19/2/19

“Para ser feliz hay que conocerse, estar atento al presente y ser útil a los demás”. Dos de esas premisas no las cumple casi nadie: conocerse a sí mismo y darse a los demás… y la galería de placeres, el tararear y el silbar…

"Ni triste ni alegre, pero sí intenso se ve al antropólogo Marc Augé (Poitiers, 1935), atributo con el que él mismo define la chanson, cuyo tarareo reivindica como uno de los gestos cotidianos (como levantarse de la cama de un hospital y poder ya ir al bar de abajo y, en unos días, a casa; tomar un café o un plato de pasta con los amigos, el retorno a una novela o a una película para recuperar el impacto que nos provocó…) que nos proporcionan “alegrías pese a todo”. 

Y ese todo son muchos males que atenazan a una sociedad en la que en 1992 él cartografió la existencia de Los no lugares (aeropuertos, hipermercados en extrarradios, outlets gigantescos…), donde las relaciones interpersonales, cruciales para nuestra identidad individual y colectiva, son nulas. 

Consciente quien fuera director de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (1985-1995) y de diversas investigaciones en el Centre National de Recherche Scientifique (CNRS) de Paris de que “la gran felicidad es difícil de alcanzar”, por eso propone Las pequeñas alegrías (Ático de los Libros).

Pregunta. “Para ser feliz hay que conocerse, estar atento al presente y ser útil a los demás”, asegura. Pero en estos tiempos egocéntricos, dos de esas premisas no las cumple casi nadie: conocerse a sí mismo y darse a los demás…

Respuesta. Por eso mi propuesta es modesta; ir ni que sea al bar de debajo de casa es una oportunidad de estar con los otros, puede parecer superficial, pero en cualquier caso es real; todas las propuestas de mi libro están vinculadas al movimiento, al ir hacia otras personas; en esos pequeños momentos nos sentimos existir, con los cinco sentidos; pero hay que saber darse cuenta.

P. Toda su obra, y en este libro también, destaca la importancia de las relaciones sociales, de que nos hacemos y cobramos sentido cuando nos relacionamos con los otros, pero encuestas en EEUU detectan ya que los jóvenes prefieren interactuar en la redes sociales que quedar físicamente. ¿Tenemos miedo a tratarnos cara a cara?

R. Es el gran mal de la redes, que están trastocando la naturaleza misma de la relación humana, alteran espacio y tiempo: puedes contactar con alguien en cualquier lugar y circunstancia, cuando relacionarse con el otro necesita dedicar un tiempo y un espacio concretos; es paradójico: las redes sociales están destruyendo las relaciones sociales; la gente debería detectar que no es suficiente lo que nos dan las redes.

Y pasa también que provocan que los efectos de reconocimiento sean sustituidos por los efectos de conocimiento: vemos a un presentador de televisión como si lo conociéramos, pero sólo lo reconocemos; y eso pasa con todo y con todos.

P. Las nuevas tecnologías se introducen en la enseñanza, en un contexto de que hay que ser flexible y dominarlas, pero muchas veces es en detrimento de la nemotécnia, los exámenes…

R. Las redes deben ser utilizadas para difundir conocimiento y esto que digo se está convirtiendo ya en una utopía educativa porque cada vez estamos más lejos de eso; utilizamos más las redes sociales para tratarnos que para conocernos y para conocer, es un error grandioso… Estoy de acuerdo en que cierta pedagogía es hoy demasiado blanda porque estos instrumentos, en sí mismos, no transmiten nada.

 Nada puede sustituir el aprendizaje de la palabra ni la relación, física, profesor-alumno y esto es urgente entenderlo ya. Cuanto más se uniformiza la sociedad más se ahonda en las desigualdades; una paradoja, ¿verdad? Pero es así: cada vez hay un número más reducido de personas que están en la vanguardia del saber real y demasiada gente que no sabe…, pero que cree saber”.

P. Pide en Las pequeñas alegrías recuperar la ilusión de las primeras veces, recuperar películas y libros, lo llama “tener el espíritu de Don Juan”, siempre con la ilusión seducora del primer día… Pero condiciones laborales precarias, ritmos de trabajo y producción cultural masiva no invitan al sosiego de la revisitación…

R. Por eso hablo de “pequeñas felicidades a pesar de todo”; el más alienado puede experimentar esos momentos de existir intensamente que propongo; pero sobre todo debe ser consciente de estarlos viviendo: no son momentos que nos vendrán por azar sino que hemos de saber que se están dando en ese momento, reconocerlos para que puedan permanecer con nosotros; si uno es consciente de ellos también son una promesa de futuro.

P. Incluye en la galería de placeres, el tararear y el silbar…

R. Hoy ya no se silba ni se canta; cuando era pequeño, lo oía constantemente en las calles, en las casas; era memoria histórica y nexo generacional, vinculabas el estribillo a algo de tu pasado…En cambio, en cafeterías, centros o instalaciones hoy no paran de sonar radios o hilos musicales; hoy no soportamos el silencio. ¿Miedo de estar con nosotros mismo? No, más bien es el sistema que quiere que estemos inmersos en el ruido, quizá para tenernos más en tensión; no sé; en cambio, el ruido, el volumen hace más difícil la creación; al cantar, tenemos la sensación de crear y de recrear.

P. También sorprende que reivindica la jubilación, generalmente leída como que el sistema ha decidido que ya no le sirves y te aparca…

R. Todo depende de qué hacemos con ella; quizá sea el gran momento de la verdad, de si tomas realmente las riendas del tiempo; hay pocos momentos en la vida que podemos empezar algo y lo hemos elegido nosotros; hacer lo que siempre quisiste: crear, viajar, mudarte, plasmar un sueño…

P. En 1992, al detectar los no lugares, los ubicó en extrarradios, aeropuertos… ¿No tiene la sensación de que se han trasladado ya al centro de las ciudades, todas iguales con las mismas megatiendas, un shopping donde sólo habla la tarjeta de crédito?

R. Yo iría más lejos: hoy se puede decir que el no lugar es el contexto de todo lugar posible. Estamos en el mundo con referencias que son totalmente artificiales, incluso en nuestra casa, el espacio más personal posible: sentados ante la tele, mirando a la vez el móvil, la tableta, con los auriculares… Estamos en un no lugar permanente; esos aparatos nos están colocando permanentemente en un no lugar. Llevamos el no lugar encima, con nosotros...

P. Estamos en un mundo que necesita que se consuma, pero el trabajo se precariza y los salarios no dan para consumir. ¿Colapsará el sistema o se defenderá creando inframundos distópicos?

R. El propio sistema capitalista está creando esta dicotomía de mundos antagónicos, es evidente. Pero no sé si se prolongará en el tiempo, o si el sistema explotará o se acabará reformando… Y no lo sé porque no ha ocurrido nunca nada parecido en la historia de la humanidad: es la primera vez que todo es, literalmente, global. Y multifactorial. Incluso cuestiona el futuro físico del planeta… No me cuesta imaginar una clase privilegiada que abandone la Tierra… No sé si la Tierra ya es toda ella un no lugar.

P. ¿Cómo antropólogo, cómo ve el movimiento Mee Too?

R. Todos los sistemas culturales han justificado la dominación masculina en todas las formas de cultura; el feminismo me parece muy importante porque permite pensar en el ser humano como hombre genérico, no como sexo. Otra cosa son algunas de sus tácticas, discutibles, como la obligación de la cuota paritaria o la exigencia de que sean mujeres o miembros del colectivo LGTB quienes sólo puedan hacer o dirigir determinadas cosas; eso es casi contradictorio… Pero todo se resolverá el día que la igualdad sea real.

P. ¿El auge del nacionalismo y del proselitismo religioso es fruto directo de la globalización?

R. Las consecuencias de la globalización revelan el espíritu de ciertas religiones o sentimientos patrios; está claro que abren campos a las zonas oscuras de esos ámbitos.

P. ¿Tiene valores propios Europa? ¿Ante el fenómeno de la inmigración masiva, los está perdiendo?

R. Es curioso porque es cuando no estamos en Europa cuando pensamos que Europa existe y tiene unos valores; Europa no puede existir sin los valores de la Ilustración del XVIII; su supervivencia es vital para ella. Es un suicidio para Europa fortificarse, crear muros contra los demás.

P. La ONU tiene un Observatorio de la Felicidad…

R. Es absurdo. Por no saber, no se sabe bien ni qué observa. Así estamos; por eso lo de mis pequeñas alegrías."                   (Entrevista a Marc Augé, Carles Geli, El País, 31/01/19)

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