9/1/18

En los países desarrollados hay un modelo económico único –la mundialización- y un modelo de sociedad único: el multiculturalismo. Cualquiera que fuese la especificidad autóctona que prexistiera –el comunitarismo a la anglosajona, el republicanismo asimilacionista francés, etc.-, este multiculturalismo plantea en todas partes las mismas preguntas y engendra en todas partes la mismas inquietudes


"(...) Tomemos la cuestión de la inmigración. Es interesante: se trata de una cuestión obsesiva en las clases populares, y no solamente entre los blancos, contrariamente a lo que se repite permanentemente. 
La noción de inseguridad cultural la teoricé hace veinte años para responder a los interrogantes de un arrendador social que se enfrentaba a una explosión de peticiones de realojamiento en barrios de viviendas sociales que no tenían necesariamente problemas de seguridad. 
Esas demandas – que no han dejado de aumentar desde entonces – no provenían ni provienen siempre únicamente de la clase media blanca! Muchas proceden también de familias magrebíes que han conocido un ascenso social y que piden mudarse cuando el barrio se transforma con la llegada de una inmigración venida del África subsahariana, por ejemplo. 
La delicada cuestión de la alteridad y de su gestión en lo cotidiano cuando se convierte en mayoritaria no se detiene en tal o cual origen o comunidad. Pero este género de matices, esas violaciones del maniqueísmo nunca siguen su camino hasta llegar a las columnas de los periódicos o hasta los discursos de los políticos respetables. 
Desde arriba, se considera esta obsesión por los flujos migratorios como indigencia mental: en el mejor de los casos se trataría de estupidez – “A la buena gente le calientan la cabeza los sembradores de odio” – , en el peor, de racismo espontáneo. Hoy en día, hay un cierto discurso antifascista que tiene que ver sencillamente con el desprecio de clase.

A menudo se le reprocha a los “bobós” [“bohemios burgueses”, “hippie-chics” o “yuppies”] que son gente bienintencionada sin conexión con la realidad…Ahora bien, algunos viven en barrios populares mixtos. En Montreuil, en Gennevilliers, o en barrios parisinos como la calle Jean-Pierre-Timbaud, no están desconectados y reivindican que se mantienen firmes en la diversidad…

No niego que en algún caso estén animados por la benevolencia y la generosidad, que algunos, sin embargo, muestran discretamente, sólo que la realidad es que es fácil gestionar eso de vivir juntos cuando se reside en lugares en los que el multiculturalismo posee fronteras invisibles. En primer lugar, los “bobós” no se marchan de los sitios en los que “pasan las cosas”, los lugares en los que se crea la riqueza, en los que funciona la policía, etc. 
¡No me consta que hayan escogido instalarse en un bloque de viviendas sociales de la ciudad de los 4.000 en La Courneuve [municipio de la periferia parisina caracterizado por su población de origen migratorio]! No, se quedan en las metrópolis o en la periferia más próxima. Ahora bien, cuando se compra un apartamento en un inmueble del a calle Jean-Pierre Timbaud, en el Distrito XI parisino, por retomar ese ejemplo, se tienen que desembolsar igualmente de 400.000 a 600.000 euros…
Automáticamente, se te garantiza que tengas un vecindario de escalera que se te parece, pues resulta evidente que la familia de inmigrantes chechenos recién llegada no tendrá medios para ese billete de entrada y se alojará en una vivienda social, no lejos, pero distinta. 
Aquí bien que tenemos una frontera invisible de la cohabitación. Y es igual en la escuela: muchos cobistas de la convivencia practican la separación de hecho saliéndose del régimen escolar. Con enchufe o recurriendo a “trucos y astucias” para iniciados, como inscribirse en un plan de estudios internacional, o eligiendo una lengua rara. 
En resumen, los “bobós” disponen de todas las herramientas para vivir en un medio mixto. Por eso digo que el multiculturalismo de 10.000 euros al mes no es lo mismo que el multiculturalismo de 1.000 euros al mes. Ahora bien, es verdaderamente eso lo que divide la percepción francesa hoy en día: la capacidad o no de gestionar el multiculturalismo que existe de facto en nuestro país.

Muchos intelectuales debaten, justamente, que estaríamos basculando hacia un modelo multicultural. Pero para usted, se trata de un falso debate: ya estaríamos en él…

¡Desde luego que ya estamos en él! Sin que haya sido proyecto de nadie, fíjese. En los países desarrollados, hay un modelo económico único –la mundialización- y un modelo de sociedad único: el multiculturalismo.

Cualquiera que fuese la especificidad autóctona que prexistiera –el comunitarismo a la anglosajona, el republicanismo asimilacionista francés, etc.-, este multiculturalismo plantea en todas partes las mismas preguntas y engendra en todas partes la mismas inquietudes.

Frente a una demografía del vecindario que se transforma, la angustia natural de cada uno, sea cual sea su cultura o su religión, proviene de no saber si va a convertirse en minoritario. 
Ser o no ser minoritario: esa es la cuestión, hoy en día…Porque cuando es lo que eres, dependes de la benevolencia de la mayoría. Cuando eres minoritario, te planteas preguntas como “¿Debo o no bajar los ojos?”, “¿Puedo ligar con la hermana de mi compa o no?”, “Y él puede ligar con mi hermana o no?”, etc.

Cambian las reglas de juego y, como no se dicen y son invisibles, eso genera complejidad e inquietud, las cuales preferimos eludir, mudándonos y reagrupándonos entre semejantes. No por xenofobia sino porque es más sencillo. 
Cuando curras ocho horas de mozo de almacén en Auchan [cadena de hipermercados francesa, conocida en España como Alcampo] no tienes ganas de gestionar lo multicultural cuando vuelves por la tarde. Es hipercomplejo. Yo digo: decir esto en Francia ya es demasiado. Y sin embargo, sí, es hipercomplejo.

¿Qué piensa usted de los temores de guerra civil que se expresan aquí y allá?
La guerra civil implica que haya dos campos. ¿Quién contra quién? ¿Quiénes son los beligerantes? No se sabe. Yo no digo, por supuesto, que no haya tensiones. Hay conflictos étnicos localizados, que no son, por lo demás, acaso siempre los que se imagina.

En ciertas ciudades hay tensiones entre africanos anglófonos y africanos francófonos. Existen también tensiones entre magrebíes y originarios del África subsahariana.

Pero, de hecho, la gente hace todo lo que puede para que los territorios de contacto se reduzcan al mínimo. Esa es la razón que explica que haya un reagrupamiento étnico en ciertos territorios. Más que una guerra de civilizaciones, creo que la gente intenta gestionar el choque de los “bleds” [“villorrios”], eso es lo que pasa “abajo”.

Y, honestamente, han evitado esta guerra civil por una sencilla razón: porque nadie quiere la guerra. Estamos lejos de la sociedad Benetton, de acuerdo, pero se desactiva el enfrentamiento.

Evitarse significa una gestión obligada pero hipersutil del multiculturalismo. Una gestión adulta, por oposición a la visión totalmente infantil en curso en la Francia favorecida. Para esta última, las cuestiones multiculturales son o la guerra civil o el mundo del Oui-Oui [dibujos animados infantiles, como decir en España “los mundos de Yupi”].(...)"



(Christophe Guilluy [1964], geógrafo de campo, hurga desde hace veinte años en las fracturas sociales francesas, su libro más conocido y discutido es La France périphérique. Comment on a sacrifiè les clases populaires, Sin Permiso, 08/12/17)

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