"(...) Lo que implosionó en
el verano de 2007, en las entrañas del sistema financiero de los Estados Unidos
de Norteamérica, fue el modelo de regulación capitalista iniciado con la contrarrevolución
conservadora y neoliberal de Reagan y Thatcher a principios de los años ochenta
del siglo pasado.
Casi treinta años de orgía neoliberal, de desregulación, de
globalización, de pensamiento único, de liquidación de lo público, de
hipertrofia financiera, de contrarreforma fiscal a favor de los más ricos, de una
redistribución injusta de la renta que baja los salarios y sube el excedente del
capital, de recomposición de la tasa de beneficio, de deterioro en las condiciones
de vida y trabajo de la mayoría social, de reducción de salarios reales, de
privatizaciones, de ataque a los servicios públicos, de desmantelamiento del
estado de bienestar, de un cambio radical en la división internacional del
trabajo, de desindustrialización en los países más desarrollados, de la
descentralización y la subcontratación como nuevo paradigma empresarial que
debilita la capacidad de respuesta de los trabajadores.
Son los rasgos básicos
de los profundos cambios del capitalismo en las últimas tres décadas.
Pero en solo 25 años, el mundo feliz que prometían los profetas neoliberales
se transformó en la peor pesadilla de la crisis económica más dura desde 1929,
que, además, en esta ocasión se extiende a todo el planeta.
Una crisis en la que juega un papel destacado la avaricia, la
irresponsabilidad de los directivos de los mercados financieros, de las
empresas auditoras y sobre todo de las agencias personales de calificación de
riesgos, que han sido cómplices necesarios en la gran estafa financiera
perpetrada por los que Tom Wolfe calificó como los «Amos del Universo».
Resultaba evidente, para todo el que quisiese verlo, que el crecimiento
económico basado en la especulación financiera —lo que se denominó «economía de
casino»— era y sigue siendo un modelo de crecimiento inestable que genera
muchos episodios de crisis financiera, con enormes costes en empleo destruido y
tejido industrial arrasado. Un modelo que encuentra en la desregulación y en la
falta de control el origen tanto de su expansión como de su crisis. (...)
La quiebra del modelo financiero globalizado es el fenómeno más visible,
pero el origen de la crisis actual está en los profundos cambios que se han
dado en la forma de trabajar y de vivir en la fase neoliberal del capitalismo
global.
La internacionalización de la economía se construyó exclusivamente desde el
modelo neoliberal, esto es, con libertad total para los movimientos de capital,
sin levantar al mismo tiempo los mecanismos de regulación internacional que,
como ocurre en los Estados nacionales, sirvan de contrapoder democrático a los
excesos inevitables de la economía de mercado. Así, la globalización neoliberal
actuó como ariete contra el pacto social de la posguerra mundial, el estado de bienestar
europeo y el New Deal estadounidense.
Desde los años ochenta, y tras la caída del muro de Berlín y la desaparición
del contrapoder que representaban los países del Este, la desigualdad se ha
extendido a escala planetaria: la riqueza se redistribuye de forma injusta en
los países más desarrollados, caen los salarios reales de los trabajadores, lo que
se traduce en la disminución del peso de las rentas de trabajo en la renta
nacional, los asalariados pierden derechos y las reformas sociales y fiscales causan
un grave retroceso en los modelos de distribución más justa de la riqueza.
En este período se propició que los ricos ganaran más, alguno muchísimo
más, y que, al tiempo, pagaran menos impuestos en detrimento del resto de la
sociedad. Esto tiene consecuencias. Los trabajadores y las clases medias
dedicamos el grueso de nuestra renta al consumo, lo que fomenta la demanda de
la economía real.
Por el contrario, el exceso de riqueza de la minoría social genera
un exceso de liquidez que se dirige a los mercados financieros y bursátiles, favoreciendo
así la economía financiera y la especulación y no la economía real.
Sirvan aquí las palabras pronunciadas en 1933 por el entonces presidente de
la Reserva Federal de los Estados Unidos, Marriner S. Eccles, para explicar la
crisis de 1929: «La producción masiva debe ser acompañada por el consumo masivo,
lo que a su vez exige una redistribución de la riqueza.
Allá por 1929, una
creciente proporción de la riqueza se concentraba en unas pocas manos. Pero
reduciendo el poder de compra de los consumidores, los acumuladores de capital
se negaron a sí mismos la demanda que sus productos necesitaban para justificar
nuevas inversiones. En consecuencia, como en una partida de póker en la que las
fichas se acumulan cada vez en menos manos, los otros jugadores sólo podían
seguir en el juego pidiendo crédito. Cuando el crédito se acabó, se acabó el
juego». (...)
Esta crisis afecta
con especial intensidad y dramatismo al Estado español porque golpeó los pies
de barro, de arena en realidad, sobre los que se había levantado lo que la
derecha llamó «el milagro económico español»: la década expansiva de
crecimiento de 1996 a 2007 que estalló abruptamente hacia el final de 2008.
Una
expansión económica falsa, asentada sobre la estela de la burbuja inmobiliaria,
la sagrada alianza entre la oligarquía financiera y los promotores de la
construcción, que lanzó la actividad económica al precio de corroer las bases
reales de la economía del país.
Porque esta crisis
tiene culpables, que en nuestro caso son los responsables financieros que
enladrillaron el país, que enladrillaron sus balances, que endeudaron a las
familias de por vida y que endeudaron al país con la banca extranjera para
décadas.
Ese modelo
absurdo, irracional, inviable e insostenible a medio plazo puede resumirse en
dos datos: en las 900.000 viviendas visadas en el año 2006 y en los 700.000
millones de euros en los que la banca se endeudó en los mercados financieros
europeos vendiendo cédulas hipotecarias para financiar esta aberración.
La economía
artificial, instalada en una burbuja, solo podía vivir a caballo de un
endeudamiento creciente, y se hundió cuando la crisis financiera internacional secó
las fuentes de financiación.
En España, como en
ningún otro país del mundo, es una crisis del empleo. Desde el año 2008 se han
destruido 3,6 millones de empleos, primero en la construcción y después en la
industria; y ahora también en los servicios, en especial entre los empleados
públicos.
En cuatro años, la ya larga cola del paro que teníamos en 2008 creció
de forma brutal porque se incorporaron a ella 3,6 millones de hombres y mujeres
hasta superar el abismo de los 6 millones de personas en paro.
La crisis se
convierte en estafa cuando, a partir de mayo de 2010, la derecha europea, a las
órdenes del capital financiero y con la
complicidad de partidos que formalmente se reclaman de la izquierda, impone su
plan de ajuste no solo a la economía, sino a toda la sociedad española.
Seis millones de
parados es un enorme ejército industrial de reserva que se utiliza como un
ariete terrible para atacar la resistencia de la clase trabajadora. (...)
No es economía, es lucha de clases y, parafraseando al multimillonario norteamericano Warren Buffett, es cierto que por ahora estamos perdiendo, pero el partido aún no ha terminado." ('La izquierda ante la crisis del capitalismo', de Ramón Górriz, Sin Permiso, 29/09/2013)
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