Entendemos por “sector tradicional” un espacio -tanto geográfico
como social- en el que la producción
y el consumo, así como las formas de vida y de trabajo asociados a ellos, están
aún preferentemente orientadas a los espacios locales y regionales (Lutz 1984)[5].
La productividad es baja y las tecnologías empleadas más bien artesanales. La
organización de la vida gira alrededor de la familia -nuclear y extensa-, del
vecindario y de instituciones que obedecen más al patrón de las “familias
virtuales” que al de organizaciones formal-burocráticas (Clawson 1989, Petrakis
2012).
La separación entre hogar y espacio laboral [Trennung Haus- und
Betriebswirtschaft] es aún escasa (parcela
agrícola, talleres y pequeñas empresas familiares, trabajadores autónomos que
prestan servicios exclusivamente locales etc.). Sin duda hay explotación laboral (por ejemplo dentro del
hogar, por parte de un gran propietario agrícola o dentro de una empresa
familiar).
Pero esta no es de tipo capitalista (puro), no se articula sólo o
tanto a través del trabajo abstracto pues las relaciones entre empleador y
empleado no se basan sólo o preferentemente en la relación mercantil.
No hay
una gestión racional y sistemática de la actividad productiva o de la
innovación tecnológica con el fin de maximizar los excedentes. Esta es la
realidad que se vive, por ejemplo, en las pequeñas -o incluso medianas-
empresas familiares cuyos principales empleados son hermanos, hijos, vecinos o
amigos.
Las relaciones entre trabajadores y empresarios pueden resultar
disfucionales desde el punto de vista de la eficiencia capitalista, pero no
desde el punto de vista de la solidaridad y la reciprocidad (para las PYMES
españolas y su estructuración en forma de anillos ver Fernández Steinko 2010:
302ss.).
Los sindicatos no están
apenas presentes con la excepción de los trabajadores más precarios situados en
el anillo más periférico de su organización.
La importancia
que han tenido y siguen teniendo estos espacios en los PEGs va más allá de lo
microsociológico. En ellos se apoyaron los proyectos corporativos de
organización política (la Nación como “gran familia” en los regimenes de
Salazar, Primo de Rivera-Franco y Metaxas pero también Mussolini).
En ellos se
siguen apoyando hoy las fuerzas conservadoras para conquistar su hegemonía
ideológica y reflotar el proyecto neoliberal. Esto se debe a dos razones.
Primero
(1) a su capacidad de proveer servicios de bienestar en sustitución del mercado
y del Estado. El Estado depende de la organización política de la
redistribución y/o el endeudamiento (presupuestos públicos, recaudación,
fiscalidad etc.) y el mercado depende de unos ingresos salariales estables es
decir, de una sociedad del trabajo mínimamente saneada (ver Esping-Andersen
1990).
Por el contrario, los servicios de bienestar propios de los espacios
tradicionales sólo requieren modelos familiares estables, una fuerte división
sexual del trabajo y formas tradicionales de solidaridad (comunismo familiar
aunque muchas veces machista).
Muchas de las prestaciones sociales (cuidado de
enfermos, hijos, ancianos etc.) las acaban realizando las mujeres -en España
sobre todo las hijas mayores- a costa de su emancipación laboral, de su
incorporación a la actividad remunerada, y a costa de la explotación no
remunerada de su trabajo doméstico.
Pero estos espacios (segundo) tienen otra
funcionalidad altamente sensible en tiempos de crisis: los valores de
solidaridad y reciprocidad, así como la moral -es decir, la definición del
“bien” y del “mal”- que le son
propios, funcionan como mecanismos muy eficientes de control social manteniendo
a raya el delito incluso en situaciones económica- y socialmente adversas.
Así,
un año después de la irrupción de la crisis (2009) y a pesar del fuerte aumento
del desempleo, los indices de criminalidad en Portugal (10,4), España (9,1) y
Grecia (12,3) eran mucho más bajos que en Dinamarca (18,8) u Holanda (19,7),
dos países mucho menos afectados por la misma, y con tendencia al aumento de
estas diferencias (para España ver
La Moncloa 2013).
Ambos factores descargan a las finanzas públicas y desvinculan la
provisión de bienestar del desarrollo del sector público.
Cuando los ingresos
salariales están en riesgo y las crisis presupuestarias reducen los gastos
sociales, estos espacios proporcionan un inestimable margen de maniobra
política para manejar la crisis.
Incluso cuando las personas socializadas en
estos espacios se incorporan al mundo capitalista y/o moderno -que incluye las
empresas privadas y el sector público financiado con redistribución- los
valores, las estrategias de vida, no pocos comportamientos sociales y patrones
de consumo (la forma de preparar la comida, de organizar el tiempo libre, los
ritos matrimoniales o los comportamientos reproductivos) perviven en los nuevos
entornos, incluso cuando se trata de las barriadas de las grandes ciudades vinculadas
a la globalización capitalista.
Se produce así una coexistencia entre lo
moderno y lo tradicional que es más fuerte y estrecha cuanto más rápida y
“nueva” sea la dinámica modernizadora y cuanto menor sea la capacidad del
Estado y del mercado -aquí sobre todo el mercado de trabajo- de asegurar una
satisfacción razonable de las necesidades sociales.
Por tanto, cuando más
insolidario sean los espacios institucionales, más funcionales serán estos
espacios y más tardarán en modernizarse.
[5]
Preferimos este concepto más sustantivo de sociedad “premoderna” al de aquellas
definiciones más formales y abstractas de modernidad (ver por ejemplo Therborn
1999: cap.1)." (
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