“Ahora el Financial Times sugiere que el Banco Central garantice las deudas hipotecarias. La explicación del cambio de actitud de quienes no hace tanto decían que "a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga", no hay que buscarla en las páginas del American Economic Review. (…)
Cabe la tentación de acudir a la explicación que nunca falla: la conspiración. Si el agua que se negó a tantos se suministra sin tasa a Wall Street es porque en las bambalinas están los que mandan. Una explicación con escaso vuelo en su versión más rústica, la que hace de los gobernantes una suerte de miserables a sueldo de los poderosos.
Pero a la que esta vez no le falta un germen de desoladora verdad. El mecanismo, eso sí, no es el de una simple correa de transmisión. Al menos, no en los países con instituciones que no son de cartón piedra. El mecanismo es más respetuoso con los políticos, aunque más desalentador con el orden del mundo.
Se llama expectativas. Hay que transmitir seguridad a quienes disponen de los recursos. Si se quiere que la máquina funcione, hay que allanar el camino a sus deseos. Sobre ese paisaje se edifican nuestras economías. El problema no está, como algunos moralistas parecen creer, en la codicia.
La codicia, con ser importante, no es el único cemento con el que está amasada la especie. Sobran los experimentos que muestran que estamos dispuestos a echarnos una mano incluso a costa de nuestros ingresos. Puestos a decirlo todo, no está de más recordar que otros tantos experimentos confirman que quienes han sido retribuidos por una actividad, expuestos al mercado, por así decir, muestran una menor disposición a colaborar gratis et amore en cualquier cosa que se les pida.
No, la codicia no es el problema. Si acaso, que sólo cuenta la codicia de unos cuantos. La frustración de los anhelos de la mayor parte de la gente incumbe, a lo sumo, a los próximos e, incluso, puede beneficiar a unos cuantos psicólogos.
Para unos pocos, en cambio, su mala suerte es la mala suerte de todos. Sucede sin estridencias. Si las cosas no les parecen bien, si sus voces no son atendidas, se irán con lo suyo a otra parte en donde les hagan más caso. (…)
Es lo que tiene la discreción, que no hace ruido. Quizá por eso los norteamericanos digieren con mayor naturalidad los 350.000 millones que se defraudan a Hacienda que los 525 millones que cuestan los atracos. En esas están los argentinos y los usuarios de cercanías. (…)
Su truco, el de los poderosos, consiste en disponer del suficiente poder como para que sus intereses se presenten como los intereses de todos. El resultado es un fijo: la banca siempre gana. Porque si pierde, perdemos todos. Y si gana, no tanto. Unas reglas que difícilmente estará dispuesto a quebrar quien quiera ganar las próximas elecciones.” (FÉLIX OVEJERO LUCAS: Economía melancólica. El País, ed. Galicia, Opinión, 03/05/2008, p. 27)
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