"Vivimos la paradoja de una de las épocas menos violentas de la Historia
de la Humanidad y, al tiempo, el surgimiento de una violencia fiera. Son
muchos los estudios de organismos internacionales e institutos
académicos que arrojan cifras claras sobre la práctica desaparición de
las guerras entre Estados y la disminución de conflictos internos y sus
secuelas sangrientas en comparación con épocas pretéritas, incluido el
siglo XX. Esa constatación no significa triunfalismo ni resignación, en
especial, porque la violencia organizada y masiva ha sido desplazada y
sustituida por una violencia desestructurada, mecánica y salvaje. (...)
Hoy, como nunca en el pasado, los Estados son muy vulnerables y pueden
ser desestabilizados con facilidad y rapidez. En parte porque se ha
difuminado su poder; son más determinantes las adscripciones étnicas,
territoriales, culturales y religiosas que las ideológicas sustituyendo
el tribalismo nacionalista y los fundamentalismos religiosos a la lucha
ideológica.
Algunos Estados, antes pobres, con sociedades civiles nada
organizadas o sistemas sociales tribales y con débiles administraciones
públicas, se han visto sorprendidos por su inmensa riqueza sin una
verdadera estructura estatal que permita un aprovechamiento en interés
común, multiplicando la miseria y la corrupción infinita. Muchos
Estados, casi todos en África, no fueron capaces de construir un Estado. (...)
Ya apenas hay guerras como las que conocíamos, ya fueran conflictos
armados internos o internacionales; no son guerras presididas por el
dios Marte. La impureza de la violencia armada del siglo XXI,
tanto la común o sin fines políticos como el terrorismo islamista, no
acepta mínimas reglas humanitarias en la conducción de sus acciones
armadas ni en el trato a los no combatientes y civiles.
Esa brutalidad
sin los frenos últimos de civilización, nos plantea cómo actuar en
situaciones que están al margen de la lógica y de las reglas del
conflicto armado. En toda guerra, en mayor o menor medida, ha habido un
mínimo espacio humanitario, de negociación y mediación de Cruz Roja o de
terceros Estados para preservar una parte de las vidas humanas y su
legado cultural.
Lo que más llama la atención de la violencia interna del siglo XXI es
que son guerras privadas, de múltiples grupos autónomos de delincuencia
que se apoderan para sus tráficos ilícitos de parte del territorio (en
Colombia, México, Guatemala, Irak, Afganistán, Pakistán…), o de casi
todo (República Democrática del Congo) o incluso de todo (Somalia), de
sus recursos y de los resortes del Estado en la zona que ocupan y
controlan.
Lo grave y desconcertante es el nivel y arraigo que ha
alcanzado la violencia en una veintena de Estados envueltos en bucles o
ciclos de violencia repetida. Además, en amplias zonas de África y Asia,
la violencia común está trufada de otra mucho más peligrosa para el
conjunto de la humanidad, especialmente para los europeos, con conocidos
grupos terroristas islamistas (Irak, Afganistán, Pakistán, Siria,
Libia, Argelia, Egipto, Somalia, Malí…).
La múltiple criminalidad para fines económicos pretende poner fin o
debilitar a las estructuras estatales (Estados fracasados y frágiles)
para llevar a cabo, sin ley ni orden político social, en plena o parcial
anarquía, sus actividades criminales trasnacionales (el comercio y
distribución de droga en terceros Estados, comercio ilegal de
armamentos, esclavitud de personas -tráfico de migrantes y refugiados,
trabajo forzado, prostitución de adultos y menores-, la explotación y
comercio de diamantes, oro, cobalto, coltán, marfil, tráfico de fauna y
flora silvestres, etc.)
Los grupos político-criminales en África, Asia y América que controlan
partes del territorio ligadas a la explotación de diversas riquezas o
tráficos ilícitos, al modo del narcoterrorismo en Colombia o en México, a
veces financian y condicionan a los partidos políticos, tal vez desean
tener cierto impacto sobre las instituciones para subordinarlas o
bloquearlas, pero no aspiran a ejercer el poder político ni desean
administrar el Estado. (...)
La violencia común contemporánea no pretende objetivos políticos y su
control del Estado se concentra en conseguir libertad para su acción
criminal generalizada y garantizar su impunidad. Desplazan al Estado, no
lo sustituyen. Esta violencia masiva interior no siempre es
jurídicamente un conflicto armado, puesto que los actores no desean
ejercer el poder político ni adueñarse directamente del Estado. Lo que
desean es que el Estado no interfiera en su actividad criminal y les
deje un territorio sin policía, sin jueces y sin sociedad civil. (...)" (Araceli Mangas Martín, El Mundo, 27/05/2015)
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