Se hacen porque sí. En cambio, para cargarse a una persona hace falta un motivo de cierta envergadura, y si el objetivo es una colectividad, lo que hace falta es una ideología. Y para esta función, casi todas valen.
Ahora bien, los actos humanitarios hay que hacerlos a golpe de buena voluntad, normalmente quedan sin recompensa y además suelen ser aburridos. Saludar en el ascensor, ceder el asiento a un anciano o cuidar a un enfermo no son actividades estimulantes.
Por el contrario, una buena ideología, una causa fetén, no sólo justifican cualquier barbaridad, sino que dan un subidón a quien mata o a quien se inmola berreando eslóganes. El problema es que, a diferencia de las buenas obras, que son labor menuda y pasan sin dejar rastro perceptible, las ideologías enseguida alzan el vuelo; los profetas son sustituidos por aprovechados, salvo que los propios profetas decidan hacer doblete, y el propósito inicial deriva en un aparato jerarquizado que a menudo actúa con voluntad propia, incluso contra los planes de sus propios adherentes.
Como ya no hay responsabilidad individual, pasar a las vías de hecho cuesta poco. Entonces alguien ha de salir a decir que no era eso, que ha habido un problema de interpretación. Y a mesarse las barbas." (EDUARDO MENDOZA: Interpretación. El País, 20/09/2004)
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