8/5/23

El candidato a la alcaldía de Santander que se ha tatuado el Quijote... llama la atención que apueste por una dimensión mucho más amplia de la cultura... pero es que son precisamente las clases trabajadoras las que no se pueden permitir la separación de la cultura. Las clases con más recursos, que cada vez le dan menor importancia, y que ya ni siquiera la utilizan como marcador social, pueden dedicar su tiempo a otras actividades ociosas. Pero los estratos menos favorecidos no pueden darse ese lujo, ya que reduce sus perspectivas vitales: "En lugar de que tu campo de visión se estreche lo máximo posible, se trata de poder acceder a ese terreno que amplía la libertad, que es el valor político supremo. La cultura forma parte de la expresión humana más fundamental y nos da la posibilidad de elevarnos a una categoría civil superior". Y, en este orden, "el movimiento obrero siempre entendió que era fundamental que los trabajadores participaran, que generaran sus propias pautas y expresiones" (Esteban Hernández)

 "Hay momentos en los que se condensa toda una vida. En ellos se toman decisiones que son percibidas como producto de un ímpetu irreflexivo, pero que, desde una perspectiva larga, están tejidos por una rocosa coherencia. Uno de esos instantes vivió Keruin P. Martínez (Puerto Plata, República Dominicana, 1989) en un autobús del que decidió apearse. Martínez llegó a España con 12 años y se instaló con su familia en Galicia. A los 17 se marchó a Santander. Era un joven con inquietudes, por lo que sus profesores insistieron en que continuase formándose después de la ESO. 

Martínez tenía escasos recursos, provenía de la clase trabajadora, y la educación suponía un camino de salida obvio. Se matriculó en formación profesional, en el área informática, ya que se trataba de un sector que prometía muchas posibilidades laborales. "El cuarto día de curso", explica Martínez, "iba hacia clase, dándole vueltas a la cabeza. Me bajé del autobús y fui directo a matricularme en Historia".

En términos objetivos, parecía una mala decisión: implicaba cambiar un sector en auge por otro en declive; optar por un futuro laboralmente improbable en lugar de por uno ventajoso. Este es uno de los reproches que suelen formularse por los economistas a las poblaciones: eligen carreras sin recorrido en el mercado en lugar de formarse en aquello que se cotiza. Así se explica que no haya clases medias: muchos de sus hijos prefieren cursar humanidades y se condenan a la precariedad, en lugar de estudiar matemáticas o tecnología y alcanzar el éxito.

El impulso de Keruin Martínez iba más allá de ese determinismo económico. Quizá le condenase a una vida materialmente más precaria (su sustento ha sido la hostelería), pero era difícil resistirse a "un gran deseo de conocer que me ha llevado a formarme continuamente". Y más difícil todavía resultaba evitar el impulso ético. Su decisión vinculaba su vida con la cultura, con aquello "que ha posibilitado al ser humano dar un salto desde las necesidades básicas de la supervivencia a un escalón superior, y que nos permitía acumular, transmitir y generar experiencias". No se trataba únicamente de estudiar una materia que pudiera ser útil a la hora de buscar trabajo, sino de conocer y entender una sociedad de la que se forma parte. Algo a lo que hemos renunciado, porque creemos que las humanidades no son más que una vía de descenso social.

Lo que los trabajadores no se pueden permitir

Martínez lo analiza justo en sentido contrario, y por eso lo lleva al terreno político. Son precisamente las clases trabajadoras las que no se pueden permitir la separación de la cultura. Las clases con más recursos, que cada vez le dan menor importancia, y que ya ni siquiera la utilizan como marcador social, pueden dedicar su tiempo a otras actividades ociosas. Pero los estratos menos favorecidos no pueden darse ese lujo, ya que reduce sus perspectivas vitales: "En lugar de que tu campo de visión se estreche lo máximo posible, se trata de poder acceder a ese terreno que amplía la libertad, que es el valor político supremo. La cultura forma parte de la expresión humana más fundamental y nos da la posibilidad de elevarnos a una categoría civil superior". Y, en este orden, "el movimiento obrero siempre entendió que era fundamental que los trabajadores participaran, que generaran sus propias pautas y expresiones".

Martínez, que se declara humanista en el sentido clásico, "nada de lo humano me es ajeno", siente un especial aprecio por la figura de don Quijote: "Formo parte de la civilización hispánica, o si quieres, latina, que es el sustrato general y mestizo en el que nos hemos formado todos. Ahora parece normal que asumamos elementos propios de lo anglosajón y nos resulta extraño algo que proviene de España. Pero el Quijote es un símbolo que condensa mucho de lo mejor de nuestra idiosincrasia, y siempre ha estado presente en mi vida".

En una época de "pesadumbre ideológica, en la que muchos elementos clave del universo cultural de la izquierda estaban siendo puestos en cuestión", decidió realizar un acto simbólico: se tatuó la figura de don Quijote que dibujó Picasso. "Es un personaje trágico, a veces patético, en el que vive un idealismo necesario", que le resultaba idóneo para entender cuál era su lugar, y para asumir que "da igual lo cansados que estemos y lo oxidadas que estén nuestras armas, porque la pelea sigue ahí. Era el momento de coger la adarga, subir al rocín, hacerse acompañar por un perro flaco y tirarse a los caminos".

Las preguntas que nos formula

Más allá de su posicionamiento en un ámbito ideológico concreto, la historia de Keruin Martínez nos interpela desde varios puntos de vista. El olvido, cuando no el desprecio, por elementos reflexivos y creativos de nuestra sociedad está tomando cuerpo de una manera insistente. Las experiencias históricas pueden ser iluminadoras respecto del presente, de los retos que afrontamos hoy, y de los caminos que podemos seguir en el futuro, pero las consideramos simple materia para series y novelas

 Las ciencias sociales se han convertido en una medición continua de variables que nos ofrecen una foto acerca de lo que la gente dice de sí misma, pero que, a menudo, no nos permiten conocer en profundidad los elementos políticos y sociales que atraviesan nuestra sociedad, y menos aún anticipar las tendencias que conformarán los años próximos. La creación cultural es mucho más un instrumento de generación de recursos, y de elementos distintivos entre clases progresistas, que una forma de conocimiento y de conexión con las constantes humanas y de creación de nuevas expresiones. Todo aquello que tiene que ver con el conocimiento y con la creación parece fácilmente reemplazable por sistemas mecanizados y sistematizados que últimamente llaman inteligencia artificial.

Esa misma perspectiva, además, toma cuerpo en las profesiones: las disciplinas salidas del humanismo son consideradas un residuo del pasado que carecen de validez para ganarse la vida, de modo que lo mejor que se puede hacer es relegarlas a aficiones para tiempo de ocio. Es una forma de pensar que está deteriorando nuestra sociedad, porque nos impide pensar sobre ella, entender causas y efectos, y, por tanto, elegir las mejores soluciones.

En esto coinciden, además, la derecha y la izquierda. Unos porque la reducen a formas de ocio, ya poco distinguidas, los otros porque la perciben como un instrumento de atracción de la atención de los jóvenes y de generación de opinión política: su idea de la cultura es que Jorge Javier o Ibai les den su apoyo en las elecciones, quizá porque "confunden la herramienta con el mensaje y se vuelven instrumentalistas y constructivistas".

Por eso llama la atención que Keruin Martínez, candidato a la alcaldía de Santander por Izquierda Unidas-Podemos, apueste por una dimensión mucho más amplia de la cultura, que lo haga de una manera decididamente anclada en nuestra herencia histórica, y que entienda y defienda todo aquello que nos aporta, individualmente y como sociedad."                       (Esteban Hernández, El Confidencial, 06/05/23)

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