"Ahora que regresamos a una segunda edición de guerra fría -en
realidad nunca terminó- y aparecen signos de desafío en ciertos países
europeos, resulta muy interesante ver documentales como los que el canal
Arte ofreció el pasado 5 de mayo, y que se volverá a divulgar el martes
12 y el lunes 18, naturalmente a las 8,55… de la mañana.
Quienes
llevamos algunos años en estos asuntos ya conocemos la sustancia de la
guerra fría. Sabemos, por ejemplo, que el imperio occidental fue siempre
el más agresivo y temerario, creando armas de destrucción masiva y
protagonizando situaciones de enorme peligro nuclear, pero la generación
joven, que ahora parece despertar, suele ignorar muchas cosas
esenciales, que el conflicto de Ucrania -y en general la creciente
tensión militar del Imperio del Caos con los llamados BRICs, las
potencias emergentes- pone de suma actualidad.
Por ejemplo: los
precios del petróleo están ahora muy bajos y vuelven a aparecer
submarinos rusos junto a las costas de Suecia y Finlandia (repasen la
prensa de octubre del año pasado y de abril y mayo de este año). Todo
eso ya pasó con Reagan: utilizando a los saudíes se forzó la bajada de
precios contra la URSS, igual que ahora se hace contra Rusia (y
Venezuela).
Respecto a los submarinos, el referido documental es
interesante porque demuestra como una de las democracias más robustas
del mundo, de la que estamos a varias galaxias de distancia, funcionó
como una república bananera; con sus militares y sus poderes fácticos
conspirando por cuenta de Washington contra su primer ministro electo,
el magnífico Olof Palme, al que acabaron asesinando en 1986.
El
documental no hace sino confirmar una de mis más asentadas convicciones,
a saber; que en asuntos de Estado y muy especialmente de Estados
imperiales, uno siempre se queda corto cuando piensa mal: la realidad
siempre acaba siendo bastante peor y superando lo que los cretinos
denominan “teorías de la conspiración” y que frecuentemente no son más
que prudentes reservas y sanos escepticismos.
Las fuentes de este
documental son, por orden de aparición; Thomas C. Reed, ex consejero de
seguridad nacional de Estados Unidos, Herbert Meyer, consejero del jefe
de la CIA, John F. Lehman, ex secretario de la Navy, Ingemar Engman,
asistente del secretario de defensa sueco, Ola Frithofson, ex secretario
de las juventudes socialistas suecas, Olof Franstedt, ex jefe de los
servicios secretos suecos, Boris Pankin, ex embajador soviético en
Estocolmo y último ministro de exteriores de la URSS, Caspar Weiberger,
ex secretario de Defensa de Estados Unidos, Egon Bahr el ayudante de
Willy Brandt que inventó la Ostpolitik, o James “Ace” Lyons, adjunto del jefe de operaciones de la Navy, además de algunos expertos suecos y noruegos.
El
documental narra como con Reagan se formó en la Casa Blanca un nuevo
sanedrín de “seguridad nacional” para radicalizar la tensión con Moscú a
cuyo frente estaba Bill Casey, director de la CIA, ex banquero de Wall
Street y director de la campaña electoral de Reagan. Eran amigos y
entraba en su despacho sin llamar, por así decirlo.
Ese nuevo Comité de Operaciones
restableció las operaciones militares más provocadoras desde los años
cincuenta en las fronteras más sensibles de la URSS, en la península de
Kola, donde Moscú tenía, y tiene, una buena parte de su apuesta nuclear
estratégica, tanto submarina como terrestre, recreando ataques
inminentes que volvían locos a los rusos.
Pero lo más interesante, como
se ha dicho, es lo que se hizo contra la amenaza que representaba Olof
Palme, el gran socialdemócrata que deseaba construir un sistema de
seguridad integrado entre el Este y el Oeste, algo cuyo defecto explica,
ahora, tantos años después del fin oficial de la guerra fría, que se
haya llegado a situaciones como las de Ucrania.
Para evitar
aquella distensión que Palme propugnaba con gran inteligencia, el
establishment sueco, el ejército, los servicios secretos, la gran
burguesía y lo que hay alrededor de su institución monárquica,
naturalmente con la enorme ayuda de la prensa corporativa, logró sembrar
la histeria en el país.
Para ello bastó con pasear varios “submarinos
soviéticos” con el periscopio al alza –lo que es del todo absurdo- por
delante de bases militares suecas e incluso frente al palacio real en
Estocolmo y algunas residencias secundarias del monarca. Pero los
submarinos no eran soviéticos, sino americanos, británicos y en algunos
casos italianos usados por los americanos.
La finalidad era
desenmascarar la política antibelicista de Palme, a quien los propios
servicios secretos suecos consideraban un “traidor”, explica Olof
Franstedt, su ex director. Los americanos se encargaban de susurrarles
al oído a los almirantes y generales que aquel hombre era un “agente de
influencia” del KGB. En ese susurro era muy activo el jefe del
contraespionaje americano, James Jesus Angleston, explica Franstedt.
Mientras Palme convocaba al embajador Boris Pankin para darle la
bronca por aquello y éste le aseguraba que no había ningún submarino (al
final, desesperado de que no le creyera, le dijo que bombardeara de una
puñetera vez aquellas naves misteriosas), todos estaban en el secreto.
Cuando más tarde Pankin fue nombrado (último) ministro de exteriores de
la URSS, en agosto de 1991, como no las tenía todas consigo (entonces
los diplomáticos soviéticos desconfiaban del KGB y de sus militares como
del diablo), pidió a sus amigos Vadim Bakatin y Evgeni Sháposhnikov,
hombres de Gorbachov y amigos suyos puestos al frente del KGB y del
Ministerio de Defensa, respectivamente, que buscaran en los archivos de
sus agencias si había documentos sobre todos aquellos incidentes de
submarinos de los años ochenta: no los había. Cero.
En el documental,
James “Ace” Lyons, el adjunto de la Navy, admite que todo fue un
montaje. El resultado fue excelente: Antes de la operación el porcentaje
de suecos que se declaraba “amenazado” por la URSS era del 27%, después
de la operación eran el 83% (minuto 37 del documental).
Pero es
que luego, el 28 de febrero de 1986, Palme fue asesinado, en un caso aun
no resuelto, como las bombas de Luxemburgo de la OTAN y tantos otros
crímenes de la red Gladio de la OTAN durante la guerra fría. En
1986, Gorbachov ya estaba en el Kremlin y la política de paz de Palme,
disponía de un formidable nuevo factor a su favor: la extraordinaria
disposición hacia ella del líder soviético. A Palme lo mataron tres
semanas antes de que viajara a Moscú. Para Gorbachov, “no hay duda de
que fue un asesinato político, porque amenazaba intereses muy poderosos
partidarios de mantener el estado de cosas”.
Suecia creó una
comisión de investigación por lo de los submarinos (también por lo de
Palme, naturalmente sin resultado). Un miembro de esa comisión recuerda
como desaparecían los documentos. “Un grupo de individuos que actuaba
fuera del cuadro democrático sueco, no quería que su propio gobierno
supiera lo que había pasado en realidad”, dice. Una manera muy nórdica
de decir que en determinadas situaciones, la democracia con más solera
de Europa, importa una higa. Imagínense la nuestra.
Bueno,
últimamente los europeos vamos comprendiendo mucho de todo eso en propia
carne. Los griegos, por ejemplo, ya son doctores en esa ciencia.
Algunas consignas del 15-M incluso lo reflejaron con gran acierto.
Pero
cuando leo los periódicos y veo a todos esos nuevos jóvenes actores
esperanzadores que aparecen en el horizonte, me pregunto si saben lo que
significa, realmente, plantarle cara a una oligarquía, los riesgos que
conlleva y el nivel de juego sucio al que se enfrentan cuando se intenta
reformar lo verdaderamente esencial, trátense de un sistema de
seguridad internacional, o de los intereses financieros de la
cleptocracia local." (Rafael Poch, La Vanguardia, en Rebelión, 13/05/2015)
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