"Recordando el trauma de la muerte de su padre, escribió Alfonso Reyes:
“Después me fui rehaciendo como pude, como se rehacen para andar y
correr esos pobres perros de la calle a los que un vehículo destroza una
pata; como aprenden a trinchar con una sola mano los mancos; como
aprenden los monjes a vivir sin el mundo, a comer sin sal los enfermos”.
¡Afortunado él, que se rehízo! Cuando este cinco de junio tuve ante mí
la bulliciosa pradera de Epsom, ferviente de gloriosas expectativas, me
dije: “Aquí estuvo el jardín de mis delicias, ahora triunfo de la
muerte”.
Desolado, devastado y sin embargo idéntico. Es el designio del
amor que una presencia radiante lo llene todo y la ausencia de esa
presencia todo lo vacíe. Sólo una cosa falta y ya todo sobra. (...)
¡La alegría, que envidia! Aún me acuerdo un poco de cómo era. Al final
de Las palmeras salvajes de William Faulkner, el protagonista aniquilado
por la muerte de su amada se detiene ante el abismo: “Entre la pena y
la nada, elijo la pena”. Pero ¿y cuando la pena crece más que la nada?
Cuando se convierte en una nada que duele…" (
Fernando Savater
, El País, 26 JUN 2015)
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