7/1/21

El libro de Yanis Varoufakis: ¿Qué vendrá después del capitalismo? Es el momento de formar una Internacional Progresista eficaz y exitosa, o compartiremos la culpa del fracaso de la humanidad en servir a las personas y al planeta... necesitamos una tasa impositiva corporativa mínima global del 25%, que luego se redistribuya en todo el mundo... convertir a todos los empleados de las empresas en socios igualitarios... y una Unión de Compensación Monetaria Internacional

 "(...)  La pregunta que plantearé hoy tiene dos ejes. El primero es ¿por qué y para qué necesitamos una Internacional Progresista? Y la segunda parte de la misma pregunta es ¿por qué la Internacional Progresista necesita pensar en un poscapitalismo?

 La era en la que vivimos será recordada por la marcha triunfal de un autoritarismo gemelo bajo el que la mayor parte de la humanidad expe-rimenta dificultades innecesarias y el ecosistema del planeta sufre un cambio climático evitable.Pero quiero ir un poco más atrás en el tiempo. 

Durante un breve período, lo que Eric Hobs-bawm describió como el corto siglo XX, las fuerzas del establishment se unieron para hacer fren-te a los desafíos de una variedad de progresistas que buscaban cambiar el mundo. Quizá recuer-den que fueron los socialdemócratas originales quienes buscaron redistribuir el poder entre el capital y los trabajadores dentro del capitalismo, por ejemplo, los regímenes vinculados a la Unión Soviética experimentaron con modos de producción no capitalistas pero centralizados, Yugoslavia se esforzó por alcanzar la autogestión, hubo movimientos de liberación nacional en África y Asia y surgió el partido verde radical original en lugares como Alemania occidental.En ese entonces, el establishment estaba unido contra todos esos progresistas que de-safiaban la autoridad.

 Crecí en Atenas bajo una dictadura fascista de derecha que fue instigada por Estados Unidos durante el go-bierno de Lyndon Johnson. Paradójicamente, los gobiernos más progresistas de los Estados Unidos en lo que respecta a la política inter-na, la sociedad en general y los movimientos de derechos civiles fueron, sin embargo, los que no dudaron en apuntalar a los fascistas en Grecia o en bombardear Vietnam. De hecho, lo que ahora llamamos el establish-ment liberal utilizó a fascistas y déspo-tas locales libremente para establecer el llamado estilo de vida occidental.  

El miedo y el aborrecimiento al populismo de derecha que podemos encontrar hoy en cada página del New York Times no existía en ese entonces. El establishment liberal solo retrató como enemigos de la libertad a los progresistas, nunca a los monstruos como Papadopoulos o Pinochet.La situación cambió notablemente después de 2008, el año en que el sistema financiero occidental se derrumbó. Tras veinticinco años de financiarización, bajo el manto de una ideo-logía llamada neoliberalismo, el capitalismo global atravesó una crisis similar a la de 1929 que lo puso prácticamente de rodillas. 

La reacción inmediata fue utilizar las imprentas de los bancos centrales, pero también transferir las enormes pérdidas bancarias a los ciudadanos más débiles de todo el mundo con el fin de reavivar las instituciones financieras y los merca-dos. Esta combinación de socialismo para unos pocos y de estricta austeridad para las masas generó dos reacciones. 

En primer lugar, redujo la inversión real a nivel mundial (las empresas podían ver que las masas no tenían dinero para comprar sus pro-ductos, por lo que no invirtieron). Al mismo tiempo, las imprentas de los bancos centrales produjeron enormes cantidades de efectivo, lo que dio liquidez principalmente a los ricos. El resultado fue, por un lado, el descontento de la mayoría y, por el otro, estupendas riquezas para la oligarquía.En segundo lugar, propició el surgimiento de movimientos progresistas, levantamientos, como el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos y Gran Bretaña, los “indignados” en España y los aganaktismeni aquí en Grecia, y diversas fuerzas de izquierda que llegaron a manos de algunos líderes políticos en Améri-ca Latina. 

Pero el establishment logró aplacar-los de manera eficiente y directa (por ejemplo, el aplastamiento de la Primavera Griega en el verano de 2015) o indirecta por medio del es-tancamiento del capitalismo global (por ejem-plo, recordemos los regímenes progresistas la-tinoamericanos que fueron socavados cuando la demanda china de sus exportaciones colapsó debido al desequilibrio entre el ahorro global y la inversión global).

 Debido a que las causas progresistas fueron silenciadas una a una, el descontento de las ma-sas tuvo que encontrar una forma de expresión. Fue entonces cuando surgió un período de gue-rra posmoderna que imitó el ascenso de Mus-solini, quien prometió cuidar a los más débiles y hacerlos sentir orgullosos de ser italianos. 

 Nuestra generación fue testigo de lo que yo lla-mo el ascenso de la internacional nacionalista. La expresión derechista del Brexit. ¿Recuerdan el eslogan? “Queremos recuperar a nuestro país”, o Donald Trump, quien afirmó que se ocuparía de aquellos que Wall Street dejó de lado. Bolsonaro, Modi, Le Pen, Salvini, Orban.

 Es así que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la gran contienda política no se dio entre el establishment y una variedad de movimientos progresistas, sino entre diferentes partes del establishment autoritario: una parte se presenta como incondicional de la democra-cia liberal, la otra, como la representante de la democracia iliberal. 

Por supuesto, esta contien-da entre el establishment liberal y la internacio-nal nacionalista fue completamente ilusoria. Macron, el presidente de Francia, necesitaba a Le Pen, sin quien nunca se habría convertido en presidente. 

Y Marine Le Pen necesitaba a Ma-cron y al establishment liberal, cuyas políticas de austeridad avivaban la llama del descontento que la convertía en actora política.Sin embargo, el hecho de que el establishmentliberal y la internacional nacionalista fueran en realidad cómplices no significa que el conflicto cultural y personal entre ellos no fuera auténtico.  

La contienda era “auténtica”, por ejemplo, entre Hillary Clinton y Donald Trump, a pesar de la falta de una diferencia política real entre ellos. Por ejemplo, cuando Trump se mudó a la Casa Blanca, en lugar de drenar el pantano, contrató profesionales de Wall Street y los puso en el Departamento del Tesoro. 

Por lo tanto, a pesar de esta diferencia política inexistente entre ellos, la auténtica contienda entre estas figuras hizo casi imposible que los progresistas fueran escuchados debido a la cacofonía que provocó el conflicto.

 Es por ello, amigos míos, que necesitamos una Internacional Progresista. Porque la falsa oposición entre las dos variantes del autoritarismo gemelo (el establishment liberal y la internacional nacionalista) amenaza a la humanidad, ya que nos atrapa en una agenda de normalidad que destruye los proyectos de vida y desperdicia las oportunidades de poner fin al cambio climático.

 ¿Cómo podemos superar la opresión del auto-ritarismo gemelo? 

Recordemos nuestras derrotas en Grecia en julio de 2015, cuando tuvo lugar una rebelión progresista prometedora contra la “austeridad para el pueblo” y los “rescates para la oligarquía”. O bien el exitoso socavamiento de Jeremy Corbyn y Bernie Sanders dentro de sus propios partidos. Corbyn y Bernie Sanders, como les sucedió a los líderes progresistas populares de Brasil, Bolivia y Ecuador, fueron expulsados de la contienda política. Observemos el modo en que se coloca un velo de silencio sobre las valientes luchas por la autodeterminación de innumerables comunidades en África y la India. 

Analicemos atentamente este sinnúmero de derrotas. Seguramente coincidamos en que solo una Internacional Progresista eficaz y bien organizada podría prevenirlas. 

Compañeros, ¿acaso no ha llegado el momen-to de que los progresistas emulen a los banqueros y fascistas de la siguiente manera: mediante el uso, la implementación y la reactivación del internacionalismo? ¿Acaso no es momento de seguir su ejemplo, de unirnos más allá de las fronteras mediante una agenda común, de crear una narrativa común, de poner nuestras capacidades al servicio de la misma agenda a favor de la mayoría, deimplementar un plan de inversión conjunta para salvar el planeta? Este es el momento.

 Creo que ha llegado. Ahora es momento de formar una Internacional Progresista eficaz y exitosa, o compartiremos la culpa del fracaso de la humanidad en servir a las personas y al planeta.Pero, escucho que muchos de ustedes preguntan: “¿qué implica la Internacional Progresista en términos prácticos?”. “¿Qué significa en la práctica?”.

 Si bien un proyecto tan grande no puede basarse en un modelo ajeno y debe construirse de manera orgánica y democrática a través de la colaboración masiva de ideas, una cosa está clara, al menos para mí: la Internacional Progresista no tendrá éxito si simplemente emula esfuerzos, como el Foro Social Mundial o el formato de discusión abierta brillante de Occupy Wall Street o de los “indignados”, que brindó una plataforma para que todos se expresaran. 

Necesitamos algo de lo que carecieron los primeros intentos de unir a los progresistas: un programa común y un plan de acción colectiva.

 Ya he hablado a favor de confrontar el in-ternacionalismo de los banqueros y los fascistas con un internacionalismo progresista. No olvidemos que los fascistas y los banqueros tienen un programa común. Ya sea que hablemos con un banquero en Chile o con uno en Suiza, escucharemos la misma historia: que la ingeniería financiera proporciona el capital necesario para invertir en todo lo que necesitamos, que la privatización es una necesidad que solo los tontos y los pensadores irracionales disputan, que es necesario ofrecer a los inversores certeza frente a las legislaturas, los populistas, los parlamentos y los tribunales locales. 

De manera similar, cada vez que hablamos con un miembro de la internacional nacionalista, escuchamos la misma historia: que las cercas fronterizas electrificadas son esenciales para las democracias soberanas, que el trabajo migrante amenaza nuestra cultura y nuestro sistema de bienestar social, que es importante proteger a los nativos al mismo tiempo que se dificulta la vida de aquellos considerados ciudadanos menos leales o dignos, o que profesan la religión equivocada. 

Mi punto es el siguiente. Los progresistas también necesitan un programa común. También debemos tener un solo discurso con una misma voz humanista y programática en todo el mundo. 

Por supuesto, el discurso no sirve un propósito si no está respaldado por la acción. El establish-ment liberal no tiene este problema, ya que gobierna en casi todas partes y, aunque no sea parte real del gobierno, ciertamente está en el poder. Las acciones de sus políticos, burócratas y banqueros tienen un impacto en el mundo cada segundo del día, de manera permanente y consistente para promover su propio programa común colectivo. 

 La internacional nacionalista también influye en el mundo. Ya sea a través de la violencia en las calles de Portland o de El Pireo, o mediante las políticas de Trump, Bolsonaro y Modi, siempre actúan en total armonía con su agenda común misantrópica, xenófoba y reaccionaria. Tenemos que emularlos también en este sentido: tenemos que planificar y llevar a cabo acciones colectivas. 

En resumen, la Internacional Progresista necesita dos cosas: un programa común y un plan de acción colectiva poco común.¿Qué plan de acción colectiva deberíamos concebir? (...)

 ¿Cómo debería ser nuestro plan común? ¿Por qué deberíamos luchar?La buena noticia es que tenemos una gran variedad de Green New Deals en-tre los que podemos elegir. Sin embargo, si bien cada uno propone ideas útiles, es necesario sintetizarlas en un plan global, coherente y coordinado a nivel internacio-nal, un Green New Deal que sea común a todos los progresistas.

 Sabemos lo que debemos hacer, lo que debe ser parte integral de esta red internacional. Necesitamos que la generación de energía cambie por completo de modo que se reemplace el consumo de combustibles fósiles por el de energías renovables. 

Necesitamos que el transporte terrestre sea eléctrico, mientras que el transporte aéreo y el transporte maríti-mo deben recurrir a nuevos combustibles sin carbono, como el hidrógeno. La producción de carne debe disminuir de forma significativa, y debemos hacer un mayor énfasis en los cultivos de plantas orgánicas. Necesitamos límites estrictos al crecimiento físico (desde la producción de toxinas y CO2 hasta el cemento). 

También sabemos que todo esto costará al menos USD 8 trillones anuales. Necesitamos crear, visualizar y planificar instituciones que coordinen los diversos trabajos y distribuyan los costos y los beneficios entre el Norte global y el Sur global. Sin duda, la tarea parece enorme. En un mundo donde incluso el modesto Acuerdo de París está hecho trizas, es muy fácil rendirse y que triunfe la desesperanza. 

Esta es precisamente la razón por la que necesitamos una narrativa del New Deal a escala global.

 Franklin D. Roosevelt tuvo éxito en 1933 porque llegó en el momento en que las uvas de la ira “se están llenando y se vuelven pesadas, listas para la vendimia”. (...) El éxito del New Deal fue presentar un plan que tenía sentido para quienes habían perdido la esperanza y ofrecerles oportunidades a los emprendedores. 

Se trató de un plan que cambió el marco con el que la mayo-ría de las personas valoraba sus circunstancias y capacidades colectivas.Las cuestiones clave con respecto a la financiación y distribución también se pueden responder a través de este nuevo marco. Los USD 8 trillones que necesitamos anualmente se pueden financiar tanto con fuentes públicas como privadas. Las finanzas públicas, al igual que en el New Deal original, deben involucrar instrumentos financieros como bonos transnacionales e impuestos neutrales a las ganancias sobre el carbono, para que el dinero recaudado de los impuestos al diesel pueda ser devuelto a los ciudadanos más pobres que dependen de los automóviles diesel, para así fortalecerlos en general y también permitirles comprar un automóvil eléctrico. 

Mientras tanto, ¿cómo derrotamos la evasión fiscal sin una tasa impositiva corporativa efecti-va mínima global, es decir, el internacionalismo, una tasa impositiva corporativa mínima del 25%, que luego se redistribuya en todo el mundo te-niendo en cuenta la distribución geográfica de las ventas que generan las multinacionales?Para invertir estos recursos en inversiones ecológicas, necesitamos nuevas organizaciones, como una nueva Organización para la Coope-ración Ambiental de Emergencia (OEEC), homónima de la OEEC original que se utilizó en la década de los cincuenta para canalizar la financiación del Plan Marshall hacia Europa con el fin de reconstruir el continente. Esta vez no reconstruiremos, sino que construiremos nuevas tecnologías verdes, será una transición verde.

 No reconstruiremos la contaminante industria marrón. La OEEC, por lo tanto, combinaría la capacidad intelectual de la comunidad científica internacional en algo así como un Proyecto Manhattan verde, que en lugar producir asesinatos en masa, tendría como objetivo evitar la extinción. 

Si somos aún más ambiciosos, la Internacional Progresista podría proponer una Unión de Compensación Monetaria Internacional, del tipo que sugirió John Maynard Keynes durante la conferencia de Bretton Woods en 1944, que incluiría restricciones bien diseñadas a los movimientos de capital. Al reequilibrar los salarios, el comercio y las finanzas a escala mundial, tanto la migración involuntaria como el desempleo involuntario retrocederían, y se pondría fin al pánico moral con respecto al derecho humano a movernos libremente por el planeta. 

La necesidad de una agenda común y un plan de acción colectivo común implica que la Internacional Progresista debe incluir una organización internacional. La gran pregunta para todos los involucrados en la magnífica iniciativa de la Internacional Progresista es la siguiente: ¿cómo podemos crear esta organización esencial sin convertirnos en presa de los escollos organizativos habituales, como la burocracia, la exclusión, los juegos de poder que tienen lugar dentro de nuestras organizaciones? 

Esta es una pregunta difícil, para la que no tengo respuesta, y que los miembros del Conse-jo de la Internacional Progresista deben abordar. Sin embargo, no tener una respuesta a esta al-tura es algo bueno, ya que debemos descubrirla juntos. Debemos buscar financiación de manera colectiva, colaborar de forma masiva, cocrear.El único punto que quiero señalar en este momento es que la dificultad de responder a esta pregunta sobre cómo establecer una organización eficaz no es excusa para no continuar. Los ban-queros y los fascistas han encontrado respuestas.  

Para nosotros los progresistas, que tenemos una aversión natural a las jerarquías, las buro-cracias y las usurpaciones del patriarcado y el paternalismo, es más difícil lograrlo. Se nos dificulta organizarnos a escala global, pero tenemos el deber de encontrar respuestas. (...)

 Nuestra Internacional Progresista debe tener en cuenta seriamente la posibilidad de que no solo valga la pena terminar con el capitalismo por las válidas razones progresistas y socialistas, sino, lo que es más urgente, debe considerar que el capitalismo sufre un espasmo y está dando lugar a un poscapitalismo distópico en este mismo momento. Si estoy en lo cierto al respecto, incluso los miembros de la Internacional Progresista que albergan esperanzas de civilizar el capitalismo, deben considerar la posibilidad de que la Internacional Progresista tenga el deber de mirar más allá del capitalismo, de hecho, de planificar un poscapitalismo humanista decente. (...)

En un libro que se publicó esta semana, llama-do Another Now, trato de imaginar que mi gene-ración respondió en 2008 al colapso de los merca-dos financieros. Seamos creativos e imaginemos que organizamos pacíficamente una revolución de alta tecnología que condujo a una democracia económica poscapitalista. ¿Cómo sería?

 Para ser atractivo, nuestro poscapitalismo debería presentar mercados de bienes y servicios. (...)

¿Puede funcionar una economía avanzada sin mercados laborales? Por supuesto que sí. Enmen-dar la ley corporativa para convertir a todos los empleados en socios igualitarios, otorgándoles un voto no negociable por persona, una acción por persona, es una propuesta tan radical hoy como lo fue el sufragio universal en el siglo XIX. 

Al otorgar a los empleados el derecho a voto, una idea propuesta por los primeros anarcosindi-calistas en la década de 1920, se pone fin a la distinción entre salarios y ganancias, y las nuevas herramientas de colaboración digital están listas para eliminar todas las ineficiencias que, de otro modo, obstaculizarían las perspectivas de una corporación gestionada democráticamente. 

 La posibilidad de un proceso de producción de vida económica democratizado se vuelve distinta, lo que provocaría la desaparición de los mercados de acciones y la necesidad de una deuda gigantesca para financiar fusiones y adquisiciones.Los bancos centrales, que brindan a todos los ciudadanos de su país una cuenta bancaria digital gratuita, están pensando en hacerlo bajo el capitalismo.

 Una vez que desaparezca el apalancamiento de la deuda de las fusiones y adqui-siciones vinculadas a los mercados de acciones y la banca personal, ¿de qué servirán los bancos? ¿También desaparecerán? Goldman Sachs y otros grupos similares se extinguirán, sin que siquiera necesitemos prohibirlos legalmente. 

¿Qué pasaría si lleváramos esta idea más allá y propusiéramos que el banco central también acreditara a cada una de esas cuentas un estipendio mensual fijo (un dividendo básico universal)?  

Como todos usarían su cuenta del banco central para realizar pagos internos, la mayor parte del dinero acuñado por el banco central se transferirá a su libro de contabilidad. Además, el banco central podría otorgar una cierta cantidad de di-nero a todos los recién nacidos, un fondo fiduciario que utilizarían al cumplir 18 años. 

Por lo tanto, las personas en el sistema de mercado, el sistema de mercado socialista poscapitalista, recibirían dos tipos de ingresos. Por un lado, dinero que ingresa como dividendos sociales y que proviene de la participación en las ganancias por trabajar en una empresa corposindicalista. En esta economía, ¿cómo se financiaría el gobierno? No se necesitarían más los impuestos a las ganancias, no se necesitarían más los impuestos sobre las ventas. En cambio, tres tipos de impuestos financiarían esta clase de gobierno. 

Primero, un impuesto a todas las empresas, que serían cooperativas, solo sobre el 5% de sus ingresos. 

En segundo lugar, un impuesto al carbono. Siempre lo necesitaremos hasta que logremos una economía con cero emisiones de carbono. 

Y en tercer lugar, el producto del arrendamiento de tierras (que pertenecería en su totalidad a la comunidad) para uso privado y por tiempo limitado, cuyo alquiler también iría a la comunidad. 

Una vez que se incorpora este principio, un modelo socialista de mercado surge por sí solo.  

Cuando están liberadas del poder corporativo, de la indignidad impuesta a los necesitados por parte del Estado de bienestar y de la tiranía de la contienda entre ganancias y salarios, las personas y las comunidades pueden comenzar a imaginar nuevas formas de desplegar sus talentos y creatividad.

 En resumen, frente a la onerosa tarea de luchar contra los autoritarismos gemelos, los progresistas necesitamos un plan, una organización común y una voluntad común de concebir el poscapitalismo juntos. Nuestra Internacional Progresista es una oportunidad única para satisfacer estas tres necesidades. En todo el mundo. Podemos hacerlo."

Yanis Varoufakis: ¿Qué vendrá después del capitalismo?... Libros CLACSO, Libro digital, 2020... ver en PDF

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