"Suelen merodear el extrarradio británico atados a un pitbull
y vestidos de riguroso Burberry –Nike o Adidas en su defecto–. La
navaja no es descartable, tampoco algo de bisutería vistosa y barata.
Capucha o gorra y andares gallináceos completan la estampa. Se les
conoce vulgarmente como chavs y de un tiempo a esta parte se han convertido en el punto de mira de la peor bilis clasista británica.
“Detritus de la Revolución Industrial”,
“parásitos sociales”, “subclase palurda” son algunas de las lindezas
que día a día les dedican los más avispados tribunos conservadores. La
caricatura chav va camino de convertirse en el pasatiempo favorito y en el comodín ideal de políticos, periodistas y humoristas.
El vapuleo a los chavs se inspira en una larga e innoble
tradición de odio de clase, pero no puede entenderse sin atender a
acontecimientos más recientes. El joven historiador Owen Jones indaga en
Chavs. La demonización de la clase obrera
(Capitán Swing) cómo Gran Bretaña ha pasado de una rica cultura de
clase, conformada entorno a poblaciones de mineros y estibadores, a la
lenta decadencia actual perpetrada por los sucesivos gobiernos tories y neolaboristas.
Los ataques de Thatcher a los sindicatos y a la
industria asestaron un duro golpe a la vieja clase obrera industrial.
Los trabajos bien pagados, seguros y cualificados de los que la gente
estaba orgullosa, y que habían significado el eje identitario de la
clase obrera, fueron erradicados en la década de los 70.
Apelando a la
engañosa idea de la responsabilidad individual para
ascender en la escala social, la Dama de Hierro sentó las bases del
“sálvese quien pueda” actual. “El objetivo era acabar con la clase
obrera como fuerza política y económica en la sociedad, reemplazándola
por un conjunto de individuos o emprendedores que compiten entre sí por
su propio interés”, explica Jones en su ensayo.
Una política fiscal que
desplazaba la carga impositiva de los más ricos a los menos pudientes y
la glorificación de una nueva cultura del éxito medida por lo que uno
poseía hicieron el resto. La cultura de clase tenía los días contados.
Así las cosas, llegó el turno de la mediática tercera vía
del nuevo laborismo. El mantra blairista de que “ahora somos todos
clase media, mientras las barreras sociales van cayendo” terminó por
desquiciar al lumpen británico y ahondaba en la herida de que si
quedabas excluído era bajo tu responsabilidad.
La degradación se fue
haciendo cada vez más patente, el ascensor social –si es que alguna vez existió– se averió
y los barrios de vivienda protegida se convirtieron en vertederos de
prole atomizada y profundamente consumista.
“El sistema de clases
británico es como una cárcel invisible”, apunta el autor, “un trabajador
varón con mono azul y un carné sindical en el bolsillo podría haber
sido un símbolo apropiado de la clase trabajadora de los años cincuenta.
Una reponedora mal pagada y a tiempo parcial sin duda sería
representativa de esa misma clase hoy en día. Pero esta clase
trabajadora contemporánea está ausente de las pantallas de televisión,
de los discursos de nuestros políticos y de las páginas de comentarios
de nuestros diarios”.
Fue el actual primer ministro David Cameron, quien,
ante el cada vez más evidente problema de desigualdad social, despachó
con brío que “la cuestión no es de dónde vienes, sino adónde vas”.
De
nuevo salía a la palestra el concepto de la “aspiración” como
salvoconducto para la salvación individual, de nuevo un miembro de la privilegiada clase alta británica
hacía hincapié en la idea de que las perspectivas vitales de una
persona quedaban determinadas por aspectos comportamentales y no por su
entorno socioeconómico.
Entretanto el show no para y el estereotipo chav,
con su estilo ramplón e irreverente, sirve para desviar la mirada de lo
que realmente importa y refuerza la idea de que la clase es una patraña
anticuada y que eres dueño de tu porvenir, sobre todo si estudiaste en
Cambridge." (J. Losa, Público, 30/12/2012)
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