18/6/09

La felicidad bien entendida

"Y, unos minutos después, ahí está el Mágico González -sentado al abrigo de un árbol enorme que recuerda a los dragos milenarios de Cádiz-, como si no hubiera pasado el tiempo. Con su media melena, sus pantalones de chándal, sus gafas de sol en medio de la noche.

Dice la leyenda que sus entrenadores lo tenían que ir a buscar a las discotecas, que se quedaba frito en los vestuarios, que se iba a dormir siempre tarde y nunca solo, que pudo haber sido lo que no llegó a ser, pero que aún así fue mucho... Y si no se acuerdan o no tienen edad para acordarse, dense una vueltecita por You Tube, escriban Mágico González y lo entenderán todo. O casi todo.

Porque lo que no enseñan los vídeos es el carácter de Jorge González. "Mi obsesión siempre fue pasarlo bien. Quise ser feliz sin pisotear a nadie". Y tal vez por eso no haya en ningún otro lugar un héroe tan querido. Mágico tiene dos extrañas virtudes. Una es que habla bien de todo el mundo. La otra es que le echa agua a sus méritos.

Cuando se le recuerda que fue un artista, contesta: "Eso decían en Cádiz". Cuando alguien pone sobre la mesa que el duende no se aprende, matiza: "Pero la falta de arte se puede suplir con el trabajo...". Al final de la cena, Jorge González choca sus puños con los camareros y sale al aparcamiento. Se despereza, mira la luna y sonríe: "Qué bien lo pasé yo jugando en el Cádiz. ¿Nos tomamos una copita?". El área y la madrugada. Los amados territorios del Mágico." (Mágico González: "Mi obsesión fue ser feliz sin pisar a nadie". El País, ed. Galicia, Última, 17/06/2009)

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