11/12/17

Por primera vez el pensamiento de la humanidad es inmediatamente visible para el poder

"(...) Decía que ningún poder democrático puede pretender regular lo que ocurre bajo el casco craneal. Ahora bien, por primera vez –permítaseme que me detenga aquí un momento– se acepta la idea de que la democracia es compatible con la persecución del pensamiento, una tendencia facilitada por las nuevas tecnologías, que han deshecho materialmente la frontera entre pensar y decir.

La iglesia penetraba en los pensamientos a través de la confesión, que al menos garantizaba la absolución; hoy el Estado democrático penetra a través de Internet, donde todos confesamos de manera espontánea y en medio de una creciente inseguridad jurídica.

Se dirá que entre nuestra cabeza y un tuit hay una decisión, pero es una decisión muy corta, casi enteramente nada, y ello como resultado de la propia facilidad tecnológica. Nuestra cabeza es ya la red misma; pensamos directamente en Twitter, sin pasar por nuestro propio cerebro, sin rodeos ni mediaciones ni distancias.

 Por primera vez el pensamiento de la humanidad es inmediatamente visible para el poder, lo que obliga sin duda a revisar las leyes, pero también a extremar las precauciones. Perseguir lo que “pensamos” en la red –con nuestra cabeza digital– es volver a una lógica primitiva, prejurídica y eclesiástica.

 La izquierda debería estar muy atenta. No debería reclamar la intervención del Estado contra un “pensamiento” racista u homófobo o machista mientras se escandaliza, con razón, porque meten en la cárcel al que ha contado un chiste antifranquista o ha hecho un comentario colérico interpretado, de manera laxa, como exaltación del terrorismo.

El peligro de no distinguir entre violencia y no violencia, entre un asesinato y una celebración de mal gusto, entre una bomba y un chiste constituye ya una amenaza real a la que deberíamos oponernos. El “pecado” está contaminando de nuevo el concepto de “delito” y borrando asimismo la distinción entre la “persona” y la “acción criminal”.

Así ha ocurrido estos días, por ejemplo, con la reacción frente a la revelación de acosos sexuales en Hollywood y la justa reprobación del actor Kevin Spacey, al que no debería negarse, sin embargo, como ha explicado muy bien Clara Serra, su condición de gran artista (ni a nosotros la libertad de ver y disfrutar sus películas).

La izquierda no debería hacer la más mínima concesión, por mucha razón que tenga, por mucha rabia que sienta, por muy justa que sea su causa, al populismo penal y sus violaciones fronterizas.

La izquierda imagina –y trabaja por establecer– un mundo espontáneamente justo en el que no habrá ninguna diferencia entre pensar, hablar, hacer y omitir, porque la realidad, de arriba abajo, de dentro afuera, de la cabeza a los pies, será transparente, homogénea y buena. Tal cosa no ocurrirá mientras los humanos sigamos siendo chapuzas opacas –mitad carne, mitad lenguaje– atravesadas por malos pensamientos, palabras hipócritas, acciones reprimidas y omisiones culpables. Tal cosa no ocurrirá nunca.

Es peligroso incluso intentarlo. Dejemos a un lado las utopías tautológicas (Todo es Todo), pues sabemos de sobra que tienden a materializarse como distopías autoritarias o totalitarias en manos de poderes siempre ajenos que acaban encontrando los medios para imponer –al pensamiento, la palabra, la obra y la omisión– una misma dirección y una misma explicación.

Eso es lo que está ocurriendo en España y en Europa. Frente a este reblandecimiento de todas las diferencias, que no lleva a más libertad y bondad, sino a más tiranía, sólo tenemos el Derecho y sus trabajosas distinciones no-católicas.

 Y, claro, la Educación Pública."                         (Santiago Alba Rico, Cuarto Poder, 27/11/17)

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