19/10/17

“El flamenco es llorar con un ojo y reír con el otro”

"Silvia Cruz Lapeña (Barcelona, 1978) escribe por todos los palos y siempre remata por cabales, ese palo que abre pétalos en medio del invierno de la seguiriya. 

Quien lea a Cruz y no la conozca en persona, como es el caso, pensará que tiene el iris partido, en dos colores: su capacidad para captar los matices y las contradicciones de lo que observa la convierten en la cronista más original del flamenco actual. Escribe como baila Rocío Molina, sin exotismos fáciles y rechazando las fronteras expresivas sin que eso convierta sus textos en impostura. 

Molina consigue que sepa jonda una falda de plástico; Cruz desprende jondura hasta cuando habla de cifras de desempleo. El título de su libro Crónica Jonda es una declaración de intenciones, porque lo flamenco no es solo una música sino un paisaje que lo integra todo.

 Es un cuaderno de viajes, la cara B de lo que iba viviendo a través de su trabajo durante un año, 2014, que fijó en el calendario una de las fechas más imborrables del género: la muerte de Paco de Lucía. Es un relato vivencial, en primera persona. La autora habla de música, de periodismo, de sanidad, de vejez, de historia.

 Aplica al flamenco esa observación participante de la que hablaban los antropólogos. Gracias a ese empeño por estar describe a los personajes de cada historia con un pulso de novelista ruso. El frío de más allá de los Urales mezclado con el calor mediterráneo: de nuevo, la contradicción.

Cuando cuenta por qué le atrae el flamenco recuerda aquellas palabras de Manuel Alcántara sobre el boxeo: “No es porque me guste, es porque me interroga”. ¿Qué le pregunta el flamenco?

De todo y todo el rato. Me pone todo en cuestión. Cuando entré en este mundillo de la prensa flamenca, cosas que tenía contestadas de mi oficio y que tenía muy claras, se me vuelven a poner en tela de juicio. 

No es porque sea peor, normalmente se dice que es un mundo cerrado, pero no, mundos cerrados hay en todos los sitios; el tema es que es más pequeño y nos conocemos casi todos, destaca mucho tanto lo bueno como lo malo. Somos muy apasionados en lo positivo y en lo negativo: cada discusión es un Vietnam. (...)

¿Empezó a tomar contacto con el flamenco a los 14 años?

Más pequeña. Vivía todavía en Córdoba y leía el periódico con Rafa, el camarero del bar donde desayunaba. Él era cantaor e íbamos a las peñas; ya tenía contacto con la parte artística, pero no con la lectura. Además, no pensaba que eso se pudiera leer. Entonces empiezo a leer cosas y descubro que hay literatura también. 

En mi casa eso no estaba, lo encontré en la calle por azar. Pero no he encontrado resistencias, he encontrado, eso sí, la sorpresa de que donde menos te lo esperas surge una discusión. A veces temes estar haciendo un planteamiento un poco arriesgado y crees que lo pondrán en duda, pero nunca es por ahí, siempre es por donde menos te lo esperas. Y se montan unos cipotesmonumentales [ríe]. (...)

Sobre adolescencias… Dice que el flamenco no es un género viejo, sino adolescente, pero que tiene unos padres muy severos.

El flamenco ha tenido su línea, unas determinadas directrices con guardianes de esencias; esos para mí son los padres. Esa frase, a ver si la digo bien: “Lo malo no era Mairena sino los mairenistas”. Los padres a los que me refiero son los que se han dedicado a proteger, y hablar y dialogar con eso es muy difícil, uno se siente adolescente, y yo no soy artista, pero me hacen sentir como que estoy teniéndome que revelar todo el rato. 

Y eso le pasa a determinados artistas, como que todo el rato se tenga que dar explicaciones de por qué Dorantes toca con Renaud García-Fons. ¿Por qué va a ser? Porque es uno de los mejores músicos de Europa si no del mundo. También te digo que a veces es un fantasma, no una persona concreta, es esa entelequia a la que nos enfrentamos y por la que uno mismo dice, uy, voy a escribir esto y ya verás. Eso son los padres.

El periodista Luc Sante en un artículo sobre los orígenes del blues contradice esa idea de que esa música es primordialmente la expresión de la tragedia de un pueblo: decía que era imposible que hubiera prosperado y evolucionado si sólo había en ella una motivación trágica. ¿Eso pasa también en el flamenco?

Sí. En el capítulo de Bobote [palmero] cuento que se había muerto el Eléctrico, que era su pareja artística desde que tenían doce años. Es muy triste, y lo que él hace es cantarme por bulerías, hacerme el compás.

 Decía baila, baila, y yo estaba a punto de llorar y le decía que no sabía, que bailara él porque yo quería verlo para poder contarlo [“sin dejar de hacer palmas y haciendo como que olvidaba y tenía ganas de guasa”, se lee en el libro]. Y es eso, el flamenco me interroga porque es pura contradicción, es llorar con un ojo y reír con el otro. Me encanta esa contradicción, si no, no sería periodista, a lo mejor sería física.

Hay historias de mitos del flamenco que han corrido como la pólvora, anécdotas que todos asumimos sin cuestionar su veracidad, pero ¿hasta qué punto podemos fiarnos de lo que se cuenta de los antiguos?

Esa es otra de las cosas que quiero reclamar en el libro. Dedico un capítulo a Cristina Cruces. Para mí era un deber por el trabajo académico que hace. Pensar que porque es académico es frío o tiene menos verdad flamenca me parece muy injusto, y un desastre. También cito el trabajo de David Pérez Merinero y Montse Madridejos sobre Carmen Amaya. 

Me parece muy importante porque es una manera de deshacer tópicos. Por ejemplo, cuando Bohórquez descubre lo de Fernando el de Triana, que no era gitano ni era de Triana, dices qué arte Dios mío, vaya operación de marketing. Y no pasa nada, no pierde ningún encanto. Hay que escuchar a esta gente y darle más voz y más eco, y ser rigurosos con eso.

 En esto los periodistas también hemos hecho mal trabajo, nos hemos arrimado al flamenco para perpetuar el baila pa’ reventar y que Agujetas era un paleolítico. A mí no me podría gustar más Agujetas y todo lo que representaba, pero hay cosas que no me gustaban y no le gustaban a otra gente y quedaban ocultas tras eso de paleolítico.

 No, este es un señor que se saltaba la ley si hacía falta. Nosotros hemos contribuido a engordar el velo y eso ha dejado a mucha gente fuera. A veces nos ven y dicen: ya están estos con la sangre, con la pasión, con su rollo, y no, creo que como periodistas sí hay ahí una labor que podemos hacer. Y contradecir, que se puede contradecir a las fuentes por muy expertas que sean, pero con trabajo, y a veces, también hay que decirlo, no nos lo pagan.

¿Cuál es el motivo de esa falta de rigor que a veces se ha seguido? ¿Comodidad, miedo a rascar en los mitos?

Yo pregunté por Facebook para que me dieran información, pero también buscando el tema. Pregunté que por qué no hay una biografía de la Paquera de Jerez. ¿Alguien se lo puede creer? Y me decían que había algún libro, pero no eran biografías. Hacer una lista de momentos estelares y un calendario con fechas clave en su vida no es una biografía. 

No hay cuando Jerez se llena la boca con ella, como debe ser por otra parte. Que no se dedique una persona a ello y entrar en todos los aspectos del personaje sin temor y sin problemas haciéndose con respeto. Eso para mí es un preguntón. La biografía de Camarón de Francisco Perejil es muy digna porque están claras la mirada y la intención de quien está viendo al personaje, y así está claro que no va a ser un reguero de babas.

 Hay una intención de retratar al personaje y está escrita con pasión... Pero si todavía estamos escuchando que Camarón estaba malito cuando estaba con el mono; todavía no se puede hablar con cierta tranquilidad, y eso no le quita ni un ápice de su valor."              (Entrevista a Silvia Cruz, Esteban Ordóñez  , CTXT, 10/10/17)

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