18/3/16

Asociacionismo charnego, el ADN de Cornellà

Centro Social Almeda de Cornellà

"Para una mejor comprensión del fenómeno deberíamos remontarnos a la segunda oleada migratoria que se produjo mediada la década de los cincuenta y se prolongó hasta finales de los sesenta del siglo pasado.  

Aquella migración no llegó en pateras y sí lo hizo en destartalados trenes que llegaban atestados procedentes de la España profunda y que pronto el pueblo llano, con su indefinible piedra filosofal, bautizó con los nombres de “El Sevillano”, procedente de Andalucía  y “El Shanghai”, que hacía su recorrido desde el Noroeste del país.  

Era todo un espectáculo darse una vuelta por los andenes de la estación de Francia  para ver llegar aquella avalancha de gente desesperada, con sus maletas de cartón y sus fardos atados con cuerdas, huyendo del caciquismo, de la explotación humillante a los que las tenían sometidos la oligarquía franquista, indiferente a su hambre y su miseria.

Los modernos y tan denostados CIES, no son un invento reciente, ni mucho menos.  Ante aquella oleada masiva de gente con un futuro incierto, los jerifaltes de la capital catalana reaccionaron y desplegaron su policía en las estaciones y, todo aquel que no justificara un domicilio donde acogerse, se les trasladaba sin contemplaciones a los pabellones de la Fira en Montjuic y, si nadie se interesaba por ellos, al día siguiente los enviaban de vuelta a su lugar de origen. 

Así nació un despliegue de barraquismo que tiene su propia historia. Pero no quisiera desviarme del objetivo principal de este artículo.

 El destino de aquella inmigración era, en su mayoría, el cinturón barcelonés, y sus núcleos de población que crecían sin  control alguno y donde un urbanismo racional, planificado  y medianamente ordenado  era una utopía y el Baix Llobregat se convirtió en un auténtico caos. 

Centrándonos en Cornellà, los “nouvinguts” se encontraban con cuatro núcleos de población dispersos: el barri Centre  con epicentro en la calle Rubió i Ors y adyacentes alrededor de la Iglesia de Santa María, el barri Pedró y la Gavarra con sus casitas de planta baja que según cuentan constituían las antiguas residencias de una clase media capitalina con el señuelo de “la caseta i l’hortet” y el barrio de Almeda donde se ubicaba la zona industrial. 

Lo demás un inmenso erial donde sobrevivían unos cuantos algarrobos desvencijados que poco a poco fueron dando su último alarido vencidos por el asfalto que avanzaba implacable. Para los más jóvenes, aclararemos que la avenida del Parque era una torrentera, la hoy espléndida plaza  de Catalunya un descampado inhóspito y que la flamante avenida de Salvador Allende no existía ni en el mejor de los sueños  y los que encontramos acomodo en los pisos de Linda Vista, nos veíamos obligados a pisar barro en caso de lluvia y aspirar polvo en tiempos de sequía  si queríamos desplazarnos “abajo al pueblo”, atravesando la eterna frontera que significaba el lúgubre puente bajo la vía férrea y sufrir los pestilentes efluvios del “regato indecoroso”, según versión de la mítica revista El Pensamiento, en referencia al canal de la Infanta que circulaba a cielo abierto.

 Esta era, a grandes rasgos, el remedo de ciudad que se encontró aquella imparable riada migratoria que respondía el “efecto llamada” y cuyo primer objetivo fue encontrar un techo donde cobijarse, acogiéndose en casa de familiares o “paisanos” o invirtiendo hasta la última peseta de sus menguados ahorros en dar la “paga y señal” de un piso. 

 Para ello ya los estaban esperando la familia Gelabert dueños absolutos de solares y de aquel inmenso erial, con don Eduardo al frente, promotora de “Linda Vista, S.A.” y, sobre todo la pomposa “Construcciones Españolas” que,  en los campos yermos paralelos a la carretera de Esplugues había iniciado la construcción de una denominada “Ciudad Satélite”, monstruosos bloques que se fueron ocupando en un abrir y cerrar de ojos, a los que siguieron constructores y especuladores sin demasiados escrúpulos a los que sólo interesaba el negocio inmenso que aquel flujo inmigrante suponía.  

Se construyó a destajo y se olvidaron olímpicamente de los servicios más elementales: calles sin asfaltar, mal iluminadas, red de cloacas, mercados y, sobre todo colegios para los niños. En 1964, estadística en mano, se calculaban unos 6.000 niños sin escolarizar en el conjunto de aquel Cornellà  en construcción. 

Por aquel entonces llegaron a la mal llamada “Ciudad Satélite” unos maestros, los Plaza, Moliner y Bonet que levantaron con sus propios esfuerzos el primer colegio al que denominaron  “San Ildefonso”, en homenaje a la Iglesia de la misma advocación promovida por el misionero Viñamata, recientemente renovado y puesto de nuevo en marcha con el nombre pensado en un principio, el del pedagogo Alexander Galí.

 Al objetivo de encontrar techo donde cobijarse, se añadía el más perentorio de conseguir un trabajo digno que se encontraba con relativa facilidad pues la construcción desenfrenada y todo lo que acarrea así lo permitía con el aliciente que el Régimen franquista había decidido instalar la SEAT en la Zona Franca y se complementaban dos ejes principales: una industria de automóviles y la construcción.  

Poco a poco aquella inmigración heroica, fue asentándose y no tardó en darse cuenta de que, en efecto, habían encontrado techo y trabajo más o menos digno, pero carecían de organizaciones que permitieran luchar contra aquel desastre urbanístico al que los habían marginado. 

Siguiendo el ejemplo de las juntas de co-propietarios de cada finca, más pronto que tarde se dieron cuenta que lo podían aplicar a crear un movimiento vecinal, colectivos de personas con sus mismos problemas, déficits y carencias, convocando puerta a puerta reuniones para comentar, hablar y decidir que hacer para poner en movimiento un Ayuntamiento que les había dado la espalda, ajeno a todo lo que se le había venido encima y un alcalde y sus concejales que sólo se hacían visibles llevando los pendones en la procesión del Corpus. 

Del prólogo del libro Hasta aquí hemos llegado, publicado por las Asociaciones de Vecinos de Cornellà de Llobregat, me permito copiar este párrafo impagable: La situación política y las malas condiciones en que se encontraban los barrios fue un excelente caldo de cultivo para sembrar la semilla de la unión y la causa común”. 

Y el gigante despertó, buscó apoyos y los encontró en un movimiento vecinal sin precedentes que nació en los albores de la década de los setenta con el dictador ya vacilante y sus problemas de tromboflebitis y parkinson haciéndose evidentes. Pero había que ir con tiento a sus últimos coletazos que aún le dieron tiempo de firmar cinco sentencias de muerte mientras desayunaba. 

Así nacieron asociaciones de vecinos que, decididamente, emprendieron una lucha sin cuartel y sin posible vuelta atrás. Reuniones donde se tomaban decisiones arriesgadas, manifestaciones que llenaban las calles de gritos de protesta contra situaciones insostenibles, pancartas en balcones y ventanas, apoyos sin fisuras a los movimientos sindicales y obreros en situaciones límites, huelgas por cualquier causa que se considerara injusta. 

Consecuencia de su atávica imprevisión o, porque ya se presentía la agonía del Régimen, los jerifaltes de la época, muy a su pesar, fueron reaccionando y Cornellà experimentando una transformación tímida pero sostenida: se asfaltaron calles donde antes eran barrizales, iluminaciones adecuadas, se inauguraron colegios y finalizando el año 1970 se inauguraba el flamante mercado de San Ildefonso una de las reivindicaciones por las que se luchó sin tregua. 

El asociacionismo responsable, seguía ganando batallas hasta incrustarse en el ADN de la ciudad. Todo resultaba no poder llevarse a término sin su impulso incansable.

En esto que llegó la democracia  y aunque pueda parecer paradójico, el acontecimiento hizo tambalear los cimientos de las asociaciones porque muchos de sus dirigentes avezados en la lucha y el dominio de masas, con la inestimable ayuda del movimiento vecinal, fueron aupados a cargos municipales, incluso alcaldes y muchos de ellos untaron el trasero de sus pantalones con cola de impacto para que no les movieran de sus poltronas y  en su fuero interno llegaron a creer que las asociaciones ya no eran necesarias. 

Grave error, pese que gracias a su gestión las ciudades del cinturón rojo han experimentado un cambio espectacular, las asociaciones no han bajado la guardia y han continuado en su lucha consiguiendo la inauguración de tres estaciones de metro, la puesta en marcha del Trambaix y otras utopías inimaginables en los tiempos de plomo franquista.

He pasado una tarde hablando del tema con la presidenta de la Confederación de Vecinos de Cornellá, Pura Velarde, un auténtico baluarte del movimiento vecinal en Cornellá y con un deje de tristeza, no exento de coraje, me manifiesta “que después de cinco años, comprobando la deriva de algunos dirigentes, contagiados por la “erótica del poder”, en Cornellà se organiza con otras asociaciones de la comarca del Baix Llobregat y con la Coordinadora de Barcelona, la 3ª Asamblea de Catalunya, donde se saca como proyecto fundamental la constitución de la Confederación de Asociaciones de Vecinos de Catalunya. 

A partir de ese momento, se entra en un proceso nuevo de mayor estructura y con el convencimiento de la necesidad de mantener los orígenes, pero siempre con nuevas orientaciones en el trabajo de futuro”.

Hablar con Pura Velarde es contagiarse de su entusiasmo y no me resisto a reproducir parte de sus respuestas: “Parece que existe un interés, desde fuera claro, en definir nuestra forma de actuar sin saber que nosotros, a través de nuestros encuentros asamblearios ya tenemos definidas nuestras actuaciones: organizar y reivindicar las mejoras de las condiciones de vida, especialmente de las capas populares de nuestros barrios. 

Hay que reconocer que muchas veces vamos contracorriente, pero también sabemos, gracias a nuestra experiencia, de que para dialogar y consensuar hace falta la presión. Un ejemplo claro, lo tienes en el funcionamiento de la Botiga Solidaria en la que tantos problemas de primera necesidad se resuelven”.   

Con una mirada de convencimiento, remacha el clavo diciendo: “Actualmente, los ciudadanos padecemos grandes dificultades a la hora de defender nuestros derechos, incluso de subsistir, sobre todo a nivel individual. De ahí nace la necesidad de buscar mecanismos de defensa colectivos y legales que acerquen la gestión administrativa al ciudadano, aunque en esto hemos de reconocer que se está cambiando, y a ello, nosotros también hemos contribuido. 

Todos los programas municipales tienen un gran apartado teórico sobre las organizaciones populares, una de las propuestas más llamativas en cuanto a los que a ellas concierne, pero todavía quedan pendientes aspectos muy importantes que han de ser recogidos por la Ley. Así lo demuestra la nueva Ley del Asociacionismo, aprobadaen el Parlament de Catalunya, que no recoge ninguna de las propuestas de nuestras asociaciones y donde se observa, de forma curiosa, que en ningún apartado habla de las asociaciones de vecinos, ¿por qué será?

La respuesta, apreciada Pura, es porque seguís siendo una “mosca cojonera” contraria a su idilio con el poder.  Pero creo que es válido este repaso a la historia del asociacionismo, recordar nuestro pasado, de adonde venimos, para entender el presente."          (Gonçal Évole, 11/01/16)

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