"En las últimas semanas, en la red se han sucedido los hilos hablando sobre potencia renovable instalada, generación de energía verde y despliegue de grandes instalaciones. El debate se articula entre dos posturas diferenciadas de, por un lado, quienes consideran que las medidas prioritarias deben centrarse en los tejados; por otro, quienes argumentan que, además de apostar por el autoconsumo, la emergencia climática requiere de mayores instalaciones. En el centro, una verdad incontestable: la transición energética no es una necesidad de futuro, sino de presente.
Las «zonas de sacrificio» son un concepto acuñado por la escritora Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima para hacer referencia a una verdad incómoda de los combustibles fósiles: el carbón, el gas y el petróleo fueron –y, en muchas ocasiones, son– extraídos mediante procesos que entrañan un altísimo coste humano, social y ambiental para las comunidades que tienen la suerte de albergar en su subsuelo estos tesoros energéticos.
La actual transición que vivimos hacia un nuevo modelo basado en las energías renovables debería significar, entre otras cosas, el fin de las zonas de sacrificio: las energías limpias no suponen un peligro en cuanto a la contaminación de los ríos, los mares y el aire que respiramos. Sin embargo, sí tienen asociadas otras complicaciones que afectan directamente a diversos territorios y no de la misma forma.
Hace unas semanas, se produjo un pequeño incendio digital a raíz de un manifiesto publicado por la Alianza Energía y Territorio (ALIENTE), una plataforma en la que participan más de 200 entidades y colectivos, presentes en doce comunidades autónomas, y entre los que se encuentran multitud de movimientos ambientales, sindicatos, fundaciones, colegios profesionales, ayuntamientos y cooperativas energéticas. En él, advierten del «daño al equilibrio y cohesión del territorio, a la biodiversidad y al desarrollo local sostenible» que provocan las grandes instalaciones renovables centralizadas. Una clara alusión a los enormes parques fotovoltaicos y eólicos que consideran perjudiciales para el patrimonio natural, el turismo y la agricultura en algunos parajes. Su visión se resume en un grito de guerra: «renovables sí, pero no así».
Frente a este modelo, ALIENTE aboga por la «la generación distribuida y las pequeñas instalaciones renovables», que permiten una mayor compatibilidad con la ordenación del territorio por su proximidad a los centros de consumo. De hecho, acaban de presentar además el estudio Renovables sostenibles: fotovoltaica, desarrollado por el Observatorio de Sostenibilidad, que concluye que «toda la potencia renovable proyectada cabe en zonas ya alteradas, sin sacrificar nada más».
«Existen más de 300 mil hectáreas en tipos de superficie como tejados y cubiertas, zonas industriales, vertederos, escombreras, minas abandonadas, zonas aledañas a infraestructuras de autovías, autopistas y vías férreas, canales al aire libre e invernaderos ya consolidados en los que sería posible instalar fotovoltaica», calculan en el informe. Todo ello, insisten, sin afectar ni a un solo metro de territorio protegido por alguna de las muchas figuras ambientales existentes (Reserva de la Biosfera, Red Natura, ZIM, ZEPA, LIC, etc.).
¿Realmente basta con los tejados?
Pero para el director general del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), Joan Groizard, la realidad es otra bien distinta. En un episodio del podcast Sendas, dedicado a la transición ecológica, manifestó recientemente su postura sobre el reparto de las cargas de la transición energética. «Claro que hay que aprovechar todos los tejados y todas las cubiertas», señaló, pero sin perder de vista que también «hay que ocupar territorio: si estamos en una emergencia climática, no da tiempo a estar pensándolo varias décadas».
El responsable del IDAE, entidad dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, se pronunció claramente sobre los planteamientos recogidos en el manifiesto lanzado por ALIENTE. «Cuando decimos ‘renovables sí pero no así’, porque nos preocupa el impacto paisajístico y ambiental de las renovables, hay que ver si, realmente, lo que estamos diciendo es ‘renovables, bueno, ya veremos cómo y cuándo’ si no somos capaces de plantear un escenario alternativo», comentó.
Groizard no es el único con esta postura. Pedro Fresco, exdirector general de Transición Ecológica de la Comunidad Valenciana, era destituido hace unas semanas por sus discrepancias con Compromís, que defiende empezar la transformación del modelo energético por pequeños proyectos solares de autoconsumo en los tejados. Él cree que el debate planteado es irreal porque, aunque haya que seguir avanzando e instalando fotovoltaica a escala doméstica, con eso no sería suficiente. «El año que hemos instalado más fotovoltaica de autoconsumo en España (2020) fueron casi 600 MW. Aunque pudiésemos duplicar esa cifra, tardaríamos casi 40 años en conseguir llenar todos los tejados, es decir, 40 años para conseguir ese 6,5% de la energía final que consumimos hoy. Y les recuerdo que tenemos que descarbonizar la economía entera en 29 años. Como ven, es absolutamente inviable eso de los tejados primero. No, la emergencia climática requiere que se haga todo a la vez», explicaba en un artículo varios meses antes de su cese.
En él, aunque reconocía que existen algunos proyectos renovables inadecuados o municipios que no se ven suficientemente compensados por albergarlos, como también denuncia ALIENTE, advertía del riesgo de dar alas a ciertas narrativas que, sin ser negacionistas del cambio climático, si contribuyen al retardismo. «Tan sólo se me ocurren dos formas coherentes de oponerse a la instalación de energías renovables: la primera, abrazando efectivamente el negacionismo climático; la segunda, proponiendo un desarrollo masivo de centrales nucleares. Intentar oponerse al desarrollo rápido de renovables sin defender una de esas dos opciones resulta un ejercicio de funambulismo argumental insostenible en el tiempo», sostenía.
En Twitter, reconocidos activistas climáticos se pronunciaron tras su cese y se alinearon con sus argumentos a favor de instalar masivamente energías limpias. «Tenemos muy poco tiempo y necesitamos correr. Y no, los tejados no son suficientes. Necesitamos plantas en tierra y eólica. Frenar la instalación de renovables significa seguir usando combustibles fósiles», reclamaba por ejemplo Javier Peña, comunicador y divulgador viral con sus vídeos en Hope. Desde entonces, el debate sobre el modelo energético ha estado encendido en los medios especializados y generalistas y en la propia red social, donde en las últimas semanas se han ido acumulando hilos con datos técnicos para avalar las cuentas.
Dialogar con los territorios y acelerar la burocracia
Para Carlos Ariñez, uno de los principales impulsores de Luco Energía –la primera comunidad energética de Aragón y una iniciativa ciudadana reconocida además con el Premio Aragón Medio Ambiente 2022 por su contribución al medio ambiente rural–, la cuestión es compleja pero no reviste mayores contradicciones. En referencia a la postura de Groizard, Ariñez reconoce los esfuerzos de las entidades públicas para acelerar la transición energética –según el propio responsable del IDAE, el gobierno ha dedicado más de 1.300 millones de euros en actuaciones para autoconsumo, entre los que se incluye además una partida específica de 100 millones de euros para comunidades energéticas– pero lamenta que no se esté produciendo, hasta el momento, un necesario «diálogo con los territorios».
También critica los muchos problemas con los que se están encontrando él y sus compañeros para iniciar la actividad de la comunidad energética, una figura novedosa para el autoconsumo y la autoproducción de energía gestionada de forma participativa por sus propios miembros. Un nuevo actor en el enrevesado sector de la energía al que le está costando hacerse hueco, a pesar de su creciente popularidad: como cuenta, ya llevan casi año y medio perdido para la puesta en marcha de Luco Energía por diversos problemas, derivados del desconocimiento de la normativa por parte de los técnicos municipales –en su caso, del Ayuntamiento de Calamocha– y de la lentitud de la distribuidora energética para aprobar el último trámite pendiente.
«No solo está pasando con esta comunidad energética, sino que la puesta en marcha de otras va a sufrir los mismos problemas o más», asegura Ariñez. José Miguel Granados, miembro de CooperaSE, cooperativa granadina de servicios energéticos dedicada a la transición hacia las renovables e involucrada además en la constitución de la Comunidad Energética del Río Monachil, comparte su testimonio.
En este caso, hablamos ya de dos años de espera. «Casi todos los elementos que intervienen han fallado de un modo u otro», señala Granados. Estas dificultades empezaron con la Junta de Andalucía, cuya plataforma digital para el registro de instalaciones renovables no incluía entre sus opciones la del autoconsumo colectivo, un motivo por el que tuvieron que acudir a otras vías para dicho registro.
Este fue sin embargo el menor de los problemas. Después ha venido el laberinto de notificaciones, confusiones y retrasos protagonizado por la distribuidora de la zona –la dueña de la infraestructura eléctrica, es decir, de los cables y los postes–, todas las comercializadoras implicadas –uno por cada miembro de la comunidad, ya que la comercializadora es a quien pagamos como consumidores la factura de la luz– y la empresa encargada de conectar el nuevo contador.
Sin embargo, pese a estas dificultades, el miembro de la cooperativa granadina insiste en la necesidad de apostar por la autogestión ciudadana de la energía. Si no, insiste, la alternativa es la de fiarlo todo al modelo de los grandes parques fotovoltaicos y eólicos. «En Granada, tenemos una zona que parece el lejano oeste y que está totalmente despoblada. Allí por muy poco dinero puedes montar un gran parque», lamenta Granados.
Más allá de las discrepancias, parece claro el punto común del debate: urge acelerar la transición energética hacia un modelo renovable que garantice la descarbonización. Aunque se debata el cómo, está claro el porqué: la transformación no podrá realizarse sin consenso y, enfrente, el tiempo corre y el enemigo es más grande que nunca. De conseguirlo depende terminar, de una vez por todas, con esas zonas de sacrificio." (
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