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La época neoliberal también desarmó a la clase obrera, en los últimos 30 años
se desplomaron las tasas de afiliación sindical. ¿Qué perspectivas abre la crisis
actual y qué papel pueden tener los sindicatos y el movimiento obrero
organizado, particularmente en Europa?
El sindicalismo europeo-occidental (y
norteamericano) de posguerra consistió básicamente en renunciar a la idea
tradicional del movimiento obrero socialista y anarquista de la democracia
económica e industrial a cambio del reconocimiento oficial del papel de los
sindicatos obreros en la negociación colectiva:
ustedes se olvidan de la
democracia en el puesto de trabajo, y a cambio, les reconocemos derechos
civiles básicos en ese puesto de trabajo –expresión, reunión, asociación- y
capacidad jurídica para negociar aumentos del salario real en función de los
aumentos de productividad. Ese fue el sentido del famoso Tratado de Detroit
(1943) entre Henry Ford III y los dos grandes sindicatos norteamericanos, la
AFL y la CIO.
Ese modelo fue impuesto en Europa occidental por los
norteamericanos luego de la II Guerra Mundial, y las Constituciones europeas de
posguerra lo blindaron políticamente, como es harto notorio.
Los sindicatos obreros pasaron entonces a
ser prácticamente agencias del Estado (del nuevo Estado democrático y social de
derecho, o del Estado de bienestar, como dicen los anglosajones) y
subvencionados con dinero público para realizar esta importante función –en el
capitalismo restaurado y reformado de la época— de mantener a la par el ritmo
de crecimiento de los salarios reales y de la productividad del trabajo.
Si
miramos eso desde un punto de vista económico, monta tanto como convertir a las
organizaciones obreras en institutos públicamente financiados capaces de
ejercer un monopolio (o un oligopolio) sobre la oferta de la “mercancía” fuerza
de trabajo. Observe la diferencia con el sindicalismo anterior a la II Guerra,
cuyo núcleo queda bien recogido en lo que todavía hoy es el lema de la OIT: “El trabajo no es una mercancía”.
El capitalismo, como fuerza social
dinámica, es económicamente desastroso, entre otras cosas, pero muy
señaladamente, por tratar como “mercancías” cosas y bienes que no lo son
técnicamente (como la fuerza de trabajo, la tierra o el dinero: nadie “produce”
esos bienes para ser vendidos en mercados especializados).
De modo que, el
proceso de oligopolización de la oferta de fuerza de trabajo en que consistió
el sindicalismo de posguerra tuvo su lado bueno:
garantizó la escasez relativa
de la oferta de trabajo, obstaculizó la social y económicamente funesta deriva
capitalista espontánea hacia la ilimitada mercantilización de la fuerza de
trabajo, lo que fue parte no despreciable en la indiscutible estabilización del
capitalismo reformado de posguerra.
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¿Y su lado malo?
Su lado malo políticamente es la
aceptación intelectual de que la fuerza de trabajo puede ser efectivamente
tratada como una mercancía, todo lo sui
generis que se quiera, pero mercancía. Al capitalismo socialmente reformado
de posguerra correspondieron una socialdemocracia y un sindicalismo reformados
en sentido básicamente pro-capitalista: renunciaron a la democracia económica e
industrial, rindieron toda aspiración a remodelar republicanamente de raíz la
vida económica productiva –que eso era el socialismo democrático clásico—, y
consiguientemente, capitularon, por así decirlo, ante una monarquía empresarial
apenas mitigada constitucionalmente en sus aspectos más autocráticos.
Cuando el
capitalismo neoliberalmente contrarreformado logró romper el vínculo entre
salario real y demanda efectiva agregada, fue el principio del fin de este tipo
de sindicalismo, como lo prueba el desplome de las tasas de afiliación sindical
registrado en las últimas décadas: si observas la evolución de las curvas de la
productividad del trabajo y de los salarios reales, ves que crecen juntas hasta
comienzos de los ‘70, y a partir de ahí, los salarios reales se estancan y la
productividad sigue creciendo (aunque menos que en los años gloriosos del
capitalismo reformado, a pesar de la hiperbólicamente exagerada “revolución
tecnológica de la información”).
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¿Qué futuro tiene el sindicalismo?
- Ahora es común, en los medios el establishment, acusar a los sindicatos
obreros de todos los males, y para empezar, de constituir un factor intolerable
de “rigidez” en el “mercado de trabajo”.
Ese ataque viene de la idea,
comúnmente aceptada por la teoría académica dominante –¡una verdadera contrarrevolución
científica es lo que se ha dado en este campo en las últimas décadas!—, según
la cual todos los “mercados” son iguales (el inmobiliario, lo mismo que el de
hamburguesas, el crediticio o el de derivados financieros, lo mismo que el de
camisetas, el del trabajo, lo mismo que el de zapatos), y además, abandonados a
sí mismos, son eficientes y asignan óptimamente los recursos.
Ambas ideas son
empíricamente falsas, además de analíticamente incoherentes. Ahora, si aceptas
que la fuerza de trabajo es propiamente una mercancía y que el “mercado de
trabajo” es propiamente un mercado, entonces, cuando se pone de moda la necia
idea de que todos los “mercados” se autorregulan y son eficientes, quedas, como
dice el célebre tango, “en falsa escuadra”: resulta que, lejos de ser un
defensor de los derechos de los trabajadores, te presentan como un antipático
extractor de rentas inmerecidas e injustas a partir de tu posición como
ineficiente suministrador en régimen de monopolio —¡y encima públicamente
subvencionado!— de esa “mercancía” que es la fuerza de trabajo…
Un sindicalismo a la altura de los tiempos
tiene que intentar recuperar la idea republicano-socialista originaria, tiene
que volver a pelear por la democracia económica, así como por recobrar las
formas radicales de autoorganización democrática que mejor se compadecen con
eso. Sólo así logrará recuperar afiliados, penetrar en las enormes masas de
trabajadores precarizados por la crisis y ofrecer una esperanza tangible y
combatiente a los desposeídos y a los parados." (“Para
los trabajadores, esta crisis se desarrolla como una tragedia griega,
pero el espectáculo ofrecido por las elites es un esperpento
valleinclanesco.” Entrevista en Buenos Aires,
Antoni Domènech, Sin Permiso, 10/02/2013)
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