"Entre la Depresión de los años 30 y la crisis económica contemporánea
han transcurrido 80 años, pero hay similitudes. Ambas fueron precedidas
por periodos de crecimiento económico espectacular, con aumentos de
productividad que no repercutieron en los trabajadores, quienes
perdieron poder de compra y se mantuvieron en condiciones de
precariedad, sin planes de futuro.
Los beneficios empresariales no se
destinaron a inversión productiva, sino a una economía especulativa
favorecida por el dinero barato. Y la brutal desregulación de los
mercados financieros dio lugar al crac bursátil del 29, y a la crisis
financiera generada por los productos de alto riesgo vinculados a las
hipotecas, en 2008. (...)
Pero la base del problema fue -y es ahora- la desigualdad en el reparto
de la riqueza. Sin poder de compra en manos de amplias capas de la
sociedad, la crisis de demanda era inevitable. Ya en 1925 disminuyeron
la fabricación de automóviles y la construcción residencial, haciendo
caer los precios, llevando al progresivo cierre de fábricas y al
desempleo.
Hoy la caída de la demanda se ha visto ralentizada a causa
del artificial poder de compra generado en la etapa de los créditos
baratos. Lo cierto es que a finales del siglo XX, por primera vez
después del pacto social nacido tras la Segunda Guerra Mundial, un
crecimiento económico sostenido varios años, aun siendo superior la
población activa, no ha implicado incremento de la participación
salarial en la renta, debido a la aplicación de políticas fiscales y
económicas que benefician a las rentas del capital, en España, Europa y
EE.UU.
La opción ortodoxa para salir del estancamiento, a modo de
impuesto revolucionario, ha consistido en inyectar dinero barato a los
bancos, para que éstos, en teoría, lo repercutan en consumidores y
empresas, y ello a pesar de que Keynes ya había advertido de la
asimetría existente en la política monetaria.
Porque cuando el banco
central reduce la oferta monetaria, sí se disminuye el volumen de
préstamos. Pero no al contrario; las inyecciones de dinero barato no
incrementan las inversiones productivas porque los bancos emplean los
fondos en sanear sus cuentas. El monetarismo sólo sirve para trasvasar
dinero público a las entidades bancarias, y sin que nadie alce la voz.
De
la Gran Depresión de los años treinta se salió con inversión pública
para estimular la demanda, mediante la creación de instituciones de
protección social, base de un incipiente Estado de bienestar,
supervisando el sistema financiero y creando empleo público; justo lo
que los defensores de las políticas de austeridad, con mayor influencia y
poder que nunca, se niegan a aplicar ahora.
La I Guerra Mundial fue
conocida como Gran Guerra hasta que hubo una Segunda. Esperemos que la
actual crisis no pase a los libros de historia como II Gran Depresión." (Rebelión, 30/12/2011, 'Equivalencias', de
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