"(...) El sistema económico que hoy es dominante a nivel mundial es el
capitalismo, y también tiene sus propias leyes internas. La principal de
ellas es su necesidad de crecer continuamente, cueste lo que cueste.
Eso significa que necesita incrementar la producción material siempre en
una escala mayor a como lo hizo en el período inmediatamente anterior. Y
si no lo hace el sistema entra en crisis. Puede detener su crecimiento
durante períodos cortos de tiempo, pero no puede interrumpir ese
crecimiento de forma permanente sin colapsar.
De la misma forma que
cuando uno va en bici puede dejar de pedalear durante un tiempo breve
pero no puede hacerlo de forma continuada sin venirse finalmente al
suelo. El crecimiento económico es, por tanto, el corazón del sistema
económico imperante. (...)
La razón la encontramos en el propio motor del sistema: la ganancia.
La ganancia es el elemento estimulador del sistema, sin el cual éste se
viene abajo. Dado que una de las propiedades fundamentales del
capitalismo es la existencia de propiedad privada (lo que significa que
los medios de producción –las empresas– tienen dueños individuales)
entonces debe garantizarse que los propietarios de esas empresas reciben
una recompensa en forma de ganancia por haber arriesgado su dinero
durante el primer momento económico: la producción.
Así, los
capitalistas individuales ponen su capital en juego, adquiriendo los
recursos primarios (materias primas, maquinaria y trabajadores), e
inician la producción con la esperanza de que al final de todo el
proceso puedan vender la producción y obtener una ganancia. Si no lo
consiguen finalmente entonces quiebran y no vuelven a contratar
trabajadores (por lo cual se incrementa el desempleo) y la actividad
económica se detiene.
Si por el contrario el capitalista obtiene una ganancia entonces
tiene que elegir entre destinarla de nuevo a la producción,
arriesgándola de nuevo, o destinarla a otros fines (por ejemplo, el
consumo de lujo). El hecho de que opte por una u otra vía está
determinado básicamente por dos factores: la ganancia esperada y la
competencia, y ambos están interrelacionados.
Si el capitalista espera
recibir más ganancia al invertir su ganancia pasada entonces tendrá
incentivos para hacerlo. Pero además, puede ocurrir que necesariamente
se vea obligado a hacerlo presionado por la competencia. Y esto es lo
que verdaderamente ocurre en el capitalismo todos los días.
En efecto, el capitalista individual se ve obligado a invertir de
nuevo su ganancia (lo que en economía se llama acumulación) para poder
mejorar su proceso de producción y evitar ser destruido por la
competencia.
Esto es así porque si el capitalista A no invirtiera de
nuevo su ganancia y simplemente se preocupara de restaurar los gastos en
recursos primarios (reponer la materia prima, mantener las máquinas y
pagar a los trabajadores) y sin embargo su competidor, el capitalista B,
sí lo hiciera e invirtiera en mejorar la maquinaria y el proceso de
producción en su conjunto, entonces el capitalista A se vería expulsado
del negocio.
El capitalista B podría conseguir mejor tecnología y podría
vender los productos a un precio más bajo, haciendo que los compradores
que antes compraban al capitalista A ahora lo hicieran al capitalista
B. Eso provocaría pérdidas al capitalista A y desaparecía su ganancia y,
con ella, su negocio. La presión de la competencia, por tanto, empuja a
todos los capitalistas a acumular.
Por lo tanto, nos encontramos ante un sistema económico, el
capitalismo, que una vez se ha puesto en marcha es imparable y cuya
razón de ser es la acumulación, esto es, el crecimiento económico, y la
ganancia que lo estimula.
El afán de acumular es una característica propia del capitalismo.
Pero no así de otros sistemas económicos previos que han permitido a la
sociedad humana sobrevivir en otras condiciones distintas a las
actuales. (...)
En la terminología económica al proceso por el cual un sistema
económico amplía sus capacidades productivas mediante la acumulación se
le llama “reproducción ampliada”.
Sin embargo, existe también la noción
de “reproducción simple”, la cual hace referencia a los sistemas
económicos que al final del proceso productivo únicamente destinan las
ganancias a restaurar lo gastado, pero sin invertir nada más allá de ese
nivel. Este segundo tipo de reproducción económica es propia de
sociedades precapitalistas.
Muchas de estas sociedades sólo producían aquello que consideraban
necesario de acuerdo con sus propios criterios sociales, dedicando el
resto del tiempo del día a otras tareas. Y si se producía algún avance
técnico espontáneo, alguna mejora en los procesos de producción
resultado de la creatividad o del azar, entonces las sociedades
mantenían su nivel de producción y ampliaban su tiempo libre.
De hecho,
en otras culturas “cuando la naturaleza les favorecía, con frecuencia
permanecían en el estado idílico de los polinesios o de los griegos
homéricos, entregando al arte, al rito y al sexo lo mejor de sus
energías” (1).
Por lo tanto, estas sociedades que limitaban sus necesidades a través
de su propia cultura entendían las innovaciones tecnológicas y
organizaban su tiempo y su producción de una forma muy distinta a la que
nosotros, bajo el sistema económico capitalista, lo hacemos
actualmente.
Hoy, por las propias leyes del capitalismo, cualquier
innovación técnica (que incrementa lo que en economía se llama
productividad: producción por hora o por trabajador) no promueve un
mejoramiento de las condiciones de vida sino que inmediatamente se
incorpora a las ruedas de la bicicleta capitalista como un elemento más
que contribuye a pedalear más rápido.
Fue precisamente la expansión del capitalismo, y particularmente su
supremacía militar, la que creó el escenario actual en el que vivimos." (Eduardo Garzón, 20/08/2013)
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