10/3/10

Feminismo

"Ahora bien, mientras que la idiosincrasia nacionalista es difícilmente conjugable con el concepto moderno de ciudadanía, el imperante feminismo de la diferencia constituiría una especie de perversión identitaria con respecto a las aspiraciones cívicas que inspiraron al feminismo clásico.

Al igual que el nacionalismo excluyente o cualquier otra ideología que establezca distinciones ontológicas entre los seres humanos, lo que define al feminismo radical es su sectarismo. Lo expresa muy bien Odo Marquard: "Buscan chivos emisarios, diablos generados desde dentro, humanos-no humanos, a los que cuelgan el blasón de ser los autores de la infelicidad en la historia, de modo que los agentes del progreso puedan estilizarse como exclusivos portadores de la felicidad, o sea, como salvadores". La propia denominación "violencia de género" proyecta una sombra de sospecha sobre cualquier individuo por su mera pertenencia a un determinado sexo. La prueba: la exclusión de las estadísticas oficiales de las víctimas que pertenezcan al sexo masculino o a los colectivos de gays y lesbianas.

Si el nacionalismo es, en definición de Santayana, "la indignidad de tener un alma controlada por la geografía", el feminismo, en su formulación más identitaria, consistiría en tenerla dominada por el sexo. Los individuos devienen, así, arquetipos: simplificaciones más o menos estereotipadas en las que cualquier rasgo de singularidad se convierte en la expresión de una imperfección o deficiencia que debe ser suprimida. Por eso, aunque este tipo de perspectivas introducen una dimensión de anomia que perjudica la salud democrática de toda la sociedad, quizá sus víctimas más directas sean, paradójicamente, las propias mujeres.

Al confundir igualdad con homogeneidad, el feminismo feroz interpreta que cualquier opción personal que no comulgue con sus parámetros supone una agresión potencial contra las determinaciones convencionales de la Idea. El pretexto de Procusto será, a tales efectos, la apelación a la dignidad, que no es nunca la dignidad de las personas concretas, sino la que totémicamente le es asignada al ídolo ideológico por la minoría sacerdotal que custodia sus esencias: quien domine el arquetipo tendrá el poder de decretar qué es lo bueno y qué es lo malo. (...)

Como en toda ideología cerrada se juega con dos recursos cardinales: en primer lugar, la descalificación integral de cualquier crítica que venga a poner en evidencia la naturaleza de sus excesos. El segundo, es la conminación a que cualquier diferencia, por razonable que pueda ser, debe ser silenciada para no hacer el juego a aquello que se pretende combatir. Afirmar, por ejemplo, que no todo vale para combatir la "violencia de género", supone la acusación fulminante de ser al menos cómplice, cuando no instigador de la misma." (MANUEL RUIZ ZAMORA: Feminismos. El País, ed. Galicia, opinión, 01/03/2010, p. 29)

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