9/2/18

¿Qué hacer? Organizarse para la transición anticapitalista. Puntos co-revolucionarios en torno a los cuales la acción social podría converger: procedimientos administrativos democráticos, procesos de trabajo organizados por sistemas directos, la vida cotidiana como libre exploración de nuevos tipos de relaciones sociales, e innovaciones tecnológicas y organizativas orientadas hacia la búsqueda del bien común

"(...) El 3% de crecimiento compuesto anual (usualmente considerada la tasa de crecimiento mínima aceptable para una economía capitalista saludable) es cada vez menos posible de sostener sin recurrir a todo tipo de ficciones (como las que han caracterizado a los mercados de acciones y mercados financieros en las dos últimas décadas). (...)

La crisis actual se originó en las medidas adoptadas para resolver la crisis de los setenta.  (...)

El corolario fue aumentar la rentabilidad de las corporaciones financieras y encontrar nuevas formas de globalizar y, supuestamente, absorber riesgos mediante la creación de mercados de capital ficticios.
En el otro extremo de la escala social, esto significó mayor confianza en la “acumulación por desposesión” como medio para aumentar el poder de la clase capitalista. (...)

El aumento de la demanda efectiva, de lo contrario menguada, mediante el impulso de la economía de deuda (gubernamental, corporativa y del mercado interno) hasta su límite máximo (especialmente en los Estados Unidos y el Reino Unido, pero además en muchos otros países de Letonia a Dubai).

La compensación de las tasas de retorno anémicas en la producción por la construcción de toda una serie de mercados- burbuja de activos, la cual tenía la impronta Ponzi [2] , culminó con la burbuja inmobiliaria que estalló en agosto de 2007. Estas burbujas de activos se basaron en el capital financiero y fueron facilitadas por las innovaciones financieras como los derivados y las obligaciones de deuda con garantía u obligaciones de deuda colateral. (...)

¿Puede el capitalismo sobrevivir el trauma actual? Sí. Pero ¿a qué costo? Esta pregunta encubre otra. ¿Puede la clase capitalista reproducir su poder ante las dificultades económicas, sociales, políticas y geopolíticas, y medioambientales? Una vez más, la respuesta es un rotundo “sí”.  (...)

 Todo esto puede requerir mucho más que un poco de represión política, violencia policial y control estatal militarizado para reprimir los disturbios.  (...)


Por lo tanto, ¿qué pasará esta vez? Si vamos a volver a un crecimiento del 3%, entonces esto significa que debemos encontrar oportunidades globales de inversión, nuevas y rentables, de 1,6 billones de dólares en 2010, llegando a más de 3 billones de dólares en 2030.  (...)

¿Qué espacios se dejan en la economía mundial para los nuevos arreglos espaciales para la absorción de excedentes de capital? China y el ex bloque soviético ya se han integrado. Asia, meridional y sudoriental, se está atiborrando rápidamente. África aún no está totalmente integrada, pero no hay otro lugar con la capacidad de absorber todo este excedente de capital.

¿Qué nuevas líneas de producción pueden abrirse para absorber el crecimiento?
Probablemente no haya soluciones capitalistas efectivas de largo plazo (además de revertir las manipulaciones de capital ficticio) a esta crisis del capitalismo. (...)
El apalancamiento que nos llevó a la crisis ha vuelto triunfal como si nada hubiera pasado. Están en marcha innovaciones en las finanzas, como las nuevas formas de paquetes de venta de pasivos de capital ficticio que son promovidas y ofrecidas a las instituciones (como los fondos de pensión) desesperadas por encontrar nuevas salidas para el capital excedente. Las ficciones (así como los bonos) ¡han vuelto!. (...)
Si este es el esbozo de la estrategia de salida casi con toda seguridad estaremos en otro lío en cinco años. (...)

La pérdida de valor de los activos en esta coyuntura (mediados de 2009) es, nos informa el FMI, como mínimo de 55 billones de dólares, lo que equivale, casi exactamente, a la producción mundial anual de bienes y servicios. Entonces, ¿cuáles son las alternativas?.

Tiene largo tiempo el sueño de muchos en el mundo en que una alternativa a lai-racionalidad capitalista pueda ser definida, y que se llegue a la racionalidad mediante la movilización de las pasiones humanas en la búsqueda colectiva de una vida mejor para todos. Estas alternativas –llamadas históricamente socialismo o comunismo– han sido intentadas en distintos momentos y lugares. En épocas anteriores, como la década del treinta, la visión de una u otra de ellas funcionaba como un faro de esperanza.

Pero en los últimos tiempos ambas han perdido su brillo, desestimadas no sólo por el fracaso histórico de las experiencias comunistas en hacer honor a sus promesas y por la inclinación de los regímenes comunistas a encubrir sus errores por medio de la represión, sino también debido a sus presupuestos incorrectos con respecto a la naturaleza humana y el potencial de perfectibilidad de la personalidad humana y de las instituciones humanas. (...)

A largo plazo, esto no resultó ser próspero, pero, curiosamente, su conversión en China (y su implementación temprana en lugares como Singapur) ha demostrado ser mucho más exitosa que el modelo neoliberal puro en la generación de crecimiento capitalista, por razones que no pueden ser proporcionadas aquí. 

Los intentos contemporáneos de revivir la hipótesis comunista usualmente prescinden del control estatal y buscan otras formas de organización social colectiva para desplazar a las fuerzas del mercado y a la acumulación de capital como base para organizar la producción y la distribución. Integrados horizontalmente en red, a diferencia de los sistemas de mando jerárquico, la coordinación de colectivos de productores y consumidores organizados ora de manera autónoma, ora con gobierno propio, se vislumbra como el núcleo de una nueva forma de comunismo.
Las tecnologías de comunicación contemporáneas hacen que este sistema parezca factible. Se pueden encontrar, en todo el mundo, toda clase de experiencias en pequeña escala en la que tales formas económicas y políticas se están construyendo. En esto hay una convergencia de algún tipo entre las tradiciones marxista y anarquista que se remonta, en general, a la situación de colaboración entre ellas de la década de 1860 en Europa. (...)
El desarrollo desigual de las prácticas capitalistas en todo el mundo ha producido, por otra parte, movimientos anticapitalistas en todos lados. (...)


Esto se aplica tanto a los talibanes y al régimen comunista en Nepal como a los zapatistas en Chiapas, los movimientos indígenas en Bolivia y los movimientos maoístas en la India rural, aun cuando ellos vivan en mundos separados en lo que hace a objetivos, estrategias y tácticas.

El problema central es que, en conjunto, no hay un movimiento anticapitalista decidida y suficientemente unificado que adecuadamente pueda impugnar la reproducción de la clase capitalista y la perpetuación de su poder en el escenario mundial.

 Tampoco hay una forma obvia de atacar los bastiones de privilegios de las élites capitalistas o de poner freno a su desmesurado poderío financiero y militar. Si bien existen aperturas hacia un posible orden social alternativo, en realidad, nadie sabe dónde está ni qué es. Pero sólo porque no hay ninguna fuerza política capaz de articular y mucho menos de construir su programa, ello no es razón para claudicar en la proyección de alternativas.
La famosa pregunta de Lenin, “¿qué hacer?”, no se puede responder, por cierto, sin una idea de quiénes pueden hacerlo y dónde. Sin embargo, un movimiento anticapitalista global es poco probable que surja sin cierta visión de lo que hay que hacer y por qué. Existe un bloqueo doble: la falta de una visión alternativa evita la formación de un movimiento de oposición, mientras que la ausencia de tal movimiento se opone a la articulación de una alternativa. ¿Cómo puede ser superado este bloqueo, entonces?
(...) La pregunta de Lenin exige una respuesta.
El problema central que debe abordarse es suficientemente claro. El crecimiento sostenido por siempre no es posible, y los problemas que han afectado al mundo en estos últimos treinta años señalan que se avecina el límite para la acumulación de capital y que no podrá ser superado sin crear ficciones, poco o nada duraderas.  (...)

Una política revolucionaria que enfrente la acumulación ilimitada de capital compuesto y que finalmente la desactive como el principal motor de la historia humana requiere una comprensión sofisticada de cómo se produce el cambio social. 

El fracaso de esfuerzos anteriores para construir un socialismo y comunismo duraderos debe ser evitado y las lecciones de esa historia, enormemente complicada, deben ser aprendidas. Sin embargo, también debe ser reconocida la necesidad absoluta de un movimiento revolucionario anticapitalista coherente. El objetivo fundamental de dicho movimiento social es asumir el mando tanto de la producción como de la distribución de excedentes.
Necesitamos urgentemente una teoría revolucionaria adecuada a nuestros tiempos. Propongo una “teoría co-revolucionaria” derivada de la comprensión de lo postulado por Marx acerca de cómo el capitalismo surgió del feudalismo. El cambio social emerge mediante el despliegue dialéctico de las relaciones entre los siete momentos del cuerpo político del capitalismo visto como un conjunto, o como un conjunto de actividades y prácticas: las formas tecnológicas y organizacionales de la producción, intercambio y consumo; las relaciones con la naturaleza; las relaciones sociales entre las personas; las concepciones mentales del mundo que abarcan conocimientos, saberes culturales y creencias; los procesos específicos de trabajo y producción de bienes, geografías, servicios o afectos; convenios institucionales, legales y gubernamentales; y la conducta en la vida cotidiana que sustenta la reproducción social.
Cada uno de estos momentos es internamente dinámico y está intrínsecamente marcado por tensiones y contradicciones (basta pensar en las concepciones mentales del mundo), pero todos ellos son co-dependientes y co-evolucionan interrelacionadamente. La transición al capitalismo implica un movimiento de apoyo mutuo a través de los siete momentos. (...) 

Cuando el capitalismo se somete a una de sus fases de renovación lo hace precisamente por la co-evolución de todos los momentos, obviamente, no sin tensiones, luchas, peleas y contradicciones. 

Pero consideremos cómo estos siete momentos se configuraban alrededor de 1970, antes de la aparición neoliberal, y consideremos cómo se ven ahora y sabrán que todos han cambiado de manera tal que redefinen las características operativas del capitalismo visto como una totalidad no hegeliana.
Un movimiento político anticapitalista puede empezar en cualquiera de estos momentos (en los procesos de trabajo, alrededor de concepciones mentales, en la relación con la naturaleza, en las relaciones sociales, en el diseño de tecnologías y formas de organización revolucionarias, en la vida cotidiana o por medio de intentos de reformar las estructuras institucionales y administrativas, como así también la reconfiguración de los poderes del Estado).
El truco es mantener el movimiento político desplazándose de un momento a otro mediante el refuerzo mutuo. Así fue como el capitalismo surgió del feudalismo y así es como algo radicalmente diferente que se llama comunismo, socialismo o lo que sea necesario, surgirá del capitalismo. (...)

Las posibilidades futuras viables surgen del estado de relaciones existente entre los diferentes momentos. Las intervenciones políticas estratégicas dentro y a través de las esferas pueden gradualmente mover el orden social hacia un camino de desarrollo diferente. Eso es lo que los líderes sabios e instituciones de avanzada hacen todo el tiempo en situaciones localizadas, así que no hay razón para pensar que existe algo particularmente fantástico o utópico en cuanto a actuar de esta forma.
La izquierda debe buscar construir alianzas entre y a través de aquellos que trabajan en las diferentes esferas. Un movimiento anticapitalista tiene que ser mucho más amplio que grupos movilizándose en torno a las relaciones sociales o en torno a las cuestiones de la vida cotidiana en sí mismas. Las hostilidades tradicionales entre, por ejemplo, aquellos con pericia técnica, científica y administrativa, y aquellos que animan a los movimientos sociales en las bases, tienen que resolverse y superarse. Ahora tenemos a mano, en el caso del movimiento en torno al cambio climático, un ejemplo significativo sobre cómo tales alianzas pueden comenzar a funcionar. (...)
En cualquier movimiento de transición, sin embargo, debe haber al menos algunos objetivos comunes. Algunas normas generales pueden establecerse como guía.

Éstas podrían incluir (y las menciono aquí meramente para ser discutidas) respeto a la naturaleza, igualitarismo radical en las relaciones sociales, arreglos institucionales basados, en algún sentido, en el interés y la propiedad común, procedimientos administrativos democráticos (contrarios a los esquemas monetizados fraudulentos que existen hoy), procesos de trabajo organizados por procedimientos directos, la vida cotidiana como libre exploración de nuevos tipos de relaciones sociales y acuerdos de convivencia, concepciones mentales enfocadas en la autorrealización en servicio a los demás e innovaciones tecnológicas y organizativas orientadas hacia la búsqueda del bien común en lugar del apoyo al poderío militar, la vigilancia y el egoísmo corporativo. 

Estos serían puntos co-revolucionarios en torno a los cuales la acción social podría converger y girar. ¡Por supuesto que es utópico! ¡Y qué! No podemos darnos el lujo de no serlo. (...)

Para que esto suceda se necesita una revolución en el pensamiento, en lugares tan diversos como las universidades, los medios de comunicación y el gobierno, así como dentro de las propias instituciones financieras.  (...)


La estructura actual de conocimientos es claramente disfuncional y evidentemente ilegítima. La única esperanza es que una nueva generación de estudiantes perceptivos (en el sentido amplio de todos aquellos que buscan conocer el mundo) lo vea claramente e insista en cambiarlo. Esto sucedió en la década del sesenta. 

En varios puntos críticos de la historia, los estudiantes inspiraron movimientos, reconociendo la disyunción entre lo que sucede en el mundo y lo que se les enseña y muestra desde los medios de comunicación, y estuvieron dispuestos a hacer algo al respecto. Hay indicios de tal movimiento (...)

En términos más amplios, ¿qué pasaría si un movimiento anticapitalista fuese constituido a partir de una amplia alianza entre los alienados, los descontentos, los marginados y los desposeídos? La imagen de todas esas personas por todas partes, que se levantan, exigen y alcanzan un lugar apropiado en la vida social, política y económica, está sucediendo de hecho. También ayuda a concentrarse en la cuestión de qué es lo que pueden demandar y qué es lo que hay que hacer. (...)

En la actualidad, hay un gran número de ONG que juegan un papel político que apenas era visible antes de mediados de la década del setenta. (...) Pero el cambio revolucionario por las ONG es imposible. Están demasiado ajustadas a la política y a las posturas políticas de sus donantes. (...)

La segunda gran tendencia de la oposición surge de los anarquistas, autonomistas y organizaciones de base, que rechazan financiamiento externo, incluso cuando algunos de ellos se basan en instituciones alternativas (tales como la Iglesia Católica, con su iniciativa de “comunidad de base” en América Latina para ampliar el patrocinio de la iglesia a la movilización política en los centros urbanos de los Estados Unidos). 

Este grupo está lejos de ser homogéneo (de hecho, hay fuertes disputas entre ellos, picas, por ejemplo, la de los anarquistas sociales contra los que tildan cáusticamente como de mero “estilo de vida” anarquista).
Hay, sin embargo, una antipatía común de negociación con el poder del Estado y un énfasis en la sociedad civil como la esfera donde el cambio se puede lograr.
El poder de autoorganización de las personas en las situaciones cotidianas que viven debe ser la base para cualquier alternativa anticapitalista.La creación de redes horizontales es su modelo de organización preferido. Las llamadas “economías solidarias”, basadas en el trueque, sistemas de producción colectiva y local o regional, son su forma político-económica preferida.
Normalmente se oponen a la idea de que cualquier dirección central podría ser necesaria y rechazan las relaciones sociales jerárquicas o las estructuras jerárquicas de poder político, junto con los partidos políticos convencionales. Organizaciones de este tipo se pueden encontrar en todas partes y en algunos lugares han alcanzado un alto grado de prominencia política.

(...) Pero la eficacia de todos estos movimientos (dejando de lado sus franjas más violentas) está limitada por su resistencia y su incapacidad de convertir su activismo en formas de organización a gran escala capaces de enfrentar problemas globales.

La presunción de que la acción local es el único nivel de cambio significativo y que cualquier cosa que huela a jerarquía es contrarrevolucionaria se torna autodestructiva cuando se trata de cuestiones mayores. Sin embargo, estos movimientos proporcionan, incuestionablemente, una base amplia para la experimentación con políticas anticapitalistas.
La tercera posición o tendencia general está dada por la transformación que viene ocurriendo en la organización laboral tradicional y en los partidos políticos de izquierda, que van desde las tradiciones sociales democráticas a formas más radicales, trotskista y comunista, de organización de partidos políticos. Esta tendencia no es hostil a la conquista del poder estatal o a las formas jerárquicas de organización.
De hecho, se refiere a este último como necesario para la integración de la organización política mediante una variedad de escalas políticas. (...)

En los años en que la socialdemocracia era hegemónica en Europa y aún influyente en los Estados Unidos, el control estatal sobre la distribución del excedente se convirtió en una herramienta crucial para reducir las desigualdades.  (...)

Una forma de mirar al neoliberalismo, como se ha señalado, es como a un movimiento muy revolucionario y muy grande (encabezado por la autoproclamada figura revolucionaria, Margaret Thatcher) encargado de privatizar los excedentes o de al menos prevenir más su socialización. (...)

La actuación del Partido Verde Alemán en el poder ha sido poco estelar en relación con su postura política fuera del poder, y los partidos socialdemócratas han perdido completamente el camino de una verdadera fuerza política. Sin embargo, los partidos políticos de izquierda y los sindicatos todavía son importantes y su toma de posesión de aspectos del poder estatal, como el Partido de los Trabajadores en Brasil o el movimiento bolivariano en Venezuela, ha tenido un claro impacto en el pensamiento de izquierda, no sólo en América Latina. 

El problema complicado de cómo interpretar el papel del Partido Comunista Chino, con su control exclusivo sobre el poder político, y cuáles podrían ser sus políticas futuras, no es fácil de resolver tampoco.  (...)
La cuarta tendencia general está constituida por todos los movimientos sociales que no estén guiados por alguna filosofía política en particular o tendencias, sino por la necesidad pragmática de resistir el desplazamiento y el despojo (mediante el aburguesamiento, el desarrollo industrial, la construcción de represas, la privatización del agua, el desmantelamiento de servicios sociales y las oportunidades de educación pública, o lo que sea).
Esta instancia focaliza en la vida cotidiana en la ciudad, pueblo, aldea o en lo que provea una base material para la organización política contra las amenazas que las políticas estatales y los intereses capitalistas invariablemente plantean a las poblaciones vulnerables. Estas formas de protesta política son masivas.

Una vez más, hay una amplia gama de movimientos sociales de este tipo, algunos de los cuales pueden radicalizarse con el tiempo a medida que sean cada vez más conscientes de que los problemas son sistémicos y no particulares y locales.

La puesta en común de esos movimientos sociales en alianzas por las tierras –como la Vía Campesina, el Movimiento Sin Tierra (MST) de campesinos de Brasil o los campesinos en la India que se movilizan contra la apropiación de tierra y recursos por parte de las corporaciones capitalistas– o en contextos urbanos –el derecho a la vida digna en la ciudad y los movimientos de recuperación de tierras en Brasil y ahora en los Estados Unidos– sugiere que el camino puede estar abierto para crear alianzas más amplias, para debatir y confrontar a las fuerzas sistémicas que sustentan las particularidades del aburguesamiento, la construcción de represas, la privatización o lo que sea. Más pragmáticos antes que impulsados por preconceptos ideológicos, estos movimientos, sin embargo, pueden llegar a entendimientos sistémicos desde su propia experiencia. (...)

 Este es el terreno donde tiene mucho que decir la figura del “intelectual orgánico”, que es muy representativa y parte fundamental en la obra de Antonio Gramsci, los autodidactas que llegan a entender el mundo inmediato a través de experiencias difíciles pero que forman su comprensión del capitalismo en general.

Escuchar a los líderes campesinos del MST en Brasil o a los dirigentes del movimiento anticorporativo de apropiación de tierras en la India es una educación privilegiada. En este caso, la tarea de alienados y descontentos educados es ampliar la voz subalterna de manera tal que se pueda prestar atención a las circunstancias de explotación y represión y a las respuestas que se pueden formar en un programa de lucha anticapitalista.
El quinto epicentro para el cambio social reside en los movimientos emancipatorios en torno a cuestiones de identidad –mujeres, niños, homosexuales, razas y minorías étnicas y religiosas demandan un mismo lugar bajo el sol– junto con la amplia gama de movimientos medioambientales que no son explícitamente anticapitalistas.
Los movimientos que reclaman emancipación en cada uno de estos temas son geográficamente desiguales y a menudo están espacialmente divididos en términos de necesidades y aspiraciones, pero las conferencias mundiales sobre los derechos de la mujer (Nairobi en 1985, que condujo a la declaración de Beijing de 1995) y el anti-racismo (la conferencia más polémica fue la de Durban en 2009) están tratando de encontrar un terreno común, como es cierto también de las conferencias del medio ambiente y no hay duda de que las relaciones sociales están cambiando a lo largo de todas estas dimensiones por lo menos en algunas partes del mundo.

Cuando son enunciados en estrechos términos esencialistas, estos movimientos pueden parecer antagónicos a la lucha de clases. Ciertamente, en gran parte de la academia se arrogan un lugar de privilegio a expensas del análisis de clase y la economía política, pero la feminización de la fuerza laboral global, la feminización de la pobreza en casi todas partes y el uso de las diferencias de género como medio de control laboral hacen que la emancipación y la eventual liberación de la mujer de sus represiones sea una condición necesaria para enfocar más definidamente la lucha de clases. La misma observación se aplica a todas las otras formas de identidad donde se encuentran la discriminación o la represión pura y simple.

El racismo y la opresión de mujeres y niños fueron fundacionales para el surgimiento del capitalismo, pero el capitalismo, tal como en la actualidad se constituye, en principio, puede sobrevivir sin estas formas de discriminación y opresión, aunque su capacidad política para hacerlo se vería gravemente disminuida, si no herida de muerte, frente a una fuerza de clase más unificada.

El abrazo modesto del multiculturalismo y los derechos de la mujer dentro del mundo corporativo, especialmente en los Estados Unidos, aporta algunas pruebas del alojamiento del capitalismo en estas dimensiones del cambio social (incluyendo el medio ambiente), aun cuando hace hincapié en la relevancia de las divisiones de clase como principal dimensión de acción política.

Estas cinco grandes tendencias no son mutuamente excluyentes o exhaustivas de las plantillas de organización para la acción política.

Algunas organizaciones combinan perfectamente los aspectos de las cinco tendencias. Pero hay mucho trabajo por hacer para unir a estas tendencias en torno a la cuestión subyacente: ¿puede cambiar el mundo material, social, mental y políticamente, de tal manera que sea enfrentado no sólo el mal estado de las relaciones sociales y naturales en muchas partes del mundo sino también la persistencia del crecimiento compuesto ilimitado?

Esta es la pregunta que deben insistir en preguntar los alienados y descontentos, una y otra vez, incluso cuando aprenden de los que experimentan el dolor directo y por lo cual son tan adeptos a organizar resistencias a las graves consecuencias del crecimiento compuesto. (...)

Los comunistas, Marx y Engels, afirmaban en su concepción original, expresada en El manifiesto comunista, no tener partido político. Simplemente se constituyen en todo momento y en todo lugar como aquellos que comprenden los límites, fracasos y tendencias destructivas del orden capitalista, así como las innumerables máscaras ideológicas y legitimaciones falsas que los capitalistas y sus apologetas (particularmente en los medios de comunicación) producen para perpetuar su poder singular de clase. (...)"

(Conferencia pronunciada en el Foro Social Mundial de 2010, Porto Alegre. Traducción de Eugenia Cervio,  David Harvey, Socialismo21, Rebelión, 20/03/2013)

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