22/2/13

Un sindicalismo a la altura de los tiempos tiene que recuperar la idea de la democracia económica, así como recobrar las formas radicales de autoorganización democrática

"- La época neoliberal también desarmó a la clase obrera, en los últimos 30 años se desplomaron las tasas de afiliación sindical. ¿Qué perspectivas abre la crisis actual y qué papel pueden tener los sindicatos y el movimiento obrero organizado, particularmente en Europa?


El sindicalismo europeo-occidental (y norteamericano) de posguerra consistió básicamente en renunciar a la idea tradicional del movimiento obrero socialista y anarquista de la democracia económica e industrial a cambio del reconocimiento oficial del papel de los sindicatos obreros en la negociación colectiva:
 ustedes se olvidan de la democracia en el puesto de trabajo, y a cambio, les reconocemos derechos civiles básicos en ese puesto de trabajo –expresión, reunión, asociación- y capacidad jurídica para negociar aumentos del salario real en función de los aumentos de productividad. Ese fue el sentido del famoso Tratado de Detroit (1943) entre Henry Ford III y los dos grandes sindicatos norteamericanos, la AFL y la CIO. 

Ese modelo fue impuesto en Europa occidental por los norteamericanos luego de la II Guerra Mundial, y las Constituciones europeas de posguerra lo blindaron políticamente, como es harto notorio. 


Los sindicatos obreros pasaron entonces a ser prácticamente agencias del Estado (del nuevo Estado democrático y social de derecho, o del Estado de bienestar, como dicen los anglosajones) y subvencionados con dinero público para realizar esta importante función –en el capitalismo restaurado y reformado de la época— de mantener a la par el ritmo de crecimiento de los salarios reales y de la productividad del trabajo.

 Si miramos eso desde un punto de vista económico, monta tanto como convertir a las organizaciones obreras en institutos públicamente financiados capaces de ejercer un monopolio (o un oligopolio) sobre la oferta de la “mercancía” fuerza de trabajo. Observe la diferencia con el sindicalismo anterior a la II Guerra, cuyo núcleo queda bien recogido en lo que todavía hoy es el lema de la OIT: “El trabajo no es una mercancía”.
 

El capitalismo, como fuerza social dinámica, es económicamente desastroso, entre otras cosas, pero muy señaladamente, por tratar como “mercancías” cosas y bienes que no lo son técnicamente (como la fuerza de trabajo, la tierra o el dinero: nadie “produce” esos bienes para ser vendidos en mercados especializados). 

De modo que, el proceso de oligopolización de la oferta de fuerza de trabajo en que consistió el sindicalismo de posguerra tuvo su lado bueno: 
garantizó la escasez relativa de la oferta de trabajo, obstaculizó la social y económicamente funesta deriva capitalista espontánea hacia la ilimitada mercantilización de la fuerza de trabajo, lo que fue parte no despreciable en la indiscutible estabilización del capitalismo reformado de posguerra. 


- ¿Y su lado malo? 


Su lado malo políticamente es la aceptación intelectual de que la fuerza de trabajo puede ser efectivamente tratada como una mercancía, todo lo sui generis que se quiera, pero mercancía. Al capitalismo socialmente reformado de posguerra correspondieron una socialdemocracia y un sindicalismo reformados en sentido básicamente pro-capitalista: renunciaron a la democracia económica e industrial, rindieron toda aspiración a remodelar republicanamente de raíz la vida económica productiva –que eso era el socialismo democrático clásico—, y consiguientemente, capitularon, por así decirlo, ante una monarquía empresarial apenas mitigada constitucionalmente en sus aspectos más autocráticos.

Cuando el capitalismo neoliberalmente contrarreformado logró romper el vínculo entre salario real y demanda efectiva agregada, fue el principio del fin de este tipo de sindicalismo, como lo prueba el desplome de las tasas de afiliación sindical registrado en las últimas décadas: si observas la evolución de las curvas de la productividad del trabajo y de los salarios reales, ves que crecen juntas hasta comienzos de los ‘70, y a partir de ahí, los salarios reales se estancan y la productividad sigue creciendo (aunque menos que en los años gloriosos del capitalismo reformado, a pesar de la hiperbólicamente exagerada “revolución tecnológica de la información”).


- ¿Qué futuro tiene el sindicalismo?


- Ahora es común, en los medios el establishment, acusar a los sindicatos obreros de todos los males, y para empezar, de constituir un factor intolerable de “rigidez” en el “mercado de trabajo”. 

Ese ataque viene de la idea, comúnmente aceptada por la teoría académica dominante –¡una verdadera contrarrevolución científica es lo que se ha dado en este campo en las últimas décadas!—, según la cual todos los “mercados” son iguales (el inmobiliario, lo mismo que el de hamburguesas, el crediticio o el de derivados financieros, lo mismo que el de camisetas, el del trabajo, lo mismo que el de zapatos), y además, abandonados a sí mismos, son eficientes y asignan óptimamente los recursos. 

Ambas ideas son empíricamente falsas, además de analíticamente incoherentes. Ahora, si aceptas que la fuerza de trabajo es propiamente una mercancía y que el “mercado de trabajo” es propiamente un mercado, entonces, cuando se pone de moda la necia idea de que todos los “mercados” se autorregulan y son eficientes, quedas, como dice el célebre tango, “en falsa escuadra”: resulta que, lejos de ser un defensor de los derechos de los trabajadores, te presentan como un antipático extractor de rentas inmerecidas e injustas a partir de tu posición como ineficiente suministrador en régimen de monopolio —¡y encima públicamente subvencionado!— de esa “mercancía” que es la fuerza de trabajo… 


Un sindicalismo a la altura de los tiempos tiene que intentar recuperar la idea republicano-socialista originaria, tiene que volver a pelear por la democracia económica, así como por recobrar las formas radicales de autoorganización democrática que mejor se compadecen con eso. Sólo así logrará recuperar afiliados, penetrar en las enormes masas de trabajadores precarizados por la crisis y ofrecer una esperanza tangible y combatiente a los desposeídos y a los parados."             (“Para los trabajadores, esta crisis se desarrolla como una tragedia griega, pero el espectáculo ofrecido por las elites es un esperpento valleinclanesco.” Entrevista en Buenos Aires, Antoni Domènech, Sin Permiso, 10/02/2013)

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