"Queda por lo tanto una sola "incapacidad" por la que Benedicto XVI
puede haber recitado el "mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa": la
administración de la Iglesia en el sentido más estrictamente curial del
término.
Las reyertas entre cardenales que han trasformado las galerías
del Vaticano en un nido de víboras, la guerra entre facciones que, entre
los frescos de Miguel Ángel y de Rafael, hace que reluzcan los puñales y
actúen los venenos, bajo la forma letal de los dosieres y de
eminentísimas maquinarias de enfangar.
Dos son, sobre todo, las “suciedades” de la Iglesia (por usar el
término de Ratzinger en el vía crucis de 2005) que alimentan las pugnas
entre los birretes rojos: el escándalo de los curas pedófilos y el de la
banca vaticana (IOR).
Sexo y dinero, "auri sacra fames" y "hominum
divomque voluptas", las sempiternas seducciones de Mammón, ante las que
la púrpura, símbolo de disponibilidad al martirio, debería suponer una
perfecta inmunización.
Y fue precisamente la decisión de Ratzinger, por mucho que se
planteara de forma circunspecta y gradual, de destapar el bote de
iniquidad de la pedofilia, y la más cauta incluso y apenas esbozada de
sustraer el IOR al circuito de la "finanza canalla" (la coraza de
corrupción y reciclaje mafioso) lo que desencadenó monstruosas
resistencias que dieron vía libre al molinete de las maquinaciones.
Por
lo demás, el único motivo de desacuerdo que Ratzinger tuvo con Wojtyla
se refería precisamente a la pedofilia (y al caso, no idéntico aunque
estrechamente relacionado, de los potentísimos Legionarios de Cristo y
de su jefe, el tristemente famoso Marcial Maciel Degollado, a quien no
por casualidad "fulminó" Ratzinger nada más subir al solio pontificio),
asunto sobre el que el cardenal del ex Santo Oficio insistió al papa
polaco para llevar a cabo un radical giro copernicano en aras de la
severidad y la transparencia.
Sin éxito, derrotado por una curia que, a
esas alturas, tenía a su merced a un papa en sus últimos años, incapaz
de gobernar debido al agravamiento de su enfermedad. Espectro que sin
duda ha jugado a favor de la decisión actual de Benedicto XVI.
Vatileaks, el escándalo de filtraciones de documentos
reservados, no es más la punta del iceberg, lo que hemos podido llegar a
conocer nosotros, los comunes mortales, pero Benedicto XVI ha podido
abrazar el iceberg por entero, en su devastadora amplitud, y el informe
de los cardenales Herranz, Tomko y De Giorgi debe haberle dejado
literalmente desolado.
Sobre todo porque en todas las nauseabundas
intrigas que "desfiguran el rostro de la Iglesia" está siempre metido
hasta el cuello su más estrecho colaborador desde los tiempos de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, Tarcisio Bertone, potentísimo
secretario de Estado, que en cuanto a "individualismos y rivalidades" y
vano orgullo de quienes "buscan el aplauso y la aprobación", otras
"suciedades" estigmatizadas por Benedicto XVI durante su reciente
homilía del Miércoles de Ceniza, no conoce rival en los palacios
apostólicos.
Hasta tal punto de que ha asumido el pleno dominio de las
finanzas vaticanas, desbancando de la comisión que lo controla al
cardenal Attelio Nicora, el hombre de la apertura (por tímida que fuera)
hacia la transparencia, colocando así con inaudita arrogancia al
próximo papa frente al hecho consumado.
En el destructivo enfrentamiento en curso entre facciones prelaticias
Benedicto XVI no se ha sentido capaz de escoger. Entre otras cosas,
porque no es que las “consorcios” rivales de Bertone brillen por su
santidad (su predecesor y archienemigo, el cardenal Sodano, ha sido uno
de los protectores históricos de Maciel, por ejemplo).
Benedicto XVI,
frente a tal desbordamiento subterráneo de la “suciedad” de la Iglesia
se ha rendido, confesando su propia incapacidad, escogiendo la única vía
que sigue pareciéndole eficaz, la oración." (
PAOLO FLORES D´ARCAIS , El País, 24 FEB 2013, Traducción de Carlos Gumpert)
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