"(...) Los think tanks creados desde los años ochenta,
más de 500 distribuidos por todo el territorio norteamericano con
infinidad de investigadores sociales generosamente remunerados, han sido
especialmente activos en los principales centros de poder. Todo ello
culminó con la adquisición o puesta en servicio de un importante aparato
de propaganda que difundiera y aplicara las recetas elaboradas en
aquellos centros. (...)
Con tamaña maquinaria para propagación de sus ideas,
los republicanos han logrado ocupar la Casa Blanca, desde los años
ochenta, tanto o más que los demócratas.
Frente a la corriente general del pensamiento
progresista, que sostiene que los seres humanos hacemos nuestras
elecciones basándonos únicamente en el cálculo de la razón, los think tanks
conservadores, basándose en estudios neurológicos, se percataron de que
la razón viene a ser un factor ajeno a la motivación profunda que
determina la mayor parte del pensamiento, de la palabra y de la acción
de las personas.
La neurociencia había demostrado que el pensamiento
consciente de los seres humanos representa solamente el 2% y que el 98%
restante era inconsciente. La intervención de la razón consciente acaece
normalmente para justificar ex post facto las decisiones tomadas, insertándolas en una lógica discursiva, como racionalización ad hoc.
No se trata aquí de ninguna suerte de conjetura o desiderátum reaccionario. (...)
Damasio sostiene que el pensamiento, todo
pensamiento, tiene su origen en la emoción. Ese estudio constató que los
pacientes que habían sufrido daños en los centros cerebrales de la
emoción, de los sentimientos, pero cuyo raciocinio no había perdido un
ápice de su capacidad lógica, pensaban, hablaban y actuaban como seres
asociales, casi sociópatas, incapaces de articular una respuesta
adecuada a los desafíos más simples de la vida cotidiana.
Por ello, Reagan y su equipo de comunicación
dirigieron sus mensajes a la mente emocional de los americanos. De ahí
que sus discursos políticos se vieran siempre preñados de alusiones
continuas y machaconamente recurrentes a la metáfora política que ve la
nación como si fuera una familia, metáfora que permite hablar de “padres
fundadores”, “madre patria”, etc. Este ha sido el telón de fondo
constante del discurso político republicano, desde entonces. Discurso
mimetizado por M. Thatcher en Gran Bretaña, H. Khol en la RFA, J. Chirac
en Francia o J. M. Aznar en España.
No pienses en el elefante republicano
La victoria de Trump en las elecciones de 2016 tomó
un cariz especial pues las estrategias desarrolladas por el equipo
liderado por Steve Bannon, derrotando al poderoso stablishment
norteamericano (tanto al demócrata, como al republicano), se produjo
aplicando los más recientes avances de la neurociencia cognitiva, algo
que los demócratas y la izquierda europea en general aún no han sabido
ver ni aprovechar.
La estrategia desarrollada a partir de esos
conocimientos es sencilla y tremendamente eficaz, la llamaremos la
técnica del “no pienses en un elefante”, en reconocimiento al lingüista
cognitivo George Lakoff por ser quien mejor, más lúcida y claramente la
ha analizado. La aplicación de dicha técnica permite dominar la agenda
política.
Imponer una determinada agenda política significa hacer
prevalecer el marco propio (el Estado como padre estricto de los republicanos o bien como padre cuidador de los demócratas) sobre el marco de los oponentes.
Hacerse con las riendas de la agenda política se
logra de forma aparentemente simple y sencilla: proponiendo iniciativas
que atraigan el foco y provoquen la reacción mediática, generando un
debate tanto dentro como fuera de las filas del partido. Numerosas
investigaciones han demostrado fehacientemente que da igual el apoyo o
el rechazo que genere una propuesta, su aceptación por parte de los
ciudadanos no depende de lo razonable o disparatado del mensaje, sino de
cómo sean percibidos quienes lo apoyan o rechazan.
Si quien se muestra a
favor de una determinada propuesta, que defiende públicamente, genera
nuestro rechazo, la propuesta nos parecerá inaceptable por muy razonable
que esa, y al revés, si quien se muestra contrario a la proposición
provoca en nosotros un rechazo visceral, veremos con simpatía la
propuesta por muy descabellada que, en principio, pudiera parecer.
(...) si quien se muestra contrario a la proposición provoca en nosotros un
rechazo visceral, veremos con simpatía la propuesta por muy descabellada
que, en principio, pudiera parecer.
Dicho con otras palabras, cada opinión que genera en
los medios producirá una hueste de seguidores y detractores que
aumentará en proporción directa al número de opiniones vertidas y
difundidas. Lo más destacable de esta teoría es que la negación de un
argumento no invalida en ningún caso los efectos cognitivos que induce,
de ahí lo ingenioso del mensaje “no pienses en un elefante” que
inmediatamente ilumina su imagen en nuestro cerebro, aunque intentemos
evitarlo.
Por consiguiente, lo más importante no son las propuestas en
sí mismas, sino la negación o el aplauso que provoquen. Además, entra en
juego otro factor de la máxima importancia: cuanto más relevantes sean
los personajes que las comentan y con mayor fervor las avalen o
rechacen, mayor será su impacto. La intuición artística de Salvador Dalí
supo percibir esos efectos cuando comentó irónicamente que “lo
importante es que hablen de ti, aunque sea bien”.
Teniendo en cuenta lo dicho, el gurú de la campaña de
Donald Trump diseñó toda la estrategia victoriosa del magnate
abatiendo, contra todo pronóstico, primero al stablishment
republicano y luego al demócrata.
Cada día Trump presentaba una
propuesta o hacia una valoración sobre algún tema relevante tanto o más
descabellada que la del día anterior, pero que, involucrando de alguna
manera los sentimientos más inconfesados y recónditos del americano
medio, fuera acumulando apoyos hasta la derrota de todos sus oponentes.
Armar a los docentes en los institutos de enseñanza media como solución a
la inseguridad que se produce en algunos centros escolares de los
barrios más pobres para atajar episodios como la matanza de Columbine;
construir un muro de 2.200 kilómetros para detener la supuesta invasión
sigilosa de los inmigrantes latinos para robar, violar y asesinar
americanos o, al menos, arrebatarles sus empleos, son dos ejemplos
palmarios del tipo de iniciativas que incitaron la reacción, a veces
histérica, de los medios, suscitando más y más adhesiones (con sus
correspondientes rechazos).
Lo crucial de este planteamiento, al margen
del rechazo de quienes jamás lo admitirían, es que gente que antes no
pensaba en Trump ahora sí que lo hacían, esto es, movilizaba a su favor a
los indiferentes.
La estrategia, brillantemente descrita por Lakoff,
forma parte de un programa conservador que intenta difundirse a escala
global y ahí están los ejemplos de Bolsonaro en Brasil, Macri en
Argentina o Salviani en Italia.
Vox, que también fue asesorado por el
equipo de Bannon en su campaña de las elecciones andaluzas, tomó buena
nota de ello, y explotó ese tipo de mensajes impactantes, provocando a
la opinión pública y a los líderes sociales más representativos, para
que hablaran cada día de sus propuestas, imponiendo el qué, el cómo y el
cuándo en la agenda política andaluza.
De esa manera logró 12 diputados
en la cámara y se volvió imprescindible para la formación del gobierno
de derechas que ahora gobierna Andalucía, saliendo de la irrelevancia
más absoluta de elecciones previas.
La misma estrategia (asesorado nuevamente por Bannon)
es la que Abascal está aplicando a pies juntillas en esta precampaña
para las elecciones de 28 de abril, y lo más grave es que la izquierda
política y mediática ha mordido el anzuelo y están convirtiendo a una
formación política, antes residual e insignificante, en un actor de
primera división en el debate político español.
La cuestión debería ser ¿cómo se combaten este tipo
de estrategias? Lo primero sería no caer en el error de rebatir o negar
cada una de las palabras de Vox, sino más bien declararlas fuera de
lugar, extemporáneas o simplemente reírse, sin mayor comentario.
El
humor, la sátira, la ironía y el sarcasmo son las opciones más
corrosivas, deslegitimadoras y útiles para hundir el discurso político
de la extrema derecha, sin olvidarse del lanzamiento de las propias
iniciativas que, para atraer el foco de atención mediático y recuperar
así la agenda política, deben ser lo suficientemente novedosas e
impactantes como para imponer el relato propio.
Inconscientemente me temo, esa estrategia fue la que,
en su debut, elevó a los cielos a Podemos. La descalificación del
Régimen del 78, el cuestionamiento de la Monarquía, la salida del euro,
de la Unión Europea y de la OTAN y el ataque inmisericorde contra los
políticos corruptos del bipartidismo, eran el tipo de discurso radical e
iconoclasta que movilizaba la reacción vociferante, imperiosa y
convulsiva de los poderes fácticos (políticos, económicos y mediáticos)
del Estado, generando un tsunami de adhesiones que, con la moderación y
el acomodo posterior, se ha ido desinflando poco a poco.
El victimismo
que ahora exhibe el partido morado (aunque pueda beneficiarle en algo)
no sirve para volver alcanzar aquellos resultados. Refrescar aquel
discurso y proponer reformas radicales del sistema, claramente de
izquierdas, debería preñar su discurso electoral si de verdad pretenden
asaltar los cielos de nuevo.
Con una estrategia similar, aunque mucho menos
agresiva y provocativa, José Luis Rodríguez Zapatero, asesorado por lo
que se llamó en su día el “comité de sabios” (entre los que se contaban
dos premios nobel, Helen Caldicott y Joseph Stiglitz y otros
intelectuales progresistas como André Sapir, Mª Joao Rodrigues, Wolfang
Merkel, Jeremy Rifkin, Nicolas Stern y el mismo George Lakoff), lanzó en
la campaña de las elecciones de 2008 una serie de iniciativas
rompedoras y claramente
progresistas que desataron la histeria de la
derecha mediática, pero que lograron, a la postre, imponer la agenda
política socialista y llevarse de calle el voto de los electores.
La diferencia cardinal entre conservadores y
progresistas en la utilización de las estrategias descritas más arriba
debería ser de orden ético, mientras la derecha busca el impacto en el
exabrupto rayano en la grosería, la izquierda tendría que lograr
repercusión por la profundidad de las reformas propuestas, por lo
imaginativas e innovadoras que resulten y por la voluntad real de
llevarlas a cabo, algo que no preocupó demasiado a Trump ni a Vox." (José Carlos Fernández . Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, Público, 18/04/19)
No hay comentarios:
Publicar un comentario