"Los datos muestran que los Estados Unidos han deja do de ser la tierra de las oportunidades.
Dentro del mundo desarrollado es la sociedad más desigual tanto en
términos de ingreso como de riqueza.
Pero además es, paradójicamente,
uno de los países donde menos esperanzas de movilidad hay entre los
distintos grupos poblacionales, especialmente para el quintil más pobre.
Ninguna de estas situaciones se daba en los Estados Unidos hace 40
años.
El sentido común nos ofrece conclusiones mucho más fiables que las
elaboradas por los economistas convencionales, neoclásicos en su inmensa
mayoría. El razonamiento es muy sencillo: al analizar la evolución en
términos reales del salario hora se observa como el progreso de la clase
media durante los últimos 40 años ha sido nulo o escaso.
En este
contexto, tal como ocurrió en España, la deuda se convirtió en el
instrumento utilizado por las familias para intentar hacer mejoras
modestas en su estilo de vida.
Hartos ya de tanta desigualdad, se empiezan a detectar las primeras
grietas en un sistema económico que tal y como está diseñado ya no da
más de sí. Por eso Bernard Sanders ganará las primarias del Partido Demócrata estadounidense, al igual que Jeremy Corbyn en el Partido Laborista británico.
La mayoría ansía un país más justo
En un estudio de 2012, Dan Ariely, profesor de
Psicología y Economía del Comportamiento de la Universidad de Duke,
presentó algunos datos especialmente fáciles de usar y entender sobre el
tema de la desigualdad de ingresos. El título del artículo lo dice
todo: Americans want to live in a much more equal country (they just don’t realize it), algo así como "Los estadounidenses quieren vivir en un país mucho más igualitario (simplemente no se dan cuenta de ello)".
Se trata de una encuesta a más de 5.000 estadounidenses, cuidadosamente
seleccionados para ser una representación equilibrada de la población.
En primer lugar se les preguntó cómo de igual creían que debería ser una
sociedad en términos de renta y riqueza, y luego se les preguntó cómo
de igual creían ellos que era en la vida real.
La encuesta ofrece resultados muy curiosos. En realidad la
autoidentificación como republicano o demócrata, de cara a las
respuestas, apenas reflejaban diferencias. La verdadera sorpresa del
estudio es que la distribución real de la riqueza es mucho peor de lo
que los propios encuestados creían y muchísimo peor de lo que ellos
mismos creen que es justo.
De hecho, cuando se le presentaba la opción
entre la distribución real de la riqueza en los Estados Unidos (aunque
deliberadamente se presentaba como puramente teórica) y un modelo
idealizado más justo como el de Suecia, más del 90% de los republicanos y los demócratas prefieren el modelo sueco.
Es un buen ejemplo de cómo el sistema político de confrontación entre
los dos partidos grandes, igual que en España, se ha desviado de lo que
piensan sus votantes de lo que en realidad es justo. Por eso, repito,
Bernard Sanders ganará las primarias demócratas.
Las deficiencias a corregir
La única realidad palpable que se desprende de la investigación
reciente sobre desigualdad y democracia es que las élites económicas y
los grupos organizados que representan intereses comerciales tienen
impactos sustanciales en la política de los distintos gobiernos de
Estados Unidos, Reino Unido o España, por poner tres ejemplos, mientras
que los ciudadanos comunes tienen poca o ninguna influencia.
Para
Estados Unidos, por ejemplo, cuando la élite detesta un proyecto de ley,
que percibe como un problema, la suerte del mismo está echada, es su
sentencia de muerte, solamente el 1% de estos proyectos de ley serán
aprobados. Este es el “Totalitarismo Invertido”, el pan de cada día de nuestras frágiles democracias.
El capitalismo ha fracasado estrepitosamente en el tratamiento de
problemas de largo plazo alrededor de los bienes comunes, basta con
analizar los daños continuos al aire, al agua y al suelo. Pero además el
capitalismo, especialmente en Estados Unidos, está fallando a la hora de ser inclusivo.
En las últimas décadas se ha dedicado a satisfacer exclusivamente a las
gerencias corporativas, y, si queda algo, a los accionistas. Entre las
malas, malísimas ideas, asumidas, ya no solo en determinados ambientes
académicos, sino también en el oxímoron de la sabiduría convencional, es
decir, entre los que habitan en el mundo real, se encuentra la maximización del valor de los accionistas.
Lo curioso es que en el período donde la maximización del precio de
la acción se impuso como dogma del gobierno corporativo, los accionistas
no solo no obtuvieron mayores retornos, sino que en realidad se produjo
un desempeño corporativo mucho más pobre.
Sin embargo, las implicaciones y daños causados por el foco unívoco y exclusivo del gobierno corporativo hacia la maximización del valor de la acción son mucho más amplios y afectan a toda la sociedad.
En primer lugar la disminución y las bajas tasas de inversión de las empresas, aspecto fundamental del que ya hemos hablado en otros blogs previos.
En segundo lugar la desigualdad creciente; y, finalmente, y relacionado con el punto anterior, una participación del factor trabajo sobre el PIB cada día más baja. Por eso, los estadounidenses, al menos de manera inconsciente, prefieren el modelo sueco." (Juan Laborda, Vox Populi, 19/09/2015)
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