"Tras el programa de Salvados, “Uno de cada cinco”,
los artículos sobre depresión se amontonan en los medios de
comunicación. La finalidad del programa de La Sexta respondía a la
necesidad de visibilizar el fenómeno, y este objetivo parece cumplido. O
al menos parece que se está cumpliendo.
Y la visibilidad del
sufrimiento supone una buena noticia, porque conciencia sobre una
problemática que merece respeto, espacio para el que la padece, y una
comprensión que no siempre encuentra. O no siempre le damos.
Habitualmente, con lo que la persona que experimenta depresión se
encuentra suele ser con el reproche y la incomprensión fruto del
desconocimiento.
Sin embargo, hablar sobre depresión resulta mucho más complejo de lo
que parece a simple vista. Ya no sólo porque existe la necesidad de
establecer una línea divisoria muy clara entre lo que se entiende
coloquialmente por depresión y lo que se entiende en términos clínicos,
sino también porque se hace necesario reflexionar de manera muy profunda
sobre la etiología del trastorno: un afrontamiento médico o una
comprensión relacional y social.
Ahí se establece un choque importante,
dentro del cual el reportaje de Salvados, de una manera
intencional o no, presentó una perspectiva muy alineada con el campo
biologicista, que comprende el trastorno psicológico como enfermedad.
Al pensar en la depresión, la primera duda que uno se plantea es si
debemos hablar de “enfermedad” o de “trastorno”. El pasado junio se
celebró en la ciudad de Oviedo el III Congreso Nacional de Psicología.
El coloquio tras una mesa redonda titulada “Estigma y enfermedad mental”
se abrió precisamente haciendo alusión al propio término.
¿No supone
hablar de “enfermedad mental” un elemento estigmatizante en sí mismo?
Los ponentes explicaron rápidamente la situación con la que la práctica
profesional de la psicología choca día a día, especialmente cuando se
interviene en ámbitos de escasos recursos: hablar en términos de
enfermedad, en lugar de en términos conductuales y relacionales, supone
una concesión que la psicología hace al modelo médico.
Modelo que le es
ajeno. Explicaban que esta concesión responde a su necesidad práctica de
lograr una comunicación comprensiva con agentes sociales. Profesionales
de intervención muy activa, como los que organizaban la mesa, necesitan
ir a la búsqueda del apoyo de instituciones, al tiempo que precisan de
la atención de la población. Cualquier institución o persona ajena a las
ciencias Psi- comprende con mayor facilidad qué objetivo se persigue al
hablar de “enfermedad” y no de “trastorno”.
Sin embargo, hablar de enfermedad, como decía, implica una concesión
al modelo médico al permitir reducir la depresión, o cualquier trastorno
psicológico, a los mismos términos que una afección vírica. Así, se
enfoca como una dolencia médica, biológica, individual, de origen en
este caso inespecífico y tratable con psicofármacos.
Sin embargo, la
depresión no se puede comprender teniendo en cuenta únicamente
argumentos biológicos, ni mucho menos es exclusivamente individual, ni
se soluciona con psicofármacos, que pueden aplacar los síntomas, pero no
inciden en los factores que la desencadenaron. La clave de todo ello
está en el origen, y el enfoque derivado del mismo: si se deja de buscar
literalmente entre las neuronas y se comienza a indagar en el ámbito
relacional de las personas, el origen de la depresión se torna
específico rápidamente.
Cuando fuera de ámbitos profesionales se trata de deconstruir el
modelo médico en la psicología resulta fácil proyectar una imagen de
banalización de los trastornos psicológicos. Nada más lejos. Lo más
tajante que se puede sacar en claro de toda la discusión actual sobre la
depresión y los trastornos psicológicos está en la capacidad de
despertar sentimientos empáticos respecto a estos procesos.
Lograr
transmitir el tremendo sufrimiento que supone para las personas
atravesar un trance como este resulta un paso verdaderamente crucial. El
hecho de que la depresión implique un genuino sufrimiento para la
persona que la experimenta y su entorno representa un punto de partida
común para todas las perspectivas de análisis posible. Sin embargo, la
OMS estima que casi 2,5 millones de personas sufrieron depresión en
España en 2015.
Y estima también que la prevalencia de trastornos
psicológicos de todo tipo se encuentra en crecimiento, y que lo hace
“especialmente en países con mayor población de bajos ingresos”. Otro
dato lo aporta Universidad de Granada y de la Escuela Andaluza de Salud
Pública (EASP).
Estos investigadores han mostrado recientemente
que el empobrecimiento impacta directamente sobre la salud mental. En
su investigación apuntan que más del 90% de personas analizadas, todas
ellas víctimas de desahucio, experimentaba puntuaciones patológicas en
depresión.
Ante estos datos, el modelo médico carece de argumentos.
¿Cómo explica una perspectiva biologicista un incremento tal de las
cifras de depresión? ¿Cómo argumenta el hecho de que varíe la
prevalencia en función del contexto? ¿Cómo interpreta, sobre todo, que
los trastornos psicológicos impacten más sobre unas clases sociales que
sobre otras?
De este modo, parece clara la necesidad de enfocar la depresión a
partir de términos relacionales. Igual que el periodista se hace las
preguntas "qué", "quién", "cuándo", "dónde" y "por qué" en su trabajo. O
debería hacérselas.
El psicólogo, pertenezca a la corriente que
pertenezca, cuenta, o debería contar, con la herramienta básica de la
explicación de la conducta a partir de los antecedentes, la conducta y
sus consecuencias.
De esta forma, si la crisis económica ha disparado la
prescripción de psicofármacos en las consultas de atención primaria, o
si los problemas laborales relacionados con el estrés y el desgaste se
relacionan con la aparición de depresión, en los antecedentes se ha de
acudir también a estos elementos contextuales. Porque lo cierto es que
es necesario que la intervención sobre la depresión se realice sobre los
antecedentes y la conducta.
En torno a esta idea, Ian Parker, referente en las corrientes
críticas con la psicología normativa, utiliza un término tremendamente
útil: el dolor social. Cuando se habla de que la depresión causa un
tremendo sufrimiento, resulta mucho más explicativo pensar en ese
sufrimiento como un dolor social que como un dolor físico, incluso más
explicativo que pensar en un dolor emocional.
Los trastornos
psicológicos son propios de un contexto: un lugar, un entorno y un
momento concretos, con lo cual son la expresión de un dolor social,
fruto de ese contexto y esas circunstancias.
En ese sentido, se observa que trastornos de identidad, como el
trastorno de personalidad múltiple, harto conocido por su cualidad
teatral, sucede en Norteamérica, pero apenas se desarrolla en Europa.
Zygmunt Bauman, en sus teorías sobre la ética del trabajo, dispuso una
capacidad quirúrgica para analizar las diferencias en procesos
identitarios a ambos lados del Atlántico.
Mostró cómo la ética del
trabajo en Estados Unidos se hallaba relacionada con la realización
personal, con la necesidad de crecimiento y con lo que se ha dado en
llamar el “sueño americano”, mientras que en Europa tuvo más que ver con
la consecución de derechos y estabilidad.
El capitalismo significó así
dos cosas diferentes en el mismo momento temporal para dos lugares
distintos del planeta: en Estados Unidos significó una oportunidad
personal de transformarse en una versión más exitosa de uno mismo, y en
Europa una oportunidad para alcanzar estabilidad, en gran parte otorgada
a través del proyecto social de un estado (o región).
Exactamente lo
contrario, y en ambos casos igual de fraudulento. Sin duda, bajo esta
explicación social cobra sentido que el trastorno de personalidad
múltiple sea algo localizado casi exclusivamente en Estados Unidos,
donde encuentra mayor concordancia con su contexto social.
De esta forma, si el trastorno psicológico se comprende como fenómeno
social (o psicosocial), el ánimo de intervención también debe serlo. La
psicología clínica interviene sobre personas concretas, individuos o
grupos muy pequeños, pero si los antecedentes son sociales, las ciencias
del estudio de la conducta necesitan abrir sus miras, empoderadas, y
proceder con una ambición transformadora de las relaciones. Un motor de
cambio a todos los niveles, al ser la salud mental una cuestión de salud
pública.
Ya que es indudable que el hecho de acudir al incremento de
prevalencia de trastornos junto a una prescripción de psicofármacos cada
vez mayor esconde problemáticas sociales profundas e insidiosas que
precisan una transformación integral.
Bajo esta óptica, cabe preguntarse qué papel juegan psicólogos y
psiquiatras en la conformación de la realidad. Autores como Amparo
Serrano, el psiquiatra Guillermo Rendueles o la intelectual Nancy Fraser
hablan con claridad sobre este aspecto desde distintas perspectivas.
Las ciencias psicológicas aportaron y aportan herramientas para crear y
mantener discurso neoliberal, individualista y culpabilizante con las
personas. A medida que las ciencias Psi- individualizantes han crecido
en corpus explicativo, un mayor abanico de conductas se convierte en
problemático.
Este hecho, por ejemplo, ha venido transformando el
conflicto social y laboral en un problema, y luego el problema en
enfermedad. Se ha desnaturalizado así el conflicto social, arrebatándole
su potencial transformador, para hacer de él una problemática
individual, de la que evidentemente se responsabiliza (o culpabiliza) al
propio sujeto. Un discurso muy convenientemente concordante con el de
los poderes neoliberales, que se encuentra cómodo cargando sobre el
ámbito privado lo que son dinámicas intrínsecamente públicas.
Comprender el trastorno mental como enfermedad lo desconecta de lo
social, lo encierra en la intimidad, y lo afronta con una intervención
meramente farmacológica que no ataja ni una sola de las circunstancias
que desencadenaron ese proceso doloroso. Ante esta perspectiva, la
responsabilidad de los poderes políticos es dar respuesta a los
trastornos mentales en su perspectiva psicosocial, a través de
legislación y recursos, y atendiendo a las conclusiones de la
investigación.
Esta es una reclamación que se está realizando
a nivel internacional numerosas organizaciones relacionadas con el
ámbito de la salud mental a través de la plataforma europea común EU
Health Policy Platform." (Jose A. Llosa. Equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo. CTXT, 28/02/18)
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