18/3/13

Los valores de solidaridad y reciprocidad, así como la moral que son propios de la España tradicional, funcionan como mecanismos de control social manteniendo a raya el delito incluso en situaciones económicas adversas

"La modernización destructiva del sector tradicional
Entendemos por “sector tradicional” un espacio -tanto geográfico como social-  en el que la producción y el consumo, así como las formas de vida y de trabajo asociados a ellos, están aún preferentemente orientadas a los espacios locales y regionales (Lutz 1984)[5]
La productividad es baja y las tecnologías empleadas más bien artesanales. La organización de la vida gira alrededor de la familia -nuclear y extensa-, del vecindario y de instituciones que obedecen más al patrón de las “familias virtuales” que al de organizaciones formal-burocráticas (Clawson 1989, Petrakis 2012).
 La separación entre hogar y espacio laboral [Trennung Haus- und Betriebswirtschaft] es aún escasa (parcela agrícola, talleres y pequeñas empresas familiares, trabajadores autónomos que prestan servicios exclusivamente locales etc.).  Sin duda hay explotación laboral (por ejemplo dentro del hogar, por parte de un gran propietario agrícola o dentro de una empresa familiar).
 Pero esta no es de tipo capitalista (puro), no se articula sólo o tanto a través del trabajo abstracto pues las relaciones entre empleador y empleado no se basan sólo o preferentemente en la relación mercantil. 
No hay una gestión racional y sistemática de la actividad productiva o de la innovación tecnológica con el fin de maximizar los excedentes. Esta es la realidad que se vive, por ejemplo, en las pequeñas -o incluso medianas- empresas familiares cuyos principales empleados son hermanos, hijos, vecinos o amigos.
 Las relaciones entre trabajadores y empresarios pueden resultar disfucionales desde el punto de vista de la eficiencia capitalista, pero no desde el punto de vista de la solidaridad y la reciprocidad (para las PYMES españolas y su estructuración en forma de anillos ver Fernández Steinko 2010: 302ss.). 
 Los sindicatos no están apenas presentes con la excepción de los trabajadores más precarios situados en el anillo más periférico de su organización.   

La importancia que han tenido y siguen teniendo estos espacios en los PEGs va más allá de lo microsociológico. En ellos se apoyaron los proyectos corporativos de organización política (la Nación como “gran familia” en los regimenes de Salazar, Primo de Rivera-Franco y Metaxas pero también Mussolini).
 En ellos se siguen apoyando hoy las fuerzas conservadoras para conquistar su hegemonía ideológica y reflotar el proyecto neoliberal. Esto se debe a dos razones. 

Primero (1) a su capacidad de proveer servicios de bienestar en sustitución del mercado y del Estado. El Estado depende de la organización política de la redistribución y/o el endeudamiento (presupuestos públicos, recaudación, fiscalidad etc.) y el mercado depende de unos ingresos salariales estables es decir, de una sociedad del trabajo mínimamente saneada (ver Esping-Andersen 1990).
 Por el contrario, los servicios de bienestar propios de los espacios tradicionales sólo requieren modelos familiares estables, una fuerte división sexual del trabajo y formas tradicionales de solidaridad (comunismo familiar aunque muchas veces machista). 
Muchas de las prestaciones sociales (cuidado de enfermos, hijos, ancianos etc.) las acaban realizando las mujeres -en España sobre todo las hijas mayores- a costa de su emancipación laboral, de su incorporación a la actividad remunerada, y a costa de la explotación no remunerada de su trabajo doméstico. 

Pero estos espacios (segundo) tienen otra funcionalidad altamente sensible en tiempos de crisis: los valores de solidaridad y reciprocidad, así como la moral -es decir, la definición del “bien” y del “mal”-  que le son propios, funcionan como mecanismos muy eficientes de control social manteniendo a raya el delito incluso en situaciones económica- y socialmente adversas. 
Así, un año después de la irrupción de la crisis (2009) y a pesar del fuerte aumento del desempleo, los indices de criminalidad en Portugal (10,4), España (9,1) y Grecia (12,3) eran mucho más bajos que en Dinamarca (18,8) u Holanda (19,7), dos países mucho menos afectados por la misma, y con tendencia al aumento de estas  diferencias (para España ver La Moncloa 2013).

Ambos factores descargan a las finanzas públicas y desvinculan la provisión de bienestar del desarrollo del sector público. 
Cuando los ingresos salariales están en riesgo y las crisis presupuestarias reducen los gastos sociales, estos espacios proporcionan un inestimable margen de maniobra política para manejar la crisis.
 Incluso cuando las personas socializadas en estos espacios se incorporan al mundo capitalista y/o moderno -que incluye las empresas privadas y el sector público financiado con redistribución- los valores, las estrategias de vida, no pocos comportamientos sociales y patrones de consumo (la forma de preparar la comida, de organizar el tiempo libre, los ritos matrimoniales o los comportamientos reproductivos) perviven en los nuevos entornos, incluso cuando se trata de las barriadas de las grandes ciudades vinculadas a la globalización capitalista. 
Se produce así una coexistencia entre lo moderno y lo tradicional que es más fuerte y estrecha cuanto más rápida y “nueva” sea la dinámica modernizadora y cuanto menor sea la capacidad del Estado y del mercado -aquí sobre todo el mercado de trabajo- de asegurar una satisfacción razonable de las necesidades sociales.
 Por tanto, cuando más insolidario sean los espacios institucionales, más funcionales serán estos espacios y más tardarán en modernizarse.
 [5] Preferimos este concepto más sustantivo de sociedad “premoderna” al de aquellas definiciones más formales y abstractas de modernidad (ver por ejemplo Therborn 1999: cap.1)."                   (

No hay comentarios: