"Según casi todos los indicadores, la economía estadounidense sigue
estando profundamente deprimida. Pero los beneficios empresariales
alcanzan máximos históricos. ¿Cómo es eso posible? Es sencillo: los
beneficios expresados como porcentaje de la renta nacional han aumentado
vertiginosamente, mientras que los salarios y otras compensaciones
laborales están bajando.
El bizcocho no está creciendo como debería;
pero al capital le va muy bien y se está llevando un pedazo más grande
que nunca, a expensas de los trabajadores.
Un momento; ¿de verdad vamos a volver a hablar del enfrentamiento
entre el capital y los trabajadores? ¿No es ese un debate pasado de
moda, casi marxista, obsoleto en nuestra moderna economía de la
información?
Bueno, eso es lo que muchos pensaban; porque los debates de
la generación anterior sobre la desigualdad se han centrado
principalmente no en el enfrentamiento entre el capital y la mano de
obra, sino en problemas de distribución de los trabajadores, ya sea por
las diferencias entre los trabajadores más y menos formados o por el
aumento vertiginoso de los ingresos de un puñado de superestrellas de
las finanzas y otros campos. Pero puede que eso sea agua pasada.
Más concretamente, aunque es verdad que los tipos de las finanzas
siguen teniendo un éxito tremendo (en parte porque, como ahora sabemos,
algunos de ellos son en realidad ladrones), la diferencia salarial entre
los trabajadores con formación universitaria y los que no la tienen,
que aumentó mucho en los años ochenta y a principios de los noventa, no
ha variado demasiado desde entonces.
De hecho, los ingresos de los
universitarios recién licenciados se habían estancado incluso antes de
que nos golpease la crisis financiera. Cada vez más, los beneficios han
ido aumentando a costa de los trabajadores en general, incluidos los que
tienen unas cualificaciones que se supone que deberían conducirles al
éxito en la economía actual.
¿Por qué está pasando esto? Hasta donde yo sé, hay dos explicaciones
plausibles y ambas podrían ser acertadas hasta cierto punto. Una es que
la tecnología ha tomado un rumbo que hace que la mano de obra esté en
desventaja; la otra es que estamos contemplando los efectos de un enorme
aumento del poder de los monopolios. Piensen en estas dos historias
imaginando que por un lado hay robots, y por el otro, capitalistas sin
escrúpulos. (...)
Respecto a los robots: no cabe duda de que, en algunos sectores
destacados, la tecnología está desplazando a trabajadores de todas o
casi todas las categorías. Por ejemplo, una de las razones por las que
últimamente las fábricas de alta tecnología están volviendo a EE UU es
que, hoy día, la pieza más valiosa de un ordenador, la placa madre, la
fabrican robots, de modo que la mano de obra barata asiática ya no es un
motivo para producir en el extranjero.
En un libro publicado hace poco, Race against the machine
(Carrera contra la máquina), Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, del MIT,
sostienen que se están dando fenómenos similares en muchos campos,
entre ellos, en servicios como los de traducción e investigación legal.
Lo que sorprende de sus ejemplos es que muchos de los puestos de trabajo
que se están eliminando son altamente cualificados y de salarios
elevados; los inconvenientes de la tecnología no se limitan a los
trabajadores no cualificados.
Aun así, ¿pueden la innovación y el progreso perjudicar realmente a
una gran cantidad de trabajadores, quizá incluso a los trabajadores en
general? A menudo me topo con aseveraciones de que eso no puede suceder.
Pero la verdad es que es posible, y los economistas serios son
conscientes de esa posibilidad desde hace casi dos siglos.
El economista
de principios del siglo XIX David Ricardo es famoso por la teoría de la
ventaja comparativa, que constituye un argumento en favor del libre
comercio; pero el mismo libro de 1817 en el que exponía esa teoría
también contenía un capítulo sobre el modo en que las nuevas tecnologías
de la revolución industrial, que exigen mucho capital, podrían hacer
que los trabajadores salieran perdiendo, al menos durante un tiempo
(algo que de hecho, según los académicos modernos, es posible que esté
ocurriendo desde hace varias décadas).
¿Y qué hay de los capitalistas sin escrúpulos? No se habla mucho de
monopolio últimamente; las leyes antimonopolio desaparecieron en gran
medida durante la época de Reagan y nunca se han recuperado realmente.
Pero Barry Lynn y Phillip Longman, de New American Foundation,
sostienen, en mi opinión de un modo persuasivo, que el aumento de la
concentración empresarial podría ser un factor importante en el
estancamiento de la demanda de mano de obra, ya que las empresas usan su
creciente poder monopolístico para subir los precios sin que los
beneficios repercutan en sus empleados.
No sé hasta qué punto la tecnología o los monopolios explican la
devaluación de la mano de obra, en parte porque se ha debatido muy poco
acerca de lo que está pasando. Creo que es justo decir que el asunto del
desplazamiento de los beneficios de los trabajadores hacia el capital
todavía no se ha introducido en nuestras conversaciones nacionales.
Pero ese desplazamiento se está produciendo; y tiene consecuencias muy importantes.(...)
Como he dicho, este es un debate que apenas se ha iniciado; pero es hora
de ir empezando, antes de que los robots y los capitalistas sin
escrúpulos conviertan nuestra sociedad en algo irreconocible." (
Paul Krugman , El País, 16 DIC 2012)
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