"Algo sucedió en Suecia a mediados de los años ochenta del pasado
siglo que podía haber cambiado el mundo y que ha sido conscientemente
ocultado. La confederación de sindicatos suecos, Landsorganisationen
(LO), y el Partido Socialdemócrata Sueco (SAP) durante un siglo formaron
parte del mismo proyecto social y político, lograr una plena democracia
política, social y económica.
La primera fase, la democracia política, dio un gran paso en 1911 con
la conquista del sufragio universal masculino y fue plenamente
consolidada con la extensión del mismo derecho a las mujeres en 1921.
Suecia fue uno de los países pioneros en el reconocimiento del voto
universal.
La segunda, la democracia social, estaba fundamentada en la
igualación de las rentas de la mayoría de la población a través de un
robusto Estado del Bienestar y un sistema de negociación colectiva
centralizado y solidario en el que los sindicatos jugaban un papel
crucial. Esta parte del programa se desarrolló fundamentalmente desde
los años 30 hasta finales de los 60.
Y en esta fase tuvo un papel
central Ernst Wigfors que en los años treinta ejerció de ministro de
finanzas durante casi dos décadas. Aunque no es muy conocido fuera de
Suecia sus textos de crítica al capitalismo y al marxismo son
fundamentales para los suecos.
La base de la actuación política, económica y social de la
socialdemocracia sueca desde los años treinta fue la consideración de
que el cauce para transformar la sociedad capitalista no era la
nacionalización de la economía, sino una planificación económica en la
que junto a las políticas del Estado del Bienestar también debían
intervenir los agentes privados.
En esa planificación de la economía
tiene un papel muy importante la democratización de la inversión bajo la
idea de que no deben ser los cálculos privados sobre beneficios y
pérdidas los que determinen el nivel de producción y empleo de un país,
ya que eso nos lleva a una economía con crisis cíclicas que
fundamentalmente pagan los trabajadores que quedan desempleados.
Wigfors
desarrolló políticas anticíclicas cuatro años antes de la publicación
de la Teoria General de Keynes que hicieron que Suecia fuese el primer
país del mundo en adoptar las modernas políticas de estabilidad
macroeconómica.
Es importante tener en cuenta que las exitosas medidas económicas y
sociales de Wigforss permitieron que la socialdemocracia sueca
permaneciera interrumpidamente en el poder durante más de cuatro
décadas, hasta los años setenta.
La tercera y última fase, iniciada en la década de 1970 abordó la
democratización de la economía. Si partimos de la consideración que en
el trabajo es donde las personas que formamos parte de la población
activa pasamos la mayor parte del tiempo de nuestra jornada, no podemos
considerarlo un ámbito ajeno a la democracia.
La socialdemocracia sueca
no se ha caracterizado por un pragmatismo poco ideologizado, imagen que
se ha podido transmitir de un país alejado geográfica y linguisticamente
del centro de las corrientes de pensamiento. Nada más lejos, Suecia a
mediados de los años ochenta estuvo a punto de ser el primer país del
mundo en transitar democráticamente del capitalismo al socialismo, en
llevar a cabo una Revolución Tranquila.
Los Fondos de Inversión Colectivos de los Trabajadores fueron el
pilar de la tercera fase del proyecto ideológico socialdemócrata de
transformación social que habría de permitir abandonar paulatinamente
las relaciones productivas capitalistas y sustituirlas por unas
relaciones productivas democráticas, esto es, socialistas.
La central sindical LO abrió el debate sobre la cogestión de las
empresas entre los directivos y los trabajadores exponiendo abiertamente
la propuesta de los Fondos de Trabajadores. A finales de los años
setenta con los partidos burgueses en el gobierno, un congreso de la LO
decide, para sorpresa del partido socialdemócrata, desarrollar el
proyecto de los Fondos Colectivos de Trabajadores elaborado por los
economistas Rudolf Meidner y Gosta Rehn, muy influenciados por las ideas
de Marx, Keynes, James Meade y del propio Ernst Wigforss.
Meidner y
Rehn llegaron a la conclusión que los tres principales problemas de la
economía sueca en aquel momento eran: 1) que se consumía más que se
producía; 2) que las inversiones productivas eran muy bajas; y 3) que
había un exceso de capacidad productiva en algunos sectores. Para
mantener un crecimiento económico con altos niveles de empleo y baja
inflación debía tenerse muy en cuenta la interrelación entre el
bienestar social y la financiación empresarial.
Para ellos la primera causa de estos problemas era la excesiva
acumulación del capital de Suecia en muy pocas familias, el latifundismo
de capital, que frenaba la circulación del mismo e impedía financiar
nuevas actividades productivas.
En lugar de plantear una profunda
nacionalización de la propiedad de gran parte de los medios de
producción, que centralizaba en el Estado la gestión de gran parte de la
actividad económica, como hicieron los laboristas británicos tras la 2ª
Guerra Mundial, plantearon que la necesaria democratización de la
inversión debía llevarse a cabo mediante instrumentos colectivos y
descentralizados, los Fondos de Inversión Colectivos de los
Trabajadores.
En las empresas de más de 100 trabajadores, estos accederían a parte
del capital de sus propias empresas de forma colectiva a cambio de una
moderación salarial que tenía como objetivo no lastrar competitivamente a
esas empresas.
Las decisiones sobre reinversión de beneficios, creación
de empleo, esfuerzo en investigación y desarrollo, etc., tendrían que
compartirse de forma creciente entre los trabajadores, los directivos y
los accionistas capitalistas.
Ello indudablemente haría que el único
factor a tener en cuenta a la hora de tomar las decisiones que definen
el escenario estratégico de una empresa a medio plazo no fuera la mera
rentabilidad cortoplacista del capital invertido.
A la vez se mantenía un marco descentralizado de toma de decisiones
sobre que producir, en que cantidad y para quién, es decir, mientras el
mercado seguía funcionando como asignador de cantidades y precios, la
propiedad de los medios de producción se iría colectivizando
progresivamente, no nacionalizando, de forma descentralizada. Lo que se
llamó “socialismo de mercado”.
El SAP incorporó a su programa político el proyecto de los sindicatos
y concurrió a las elecciones con él. En las elecciones de 1982 Olof
Pame los defendió públicamente con tanto éxito, fue uno de los temas más
debatidos en la campaña, que ganó las elecciones y los puso en marcha.
El gobierno sueco aprobó en 1984 una ley, que estuvo vigente durante
siete años, que repartía entre los trabajadores de las empresas suecas
parte del capital de nueva creación. A cambio de una cierta moderación
salarial con el objetivo de que no afectara a la competitividad-precio
de las exportaciones suecas y evitar que ese dinero significara unos
superbeneficios de los accionistas, la empresa estaba obligada a emitir
nuevas acciones que se asignaban individualmente a los trabajadores,
aunque eran gestionadas colectivamente mediante esos Fondos Colectivos.
Cuando el trabajador se jubilaba recibía las acciones como parte de su
pensión.
En 1991 el volumen total que habían alcanzado los
Fondos de Inversión Colectivos de los Trabajadores en tan solo siete
años era de 2.000 millones de euros, un 7% del total de las acciones
cotizadas en la Bolsa sueca. No era nada descabellado imaginar que en
unos cincuenta años los trabajadores suecos alcanzarían la mayoría del
capital en gran parte de las empresas suecas.
Lo interesante de la original experiencia sueca, además de su
tranquila gradualidad, es que fue capaz de vincular al socialismo con el
incremento de la riqueza individual, no solo colectiva, lo que tuvo
positivos efectos en el conjunto de la sociedad.
En el periodo en el que
los Fondos de Asalariados estuvieron vigentes desde el PIB per cápita
de Suecia, según datos del Banco Mundial, se multiplicó dos veces y
media, pasando de 12.914 $ en 1984 a 31.374 $ en 1991. Si el PIB per
cápita sueco en 1984 representaba el 76% del PIB per cápita
estadounidense, en 1991 era del 128%. El desempleo en Suecia en 1990
alcanzó la ridícula cifra del 1,7%.
Los Fondos de Inversión Colectivos de los Trabajadores fueron una
original e inteligente propuesta que proponía crear nuevo espacio entre
el capital privado y el capital público, el capital colectivo, con el
objetivo de democratizar la economía." (Bruno Estrada López, Economistas frente a la crisis, 23/05/16)
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