"(...) Usted ha escrito, a partir de su propia
experiencia, sobre lo que llama “la construcción social de la raza”. ¿A
qué se refiere? ¿Y en qué medida es un fenómeno particularmente
estadounidense?
El capitalismo, como sistema social, necesita de algún
tipo de jerarquías de diferencia estructurada para funcionar con éxito
como sistema. En otros lugares es diferente. Las reglas son diferentes.
Puede que sea la religión, o quizá la nacionalidad de origen.
O quizá
sean otras características de uno las que estructuran su vida de manera
diferente. Pero en Estados Unidos hemos desarrollado la idea de la
supremacía blanca, que se basa en degradar a todo aquel que tenga
ascendencia africana, o que sea percibido como tal.
Existe la llamada
“regla de la gota única”. Sin duda, alguien como yo, que tuviera mi
aspecto, sería tratado de una manera muy diferente en otro contexto
nacional. Pero en Estados Unidos, si uno tiene una sola gota de sangre
negra, por así decirlo, se le considera negro.
¿Qué consecuencias tiene esa distinción? Mirando
al momento político actual, con Trump en la Casa Blanca, y a sucesos
como la violencia racial de Charlottesville, en agosto de 2017, parece
difícil entender que este sea el mismo país que eligió a Obama en 2008.
Ahora tenemos a un depredador sexual trastornado,
supremacista blanco en la Casa Blanca. Y resulta confuso. Cuando miramos
al último presidente, no recordamos el hilo conductor del racismo. El
hecho de que Obama se dirigiese a audiencias negras y a menudo les
regañase por su manera de criar a los hijos, pidiéndoles que revisaran
la tarea escolar y ese tipo de cosas. Todo eso alimenta la idea de que
hay algo defectuoso en los negros, de que los negros tienen que ponerse
las proverbiales pilas.
Eso tiene muchos antecedentes. No empieza con Obama Hay
una expresión, que creo que se llama ‘drapetomanía’, que se inventaron
en la etapa esclavista. Es un diagnóstico médico para el esclavo que
tiene una cierta tendencia: la de huir. Y hoy tenemos una manera de
tratar a mucha gente, no solo a los negros, sobre todo a ellos, que se
parece mucho a la de la ‘drapetomanía’.
Inculcamos a la gente la idea de
que el problema, el defecto, lo tienen ellos. Lo vemos cuando la
policía mata a alguien, en especial a un negro. Inmediatamente, la
pregunta que se hace es: “¿Qué había hecho? ¿Cuál era su lenguaje
corporal? ¿Le habló mal al policía?”
Gran parte de nuestra historia tiene que ver con el
intento de cambiar a los negros, de modificarlos de alguna manera para
que ‘encajen’.
La idea es que si no encajan, si se encuentran con
dificultades, es porque no han sido capaces de modificarse de manera
apropiada. Es, obviamente, una forma muy cómoda de evadir cuestiones
estructurales más profundas sobre, ¿por qué tenemos tanta desigualdad?
¿Por qué tenemos tantos policías, para empezar? ¿Por qué disparan
tantas balas sobre los cuerpos de la gente, en especial la gente
desarmada?
Usted ha dedicado gran parte de su vida a la
denuncia de la segregación racial en el sistema educativo, y sus raíces
en la desigualdad económica. Muchos observadores leyeron el ascenso de
Donald Trump como efecto del descontento de una “clase trabajadora
blanca” olvidada en EE.UU. ¿Comparte ese análisis?
El ascenso de Trump no se explica sólo a través de la
gente blanca excluida en la economía actual. Muchos de los lugares en
los que ganó tuvieron tasas de participación históricamente bajas, y
fueron lugares en los que Bernie Sanders o Barack Obama también se
habían impuesto. No creo que arrasara entre la 'clase trabajadora
blanca'.
Es un colectivo que está en disputa. Sin embargo, sí parece
tener un electorado muy sólido en lo que podríamos llamar la clase media
blanca. Esto es, la gente que vive a las afueras de las grandes
ciudades, los dueños de pequeños comercios, la gente de edad avanzada…
Esos son sus baluartes.
Y ahí recogemos el legado de lo sembrado con la supremacía
blanca, ligada a la segregación, al impulso de las políticas estatales y
de gobiernos locales, que llevan a la separación de pequeños enclaves
de riqueza. Y sí, nos quedamos con un país muy desigual, en el que se
aprecia geográficamente la desigualdad, que es a la vez racial y
económica.
Es algo que tiene reflejo en la violencia policial
que sufre la población negra. ¿Cómo se explica dicha violencia
sostenida, y a menudo impune? ¿Es cuestión de actitudes racistas u
obedece a algún otro factor estructural?
En esencia, lo que tenemos en EE.UU. es una policía cuyas
raíces están, históricamente, en dos cosas: la captura de esclavos y el
control de masas. Es una institución profundamente racista, y siempre lo
ha sido. Se les da, más o menos, mano libre para que se centren en los
delitos de los pobres y, en especial, allá donde hay grandes
concentraciones de gente de color.
Aquí estamos, en 2017, camino de batir todos los records
de número de asesinatos policiales, en su mayoría de gente desarmada, en
EE.UU. La única institución social a la que se organiza y recompensa, y
muy bien, para lidiar con la crisis de la desigualdad, es la policía.
La institución social de último recurso se está convirtiendo en el
recurso. Si un enfermo mental tiene un episodio grave, la gente llama a
la policía. La policía se presenta y mata a la persona enferma. No
rinden cuentas. En el fondo, saben que pueden matar a alguien y salir
impunes.
En una sociedad en la que se ensanchan las diferencias,
que se convierte en un pequeño grupo de gente muy muy rica, y por otro
lado el resto, ¿quién separa a esos dos grupos? La policía. Así que los
ricos y poderosos, y aquí incluyo a las élites políticas, no tienen
ningún incentivo para enfrentarse a la policía. En todo caso, vemos a la
policía recibir más y más armas, más tecnología; militarizándose.
Desde su experiencia como profesor y activista
educativo, ha denunciado más de una vez la privatización encubierta de
la educación estadounidense. ¿En qué consiste, y qué relación tiene con
la segregación económica y racial de la que hablaba antes?
Desde que llegué a Harlem para trabajar como profesor de
primaria, me di cuenta de que daba clase en colegios completamente
segregados. Me pareció una locura que no tuviéramos dinero para
materiales, para cuestiones básicas.
De pronto, Harlem, donde estamos
ahora mismo, se convirtió en la zona cero del movimiento para la
privatización educativa. Gente muy rica, no solo donde yo estaba sino en
todo el país, se empezó a interesar en reestructurar la educación de
maneras muy concretas, y empezó a llover el dinero.
Las llamadas escuelas charter son financiadas
públicamente, pero de gestión privada. Es un método para desviar dinero,
dinero público, a manos privadas. Cualquiera al que realmente le
importen los niños no apoyaría un sistema que enfrenta a los niños entre
sí, en el que hay un sorteo para entrar, y del que luego se expulsa a
algunos niños que consiguieron entrar.
La gente puede, literalmente, ganar el sorteo y que luego se lo
arrebaten. Es todo menos un ambiente basado en los cuidados.Observamos
un patrón que se repite. Ya no se trata del racismo de los
segregacionistas, los blancuchos, o los miembros del Ku Klux Klan. Este
es el racismo ilustrado. Es el racismo liberal, el de los progresistas
que vienen hacia uno no con capuchas y cruces en llamas, sino con libros
de texto.
El motivo por el que a Goldman Sachs le gustan las escuelas charter
es muy diferente: que no permiten que sus profesores pertenezcan a un
sindicato, que las gestiona el capital privado, que pueden contratar y
despedir libremente, que compiten con las escuelas privadas, etcétera,
etcétera.
En los Estados Unidos hemos probado todo tipo de soluciones
para el problema educativo: bien sea la privatización, las escuelas charter,
o ahora la nueva moda es la libertad de elección. Lo que nos negamos a
hacer, como sociedad, es redistribuir la riqueza para dar a todos los
niños una educación excelente.
La segregación está profundamente enraizada, y no es sólo
cuestión del mercado, del libre mercado en la vivienda, o de las
preferencias personales de la gente. En realidad, responde a políticas
concretas, a nivel federal, estatal y municipal, en todas la esferas del
estado, durante mucho tiempo en este país.
Nos quedamos en la superficie y pretendemos que el
problema lo tiene la gente, la gente negra. “¡Tienen que ponerse las
pilas! ¡Tienen que estudiar más!” Y entonces vienen las escuelas charter,
o alguna clase de salvador rico que propone sacarlos de su situación,
no tanto empleando a sus padres por un salario digno, sino entregándoles
un boleto para una lotería de acceso a un colegio.
En lugar de
garantizar el derecho a una educación de calidad, repartimos boletos
para que, quizá, alcancen esos recursos, pero otros no. Y, de nuevo, no
podemos echar la culpa de todo esto solamente a Walmart o a Goldman
Sachs. Obama favoreció todo esto. Obama lo apoyó.
El mercado de vivienda, y su historia en Estados
Unidos, sirve a menudo de correa de transmisión del racismo estructural
al económico. ¿Qué papel tiene la vivienda, todavía hoy, a la hora de
perpetuar las diferencias sociales entre negros y blancos?
En EE.UU. no tenemos un estado del bienestar desarrollado,
ni programas sociales extendidos para paliar la desigualdad. Para la
mayoría de la gente en este país, la vivienda es el principal activo que
tienen y, en cierta medida, su propio “programa de protección social”
personal. El problema es que la propiedad de vivienda ha estado
estructurada de manera que excluye a los afroamericanos
sistemáticamente.
Y entonces, con la crisis de las hipotecas ‘subprime’,
vimos como muchos prestamistas les eligieron como blanco precisamente a
ellos. El gran colapso de las hipotecas subprime arrasó
desproporcionadamente a los negros. Según ciertos estudios, fue la mayor
destrucción de riqueza negra en la historia de los Estados Unidos.
Según las estadísticas de la Reserva Federal –que no es
ninguna fuente socialista– el primer 40% de la población de este país no
es propietaria de nada: sus deudas superan en valor a sus activos. Eso
quiere decir que sobreviven, literalmente, día a día.
Les llega una
nómina y la gastan toda. Eso quiere decir que cualquier imprevisto, que
se les rompa el coche o les pare la policía, les lleva a una situación
límite, en la que pueden perder el trabajo, su casa… Toda su precaria
existencia se ve amenazada.
Viene hablando de la continuidad histórica del
racismo. Se van a cumplir diez años de la elección del primer presidente
negro. ¿Qué balance hace de su significado histórico, desde un momento
de profundización de la brecha de raza, por un lado, y de proliferación
del activismo negro, con movimientos como Black Lives Matter?
Algo que tenemos que digerir y pensar es el hecho de que
el ascenso de una clase política negra, de la que el mismo Obama es una
expresión, coincidiera con el desplome de muchas comunidades negras.
No
es lo que la gente esperaba. Resulta notable que durante los años de
gobierno de Obama hubiera un resurgimiento del activismo radical negro, y
toda una nueva generación de gente que creo que observó la situación,
vio una cara negra en el lugar de poder más alto, y como eso coincidía
con el asesinato masivo de negros en las calles, que parecía no remitir
en absoluto, ni siquiera frenarse un poco, y concluyeron que debía haber
algo más profundo que cambiar.
Cuando uno empieza a analizar la
naturaleza de clase de la América negra, no todos estamos en el mismo
barco. No es probable, en mi opinión, que haya una lucha política común.
Lo lógico es que la élite negra, especialmente en sus capas más altas,
defienda al sistema.
La frase “Black Lives Matter” (las vidas negras importan)
surgió de tres mujeres negras que ejemplifican y representan una nueva
generación que se abre camino y que quiere una política que profundice
más, que vaya más allá de la mera política representativa, de situar
caras negras en las altas esferas.
Hemos visto a colectivos levantarse,
tomar las calles, negarse a dar marcha atrás incluso ante las tremendas
movilizaciones policiales, de una policía militarizada, con tanques y
todo eso.
En lugares como Ferguson y Baltimore, hemos visto
levantamientos explosivos. Un gran reto al que nos seguimos enfrentando
es el de cómo desarrollar formas de organización que puedan por un lado
desarrollar el movimiento en su continuidad, y por otro estar abiertas a
que gente nueva se incorpore.
En 2018 se cumplen cincuenta años del asesinato de
Martin Luther King. Se celebra a menudo su mensaje en contra de la
discriminación racial, que parece haber sido absorbido por el discurso
oficial estadounidense. Y, sin embargo, King trascendió con frecuencia
el lenguaje de la raza, o supo entender sus complejidades y su potencial
emancipador. ¿Qué se ha perdido de aquella parte del discurso de King, y
qué lecciones esconde para los estadounidenses que se oponen hoy, no
solo a Trump, sino a las fuerzas que lo impulsaron al poder?
Tenemos mucho que aprender de Martin Luther King sobre
cómo pensar en una política para la izquierda del futuro. Como cuando
dijo, en 1967, que era su gobierno, el de los Estados Unidos, el
principal proveedor de violencia del mundo.
Cuando uno piensa en los
EE.UU. de hoy, donde tenemos un patrón repetido hasta la saciedad de
tiroteos, no solo de la policía, sino de tiroteos de todo tipo, y se
hace la pregunta, ¿de dónde sale toda esta violencia?... Volvamos a
King: el gobierno estadounidense es el principal proveedor de violencia
del mundo, el principal fabricante de armas, el principal exportador de
armas del mundo.
Ahora mismo estamos amenazando a todo un país, a su
gente, con la aniquilación, mediante el cuadragésimo quinto presidente.
Este es un país muy violento. Tiene una historia muy violenta. Y hasta
que no la excavemos y nos enfrentemos a ella, no seremos capaces de
enfrentarnos a los verdaderos problemas.
En el militarismo, el racismo, en la economía… Hay
infinidad de maneras en las que podemos aprender del legado del Dr.
King. También tenemos que enfrentarnos a la extrema derecha neonazi.
Ahora tenemos a Donald Trump, que está llevando a supremacistas blancos a
su círculo más cercano de colaboradores.
Está cuestionando los límites
del racismo oficial. Antes ya teníamos los asesinatos policiales y el
profundo racismo institucional. Y ahora tenemos que enfrentarnos a los
asesinatos policiales, el profundo racismo institucional, la
encarcelación masiva, la profunda desigualdad, las escuelas segregadas y
las expresiones abiertas de racismo legitimadas al nivel más alto del
Estado.
Resulta terrorífico, porque con todo lo que Trump trae
consigo vienen fascistas de verdad, auténticos neonazis, y gente que
quiere hacer daño, matar. Forma parte de su estrategia, el terror y la
intimidación.
Tenemos una oportunidad aquí para movilizar a enormes
cantidades de gente contra estas expresiones de racismo, y establecer
conexiones entre estas y el racismo cotidiano liberal de nuestra
sociedad, para así convencer a la gente de debemos ir más allá al
cuestionar las raíces del racismo. Tenemos la posibilidad de hacer
precisamente eso, aquí y ahora." (Entrevista a Brian Jones, IGNASI GOZALO-SALELLAS / ÁLVARO GUZMÁN BASTIDA / HÉCTOR MUNIENTE, CTXT, 11/02/18)
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