"Uno de los éxitos ideológicos más notables del entramado
dominante en las sociedades llamadas desarrolladas es haber logrado que el
grueso de la población tenga una casi absoluta incomprensión de los fundamentos
estructurales del sistema económico vigente.
Para el ciudadano de a pie la
teoría económica es una disciplina abstrusa, cuyo código talmúdico sólo es apto
para iniciados en sus arcanos que, graciosamente, (pero sin desvelar nunca sus
ignotas fuentes) nos revelan las recetas apropiadas para alcanzar, con mucho
tesón y sacrificio, el ansiado bienestar general. (...)
La
sorda pero implacable violencia económica provoca un daño enorme en forma de
miseria, paro, desahucios y eliminación del futuro de generaciones enteras,
pero los amortiguadores sociales (fundamentalmente el ahorro y el patrimonio
acumulado por las generaciones del “desarrollismo” franquista) mantienen, a
duras penas, la paz social.
Los ominosos fondos “buitre” adquieren mando en
plaza, gracias a los buenos oficios de nuestros muy serviciales gobernantes,
haciéndose a precio de saldo con activos “basura”, principalmente hipotecas
incobrables garantizadas con dinero público, para someter posteriormente a los
desvalidos deudores a la implacable tortura y muerte civil de los condenados al
ostracismo2.
Mientras tanto, la pobreza de las propuestas realizadas
para detener, o al menos corregir, el expolio creciente es sumamente alarmante.
(...) Como explica brillantemente Michel Husson4, el mantenimiento de la tasa de
ganancia, esencial para la reproducción del capitalismo actual, se basa
fundamentalmente en dos pilares: drástica reducción de salarios y mantenimiento
del consumo mediante el crédito desbocado por la financiarización y el
neurálgico apoyo del consumo creciente de los rentistas.
Es decir, el capitalismo
tiende a abandonar (al menos en los países del Centro) la clásica función
social de la producción de mercancías para huir hacia la nebulosa intangible
del “milagro del interés compuesto“. De ahí la masiva creación de burbujas y la
creciente (y muy funcional para todo el entramado del reparto parasitario de
regalías) desigualdad económica que constatan todas las estadísticas en las
sociedades occidentales.
Los rentistas (auténticas “sanguijuelas” económicas
que puncionan la riqueza producida por otros) y demás propietarios de activos
inmobiliarios o financieros son los que acaparan los nichos de rentabilidad y
el poder socioeconómico a expensas de los, cada vez más deteriorados,
trabajadores productivos. (...)
En resolución, en los mentideros de los nuevos visionarios
“regeneracionistas”, que inundan las ondas con sus telegénicas y estudiadas
soflamas, aparentemente radicales y novedosas, se despacharía como poco realista
y utópico (nada de asustar al votante “mediano” con radicalismos que manchen el
aire cool y sugestivo
de la formación) hablar siquiera de la necesidad de la supresión de grandes
instituciones del sistema económico como, sin ir más lejos, la herencia.
Siendo
este uno de los basamentos del armazón social y uno de los fundamentos del
“rentismo” parasitario dominante y de la enorme y creciente desigualdad que
genera el régimen de la propiedad, queda, como todos los demás pilares del
sistema, en el limbo de lo intangible e innombrable.
Pues bien, para decirlo
lisa y llanamente, mientras éste se mantenga incólume y medidas como la
descrita resulten impracticables dada la falta de la imprescindible y masiva
movilización social, resulta, en mi opinión, mucho más realista y ambicioso
desarrollar una labor de “zapa” insertando cuñas que, sin pretender inútilmente
suplicar migajas en los cenáculos del capital, vayan desmercantilizando, de
forma limitada pero efectiva, pequeñas áreas de la inhóspita vida social." (Alfredo Apilánez, en Rebelión, 16/09/2014)
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