4/7/14

En la crisis, el sufrimiento mental aflora por todas partes, siendo la ansiedad y la tristeza-depresión sus dos mayores manifestaciones

"(...) si las personas no tienen medios para mantener una vivienda digna o para alimentarse correctamente, es claro que su salud podrá empeorar . De hecho, la pobreza es per se un factor de riesgo de padecer enfermedades. Ahora bien, el factor pobreza no es el único factor. Hay otro aún más importante, las desigualdades sociales.

Este ha sido señalado por varios autores (Wilkinson, (Wilkinson, 2001; Wilkinson y Pickett, 2009; Stiglitz, 2012)), así, el primero, Wilkinson, advierte en un texto titulado Las desigualdades perjudican, explica, en primer lugar, que en la actualidad, queda claro que los niveles de salud de la población se ven totalmente afectados no tanto por las atenciones médicas como por las circunstancias sociales y económicas en las que la gente vive y trabaja. (Wilkinson 2000, p. 14).

 El mismo autor argumenta que algunas de las relaciones más importantes entre nuestra salud y las condiciones de vida son las relaciones psicosociales, es decir, que muchos de los procesos biológicos que conducen a la enfermedad se desencadenan por lo que pensamos y sentimos respecto de nuestras circunstancias sociales y materiales.

Las personas que tienen un determinado nivel de renta, especialmente las de las rentas más bajas, parecen estar más sanas en lugares igualitarios (ibid, p. 25). Esto quiere decir que a mayor igualdad encontramos mejor salud. Wilkinson establece la hipótesis de que las personas suelen confiar más unas con otras en los lugares en los que las diferencias de renta son menores.

Estatus social, amistad y cohesión social son tres factores que ejercen una influencia considerable en la salud. Wilkinson se preguntaba por qué era tan importante la amistad, por qué las diferencias en el estatus social podían tener un efecto tan grande en la salud. Y, en un intento de responder a la pregunta afirmaba que “los niveles de salud de la población en el mundo desarrollado están dominados cada vez más por una gama de variables psicosociales que resultan muy importantes para la salud.

 Entre ellas destaca la cantidad de control que realmente poseen las personas sobre el trabajo y sobre otras facetas de la vida; el desequilibrio percibido entre los esfuerzos emocionales y las recompensas planteadas y obtenidas de su trabajo; el tener que hacer frente a sucesos vitales estresantes oa dificultades constantes; los vínculos débiles y dificultades emocionales a una edad temprana y, finalmente, las relaciones sociales negativas.  (..)

La sentencia que afirma que en la actualidad asistimos a un incremento de los trastornos mentales parece haberse constituido, a fuerza de repetirla, una verdad que nadie puede cuestionar. 

Los incrementos de las consultas en los centros de salud mental (adultos e infanto-juveniles), así como los de las personas que acuden a los ambulatorios aquejados de algún tipo de dolencia mental parecen corroborar que, en efecto, se produce un incremento progresivo en la incidencia y la prevalencia de los denominados trastornos mentales.

No es ahora el momento de discutir sobre el concepto de trastorno mental, ya que ello nos llevaría muchísimo tiempo, del que ahora no disponemos. Digamos tan sólo, que el incremento de los casos de trastornos mentales está condicionado, en primer lugar, por la propia definición de trastorno mental.

 Sin embargo, sí puede constatarse en el día a día que el sufrimiento mental aflora por todas partes, siendo la ansiedad y la tristeza-depresión sus dos mayores manifestaciones.

En este marco, los autores antes mencionados (Wilkinson y Pickett) señalan que las desigualdades sociales se correlacionan con un incremento de los trastornos mentales (figura 3).

Esta figura  muestra grandes diferencias en la proporción de personas con trastornos mentales (de un 8% a un 26%) entre países. Los autores  señalan que en países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda o Reino Unido, la desigualdad social triplicaría el porcentaje de personas con trastorno menral. 

Los desórdenes de ansiedad, de control de impulsos y las patologías mentales graves estarían todos ellos relacionados con la desigualdad.  Más concretamente, los trastornos de ansiedad son más frecuentes en los países desiguales.

Nuevamente, surge una pregunta: ¿por qué las personas que pertenecen a las sociedades más desiguales tienen mayor tendencia a padecer trastornos mentales?

Para algunos clínicos, como Oliver James (2007), se trata de un virus especial: el virus de la abundancia: un conjunto de valores que nos hace más vulnerables ante los trastornos emocionales”. Ello se relacionaría con el afán desmedido de ganar dinero y obtener posesiones, con el prurito de aparentar ante los demás que nuestro nivel de vida es más alto de lo que su realidad impone. Estos valores nos hacen más vulnerables a la depresión y a la ansiedad.

Sin embargo, esta explicación no es compartida por otros autores, como Lipovetsky (2007) o Laval y Dardot (2013).  (...)

Así, Gilles Lipovetsky, en un libro publicado el año 2007,  (Lipovetsky, 2007) señala que “entre las dinámicas que se pusieron en marcha a mediados del siglo XX hay una que se ha vuelto dominante: en el período del hiperconsumo, las motivaciones privadas prevalecen en gran medida sobre los objetivos de la distinción. 

Queremos objetos para vivir más que objetos para exhibir, se compra menos esto o aquello para enseñarlo, para alardear de posición social, que pensando en satisfacciones emocionales y corporales, sensoriales y estéticas, comunicativas y sanitarias, lúdicas y entretenedoras” (Lipovetsky, pp. 36-37). (...)

Este fenómeno adquiere una especial dimensión en la población infantil y juvenil, especialmente en los tiempos actuales, en los que muchos padres han visto reducidos bruscamente sus ingresos y, en consecuencia, no pueden “satisfacer” las demandas y exigencias consumistas de sus hijos. 

Estos valoran la dimensión personal de su consumo (ropa, música, distracciones) en tanto son signos aptos para distinguirlos de otros grupos de colegas. En este contexto, a medida que se relaja la integración  por el trabajo o el colegio, que caducan las identidades de clase y los grandes movimientos colectivos, los jóvenes de los barrios desheredados tratan de afirmarse por el look y los signos del consumo.  (...)

El problema de las desigualdades sociales se ve agravado en cuanto a sus efectos sobre la salud mental de los individuos, por una serie de elementos característicos de la sociedad neoliberal. No voy a desarrollar extensamente este punto, pero sí quiero destacar, sucintamente, algunos aspectos.

El primero de ellos se refiere a la renuncia: a cómo cada individuo debe desprenderse del pasado.  Se trata de una cuestión muy bien estudiada por Richard Sennett  (Sennett, 2006). Sennett cita el caso de una jefa de una dinámica empresa norteamericana que afirmó que en su organización nadie era dueño del puesto que ocupaba y en particular que el servicio prestado en el pasado no garantizaba al empleado un lugar en la institución. Es el fin de la meritocracia. 

Sennett explica que para poder responder a la afirmación de aquella empresaria se necesita un rasgo característico de la personalidad, un rasgo que descarte las experiencias vividas. Para ello se precisa de un Yo orientado al corto plazo, centrado en la capacidad potencial, con voluntad de abandonar la experiencia del pasado.

 Sin embargo, destaca el autor, este tipo de ser humano es poco frecuente. La mayor parte de la gente no es así, sino que necesita un relato de vida que sirva de sostén a su existencia. (Sennett, p. 12).  (...)

Se destruyen proyectos de vida sin que se vislumbre la posibilidad de rehacerse con un mínimo de dignidad.

Pero no solamente esto, hay otro elemento sobre el que es preciso llamar la atención: el sentimiento de culpa que se vincula a la vivencia de fracaso. Se trata de lo siguiente: El entorno actual, en el que se desarrollan muchas crisis neuróticas es el del neoliberalismo, entendido, siguiendo a Laval y Dardot (2013), no sólo como una ideología o una política económica sino básicamente como una racionalidad que tiende a estructurar y a organizar, no sólo la acción de los gobernantes, sino también la conducta de los propios gobernados. 

La racionalidad neoliberal tiene como característica principal la generalización de la competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación.    (...)

Es en este contexto en el que emergen formas de sufrimiento mental que se engloban, predominantemente, en el binomio ansiedad–depresión. Para los autores mencionados, la depresión es el reverso del rendimiento, una respuesta del sujeto a la obligación de realizarse y ser responsable de sí miso, de superarse  cada vez más en la aventura empresarial. El individuo se ve confrontado a una patología de la insuficiencia más que a una enfermedad de la falta. El deprimido es un sujeto averiado” (Laval y Dardot, p. 371).  (...)

No obstante, para comprender en toda su extensión las dimensiones del sufrimiento mental, es preciso dirigir la mirada hacia otros elementos: la corrosión del carácter y el sentimiento de fracaso del sujeto empresario de sí mismo. 

 Las desigualdades siempre provocan efectos negativos sobre la salud, pero ello se intensifica cuando inciden sobre un modelo social caracterizado por la ruptura de los relatos de vida y por la determinación neoliberal de transferir nuevamente al individuo toda la responsabilidad por su bienestar de modo que su incapacidad personal se atribuye por regla general a un fracaso personal y, en la mayoría de los casos, se culpabiliza a la víctima de su situación.  (...)"       (Josep Moya Ollé, La Lamentable, 02/07/2014)

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