"Es doloroso, pero en el fondo es evidente que sólo puede ser así: somos
“trabajadores volátiles” inmersos en formas de trabajo temporales con
multitud de proyectos a la vez, externalizaciones y competitividad
extrema, ya saben.
El resultado es una alienación que provoca la pérdida
de sentido de pertenencia a una empresa o lugar; en ese contexto, que
no espere nadie que la gente coopere unos con otros, impera el sálvese
quien pueda, especialmente si los otros son diferentes a nosotros. Y eso
explica el auge de las relaciones sociales superficiales, el escaso
compromiso con y de las instituciones y la cada vez mayor distancia
entre personas…
Esa es la tesis, liofilizada, que sustenta el sociólogo Richard Sennett en su último ensayo, Juntos (Anagrama), donde defiende precisamente el ritual, el placer y la política de la cooperación, (...)
“Hablo de la cooperación que nos empuja a colaborar con otros que
piensan diferente, no de la que tiene como objetivo la solidaridad, y
esa destreza es un arte”, subraya. Sin embargo, esas destrezas sociales
no son exclusivas de un entorno social: “Todos tenemos capacidad de
cooperar con la diferencia”.
La primera incapacidad de cooperación está, para mayor preocupación,
en la mismísima clase política. “En EEUU, lo hemos visto entre
republicanos y demócratas para abordar unos presupuestos que acaban
afectando muchísimo a la gente; en Europa, aquí mismo puede verse la
incapacidad para negociar las diferencias culturales y políticas entre
Cataluña y España o entre Escocia e Inglaterra, en un contexto en que yo
creía que la Unión Europea podría debatir esas cuestiones y unir las
naciones del XIX, pero, no, tampoco sabe ser un foro de debate”.
Hablar de cooperación en pleno auge del individualismo parece un desafío
masoquista. “La situación es fruto, básicamente, de un mundo caótico en
lo laboral, que llega a crear equipos de trabajo que acaban compitiendo
con la gente de dentro de las mismas empresas… Sí, hay una
contradicción en términos hoy entre el capitalismo del siglo XXI y la
cooperación”. (...)
A Sennett le preocupa que Europa no vea la gravedad de la situación y
actúe ya con contundencia. Él propone una profunda reforma de
instituciones sociales como la educativa, un sistema que “sólo hace que
juzgar a los niños, potenciar quién despunta e incentivar
competitivamente con becas, pero no promueve la labor social,
colectiva”.
Viene esa reflexión tras su reciente estancia en la herida
Grecia, donde conversó con un grupo de adolescentes sobre cómo veían su
futuro. “Fue muy preocupante: no sabían qué hacer. Tenían muy claro
quién era el enemigo, pero nada más; no tienen ni idea de lo que es la
soberanía popular, de que ellos son sus agentes y de que la mala
cooperación genera, precisamente, pérdida de soberanía popular".
Contra
ello, el autor de El artesano (sobre la habilidad manual, primera entrega de la trilogía Homo faber cuya segunda parte es Juntos
y que cerrará uno sobre la vida en la ciudad) propone que las
instituciones trabajen “de abajo a arriba, quizá en pequeños proyectos
cooperativos, como cuidar jardines públicos; cosas que puedan calibrar y
tengan sentido aunque parezcan insignificantes”.
Y eso, cree, les hará
crecer y cooperar por más distintos que sean: “Los jóvenes cristianos y
musulmanes no trabajan nunca juntos en Inglaterra y es absurdo”,
ejemplifica. (...)
Internet no sale mejor parada: “El problema ahí también es profundo
porque en la Red individualizamos aún más; Facebook mismo no deja de ser
un escaparate de un individuo frente a un grupo, no interactuamos cara a
cara… La Red es como un potente Rolls Royce, pero a saber qué se hace
con un vehículo así”. Si el conductor fuera un cooperante como Sennett..." (Entrevista a Richard Sennett, El País, 09/03/2013)
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