"(...) El capitalismo atraviesa en la actualidad una fase de mutación. Se
estaría así preparando en este siglo una nueva forma de organización
social a nivel planetario, como respuesta a la crisis civilizatoria en
ciernes.
En esta línea, quienes detentan el poder ya están realizando
notables transformaciones —que plantean irlas impulsando en las próximas
décadas— para enfrentar tanto el colapso ecológico como, sobre todo,
las perspectivas de un crecimiento económico muy débil. Lo que se
pretende es ampliar las posibilidades de reproducción capitalista, en un
momento crítico de significativas amenazas.
De este modo, se
intensifica y amplía el radio de acción de algunas inercias sistémicas
—mercantilización, protagonismo del poder corporativo, concentración y
centralización del capital— y se revisa la arquitectura
político-cultural hegemónica en el siglo XX, ya que esta colisiona con
unos horizontes poco halagüeños. (...)
Siglo XXI de inercias y de cambios. Cambios profundos para mantener, en
un momento crítico, la inercia capitalista: su necesidad de reproducción
permanente. Un capitalismo herido que se dispone, en una huida hacia
adelante, a desmantelar parcialmente el modelo de organización global
edificado en torno a sí mismo en la segunda mitad del siglo XX porque ya
no le es funcional. (...)
La economía es lo primero. Y si antes podían permitirse espacios y
sectores definidos desde parámetros diferentes —o en la periferia— de la
lógica capitalista, ahora es crucial integrarlos definitivamente en
esta. Se lanza así una ofensiva contra todo aquello que aún no está bajo
el control del poder corporativo para trascender toda frontera
sectorial, geográfica, política y cultural que ponga en cuestión el
flujo capitalista. Una apuesta, en definitiva, por la mercantilización
de la vida, por el control de su espectro completo, por la hegemonía sin
parangón del poder corporativo, ya sin ropajes ni subterfugios.
Dimensiones del capitalismo del siglo XXI
En
este siglo XXI, el capitalismo se redefine bajo nuevos parámetros
políticos, económicos y culturales. Mismas esencias, menos límites a su
actuación, un relato más bronco y violento. En síntesis: un renovado
modelo económico que, para que la rueda no se detenga, busca nuevas
formas de reproducción y blinda las ya existentes.
En el ámbito
político, se apuesta por una gobernanza corporativa global; esto es, un
gobierno de facto de las grandes empresas que sin eliminar a las
instituciones, ampute sus capacidades en favor de las corporaciones.
En
lo que se refiere al imaginario cultural, se abandona progresivamente la
deslegitimada agenda de colores en favor de una dinámica de fascismo
social, más adecuada a una realidad donde se hace patente que no todas
las vidas tienen valor, ni siquiera son posibles.
Respecto a la
dimensión económica, se pretende mercantilizar todo ámbito de la vida.
Con una énfasis especial en los bienes naturales, los servicios, lo
digital y la esfera de lo público. Y es que estos, además de extender la
frontera mercantil global, garantizan el negocio en base a las
necesidades humanas básicas, y por tanto permanentes (educación, salud,
vivienda, alimentación, bienes naturales, etc.), ahondando en el férreo
control del trabajo, los territorios y los bienes naturales escasos.
Complementariamente, y ante las escasas vías de reproducción en otras
esferas, se redobla la apuesta especulativa mediante el blindaje de la
desregulación financiera, que bien pudiera generar otro estallido como
el de 2008. Con una mirada de largo alcance, se prefigura una nueva onda
expansiva a partir del desarrollo de la automatización, la
robotización, la economía digital y el “capitalismo verde”.
En la
dimensión política, se trata de eliminar toda traba democrática al
natural desempeño económico. La democracia no puede poner ya freno a los
negocios, y estos deben realizarse bajo la primacía de la absoluta
seguridad jurídica. Este principio se convierte en valor supremo, por lo
que se revisan los fundamentos del modelo liberal-representativo en lo
que respecta a las capacidades legislativas y judiciales.
La tensa
relación entre capitalismo y democracia explota por los aires, y en el
altar de la reproducción del capital se derriba la arquitectura
institucional básica de parlamentos, tribunales públicos y estructuras
multilaterales de derechos humanos, principalmente a través de la nueva
oleada de acuerdos de comercio e inversión.
En este contexto, el comercio y la inversión se esencializan, implantando de manera definitiva la lex mercatoria:
la democracia empezaría ahí donde terminan los mercados capitalistas.
En esa misma lógica, las decisiones estratégicas se elevan y se
corporativizan todavía más, priorizando los ámbitos de decisión
regionales y multilaterales, así como la participación activa de las
grandes empresas en ellas. Y no solo de forma indirecta sino
directamente, dentro del mismo proceso de elaboración política y
contando con una justicia ad hoc.
A la vez, se impulsa un
relato cultural que cierra el círculo del proyecto. Frente a la
deslegitimación de la agenda de colores neoliberal, que pretendía
trasladar una mirada progresista y universalista sobre la globalización,
se va posicionando otro imaginario más acorde con la realidad de
violencia y exclusión generalizada.
Gana espacio pues un discurso de
fascismo social, de miedo y confrontación con el otro que, incluso
manteniendo cierto pluralismo político, preconiza la ley del más fuerte.
Ya parece que no hay sitio para todos y todas, y que solo algunas vidas
son vivibles. Y se abunda en la guerra con el otro, con lo diferente,
desde sentidos comunes explícitamente reaccionarios.
A su vez, como
referencia normativa se proyecta un individualismo extremo, moderno,
conectado y con acceso a todo —como puede ejemplificarse en algunos
casos de la “economía colaborativa”— que invisibiliza, en el voluminoso
iceberg oculto bajo el agua, una realidad de servidumbre e
hipersegmentación a costa del individualismo de la clase privilegiada.
El
capitalismo del siglo XXI conforma un nuevo proyecto que desmantela los
mínimos democráticos en el marco del gobierno de hecho de las empresas
transnacionales, bajo un patrón de apropiación militar y corporativo del
territorio. Un proyecto que ensaya una muy cuestionable onda expansiva
de crecimiento económico, sin garantía alguna de alcanzar la
productividad esperada, pero que en todo caso nos aboca a una constante
de incertidumbre y especulación. Y que ahonda además en el abismo social
y el colapso ecológico; frente a agendas inclusivas y pacíficas, nos
ofrece fascismo social, miedo y guerra.
Con la nueva oleada de tratados
de comercio e inversión como uno de los hitos principales de su agenda,
mediante la que se trata de derribar toda frontera sectorial,
geográfica, política y cultural a los negocios, los mercados y el poder
corporativo." (Gonzalo Fernández, El Salto, 21/11/17)
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