"Aunque parece que se nos ha olvidado, la mejor teoría sociológica del
siglo XX advirtió hace ya decenios que lo que llamamos sociedad
occidental moderna (es decir, la sociedad capitalista) se había
construido mediante el uso y consumo parasitarios de unos valores y
estructuras sociales típicamente premodernos y tradicionales, en los que
se había apoyado para poder desarrollar la sociedad individualista y
universalista de mercado.
Pero que, y este era el punto relevante, la
sociedad capitalista no era capaz de reproducir esos mismos valores
tradicionales y preburgueses en que había basado su triunfo. Por
ejemplo, escribía Habermas en 1977 que “la llamada ética protestante,
con su insistencia en la autodisciplina, el ethos secularizado de la
profesión y la renuncia a la gratificación directa por la diferida se
funda en tradiciones que no pueden ya regenerarse sobre la base de la
sociedad burguesa.
La cultura burguesa en su conjunto nunca pudo
reproducirse a partir de su propio patrimonio, sino que siempre se vio
obligada a complementarse en cuanto a motivos activos (valores) con
imágenes tradicionalistas del mundo”. Y lo mismo decía Cornelius
Castoriadis: que el capitalismo se desarrolló usando de manera
irreversible una herencia histórica creada por épocas anteriores que
luego se vio incapaz de reproducir.
En términos más sencillos, si gracias al uso de los valores
tradicionales de la sociedad premoderna y de una “burguesía austera”
llegamos a poner en planta una “sociedad de la satisfacción” que precisa
para subsistir de un tipo antropológico de individuo enfocado al
consumo inmediato y al diferimiento de los costes y responsabilidades de
su acción (como decía Galbraith), sería un tanto ingenuo echar en falta
al individuo virtuoso original. ¡A ese lo consumimos para crear el
nuevo, y con el nuevo tendremos que lidiar!
Aunque también es cierto que no procede arrojar sobre nuestra propia
cultura una culpa excesiva (hasta en la manía de culparnos por todo
demostramos nuestro etnocentrismo los europeos), porque parece
inevitable que todo cambio sustancial de modelo social implique utilizar
unos valores que se perderán al arribar al nuevo modelo.
Basta mirar en
derredor para ver en el mundo procesos simétricos de consumo
parasitario de valores fundacionales que nunca podrán recuperarse:
China, o Asia más en general, muestran hoy cómo unas sociedades en
desarrollo usan de unos valores tradicionales de impronta genéricamente
confuciana (el equivalente funcional a nuestra ética protestante, Max
Weber dixit) para despegar y crear una nueva sociedad que es
manifiestamente incapaz de reproducirlos porque precisa de un individuo
distinto para mantenerse." (
José María Ruiz Soroa , El País, 21 MAY 2013)
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