo fue firmado. Luego lo
harían otros sectores cada vez más sofisticados del cinturón industrial
del Medio Oeste. La clase obrera blanca, la famosa clase media del american way of life
empezó a perder empleos e ingresos mientras banqueros y capitalistas se
beneficiaban al apropiarse de la enorme riqueza que se estaba
generando.
La oligarquía del 1%, la clase social con mayor riqueza
acumulada en la historia humana, se frotaba las manos. Los obreros
desempleados, furiosos con lo que veían, acabaron votando contra el
establishment eligiendo a Trump como Presidente.
En China las fábricas estatales maoístas fueron desmanteladas,
abriendo el camino a la inversión capitalista. Los obreros lo aceptaron
porque el estado distribuyó (no equitativamente, los más beneficiados
fueron los jerarcas del partido comunista y sus familiares) la riqueza
pública acumulada bajo el maoísmo.
Estos obreros se quedaron con la
vivienda en propiedad y accedieron a privilegios que los inmigrantes
urbanos, campesinos con sus comunas desmanteladas llegados a la ciudad a
trabajar en la construcción, no tenían. La desigualdad social empezaba
de nuevo.
La fiebre industrializadora convirtió el suelo agrícola en la
periferia de las ciudades costeras en polígonos industriales abriéndolos
al capital privado extranjero, orientando su producción a la
exportación. Los desastres ecológicos se dispararon.
Los viejos
campesinos empobrecidos, convertidos en obreros, salieron relativamente
de la pobreza. El consumo masivo de una clase media urbana que nacía
legitimaba el poder del partido comunista. El orgullo nacionalista se
reforzaba. Lo que para Estados Unidos eran años de decadencia, para
China era un tiempo de pujanza desconocido en su historia moderna.
El
mandato social de Trump es revertir el deterioro nacional creado por
este modelo. Sigue teniendo el apoyo del 90% del voto popular
republicano. Ven la culpa de su decadencia en otros, en China, en
México, en Alemania… no en ellos mismos.
Trump cree que invocando América Primero
todo volverá a ser como antes. La excepcionalidad, un derecho de
carácter divino, volverá otra vez. Lo prometió en su campaña y necesita
el apoyo de su base social para las elecciones de noviembre. En realidad
Trump está dando golpes ciegos como si el orden mundial fuera una
piñata y los Estados Unidos pudieran recoger el premio cuando se rompa y
caigan los supuestos dulces. Es una fantasía. China empoderada no va
aceptar el poder de Estados Unidos en un mundo que colapsa.
En esta
guerra no va a haber ganadores, porque no puede haberlos bajo las
premisas actuales. En caso de que las factorías regresen a Estados
Unidos no serán los desempleados blancos quienes trabajen en ellas,
serán sustituidos por robots y computadoras. El capitalismo se mueve por
beneficios, no por consideraciones sociales.
En China, sin mercados,
las fábricas cerrarán creando inestabilidad social y política. La
profundidad del impacto dependerá de la capacidad de China para
profundizar un modelo económico orientado a la demanda interna. Es
difícil pensar que Europa puede absorber lo que China va a dejar de
vender a Estados Unidos. Tiene suficiente con la fábrica alemana. (...)" ( Mark Aguirre , El Viejo Topo, 16/07/18)
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