"(...) La “nueva productividad emocional”
En las actuales sociedades de la abundancia, las empresas
han encontrado una nueva forma de incrementar la productividad, mediante
la “creación de valor de arte” en gran parte los productos y servicios
que consumimos: una “nueva productividad emocional”.
Esta nueva
productividad se obtiene incrementando el precio, no reduciendo los
costes, gracias a que las empresas crean bienes superiores sobre los que
consumidores dejamos de tener criterios objetivos-racionales para
analizar su relación precio-calidad.
Cuando el principal criterio para
comprar un bien es subjetivo-emocional, “lo compro porque me gusta”, los
precios de venta, como en las obras de arte, se desconectan de los
costes de producción. De esta forma en estas sociedades los precios de
un porcentaje creciente de productos y servicios vienen determinados por
nuestra capacidad de gasto, y por la confianza emocional que
depositamos en su supuesta calidad.
Estas sociedades de la abundancia la conforman la mayor
parte de la población de los países democráticos más ricos del planeta
(con una renta per cápita superior a 20.000 dólares) y más recientemente
una parte creciente de la población de un buen número de países
emergentes, los que han vivido una acelerada industrialización en las
últimas décadas.
Esto no quiere decir que no siga habiendo muchas
actividades en las que los incrementos de productividad aún se sigan
obteniendo mediante la reducción de costes, incluidos los laborales.
Asimismo, no podemos olvidar que en determinados momentos coyunturales
en varios países desarrollados se ha producido un notable deterioro de
las condiciones de vida de un enorme volumen de trabajadoras y
trabajadores (en España ha sucedido de forma evidente a raíz de la
crisis de 2007).
Pero ello no ha sido fruto de una tendencia estructural
de la economía, si no el resultado de determinadas políticas económicas
y laborales que han tenido como objetivo explícito debilitar a los
sindicatos y su poder de negociación para lograr una fuerte devaluación
de los salarios.(...)
No obstante, si analizamos lo que ha ocurrido en el
conjunto del planeta en las últimas dos décadas se puede observar un
notable incremento de la clase media en muchos países emergentes (según
un estudio del Credit Suisse la clase media china la conforman ya 109
millones de personas, un volumen incluso superior al de la clase media
de EE.UU., que está compuesta por 92 millones), lo que está permitiendo
que se conforme una robusta demanda sofisticada también en ellos, una
demanda que en sus decisiones de consumo no se guía solo por el precio.
La evolución de las ventas de fideos instantáneos en China
es un buen ejemplo de cómo la demanda se hace más sofisticada cuando
mejora la riqueza de los ciudadanos de un país. Entre 2011 y 2015, de
forma paralela a la mejora de las condiciones de vida de decenas de
millones de chinos, el consumo de este producto de alimentación low cost
(un paquete puede costar 40 céntimos de euros), de escasa calidad y
valor nutricional, se ha desplomado en un 25%, reduciéndose sus ventas
en 12.130 millones €.
Tal como indicó Joseph Stiglitz en su artículo The causes and consequences of de dependence of quality on price, publicado
hace ya treinta años, en los mercados de bienes superiores la
tradicional competitividad vía reducción de precios, y costes de
producción, no es una garantía de que las empresas eliminen a los
competidores con mayores precios y salarios y, por tanto, aumenten su
cuota de mercado. Por eso no hemos asistido a unos rendimientos
decrecientes de los beneficios empresariales, como había previsto Marx.
En las sociedades de la abundancia las empresas
desarrollan innovadoras “tecnologías de comercialización” para crear
valor emocional para sus productos, mediante la valorización de la
marca, la creación de intangibles o la diferenciación del producto, una
suerte de “neoartesanado industrial”.
De forma que los mercados de
bienes superiores han dejado de ser algo propio de mercados marginales,
como el de coches usados, y se han extendido a multitud de bienes y
servicios que consumimos habitualmente: lavadoras, coches, zapatos,
vacaciones, formación, telefonía móvil, ropa, hostelería, restauración,
etc. En todos estos mercados de bienes superiores los consumidores creen
que el precio es la señal más potente sobre la calidad de los bienes:
“si es tan caro es que será bueno”.
Sindicatos, distribución y sofisticación de la demanda
Conviene reiterar que la incorporación de “valor de obra
de arte” a un alto porcentaje de bienes y servicios consumidos en un
país solo es posible si un elevado porcentaje de trabajadores obtienen
suficientes ingresos para adquirir esos bienes superiores, de forma que
se logra una amplia sofisticación de la demanda que decide por
criterios diferentes al coste de los bienes.
Es en las democracias ricas donde, según el Foro Económico Mundial1, la demanda es más sofisticada. (...)
A partir de los años cincuenta del siglo XX el poder sindical logrado en
gran parte de estos países fortaleció el poder de trabajadores en la
negociación colectiva y, consecuentemente, hizo que la clase media se
incrementara.
También fueron muy relevantes los fuertes mecanismos
redistributivos que los gobiernos socialistas pusieron en marcha a
partir de los años cuarenta y cincuenta (en Suecia fueron pioneros, ya
que tuvieron los primeros gobiernos socialdemócratas en los años
veinte):
1) una fiscalidad progresiva;
2) un Estado del Bienestar con
unos extensos servicios públicos de calidad;
3) una adecuada
intervención en los mercados oligopólicos de productos básicos (agua,
energía, vivienda, telecomunicaciones, servicios financieros), así como ;
4) una sólida estabilidad macroeconómica que evitó durante treinta años
las cíclicas crisis del capitalismo. (...)
Los cambios productivos operados en las sociedades de la
abundancia, y sus efectos en el trabajo, podrían hacernos llegar a la
conclusión de que esta “nueva productividad emocional” daría lugar por
sí misma una mayor preeminencia social de aquellos trabajos que aportan
calidad, creatividad, emocionalidad, trabajos fundamentalmente
intelectuales que no pueden reducirse a un input estandarizados.
En
estas actividades los incrementos salariales, y otras formas no
materiales de retribuir el trabajo, son un importante estímulo para que
las empresas aumenten la “productividad emocional”, ya que esta depende
fundamentalmente de incentivar la motivación de estos trabajadores. No
tiene mucho sentido que las empresas que producen bienes superiores
busquen incrementar la productividad obligando a los trabajadores a
soportar largas jornadas agotadoras, o sustituyéndolos por máquinas.
Asimismo, hay que tener en cuenta que en las sociedades de
la abundancia tienen un creciente peso los valores postmateriales, por
los incrementos salariales no son el único instrumento para motivar a
los trabajadores para que aporten lo mejor de sus capacidades
intelectuales en relación con la creatividad, la innovación tecnológica o
la empatía con el consumidor.
Aquellas cuestiones relacionadas con la
democratización de la empresa cobran cada vez más importancia: la
percepción de libertad del trabajador en la utilización de su tiempo, la
autorrealización, la propia participación de los trabajadores en la
definición de las grandes líneas de dirección estratégica de las
empresas. Todas las empresas de alta tecnología con éxito en EE.UU. en
los últimos veinte años han tenido una importante participación de los
trabajadores en su capital.
No obstante, si bien la “nueva productividad emocional”,
puede reforzar el poder de negociación individual de los trabajadores
vinculados a los procesos de creación, distribución y comercialización
del producto, esto no tiene por qué ocurrir en los procesos de
fabricación y comercialización estandarizados, que en gran medida están
externalizados del “corazón de la empresa”.
En un modelo de gestión
empresarial basado, en gran medida, en la externalización productiva es
muy difícil lograr un reparto equitativo entre capital y trabajo, ya que
externalización es en sí misma un sinónimo de desvalorización del
trabajo.
Tampoco podemos olvidar que gran parte de ese “valor de
obra de arte” se genera en pequeñas empresas subcontratadas, por parte
de trabajadores autónomos, o en centros productivos localizados en otros
países donde no hay sindicatos libres (en España la mayor parte de los
trabajadores de las empresas de menos de cincuenta trabajadores tienen
muy mermada su capacidad real de negociar de forma colectiva sus
condiciones de trabajo).
Por ello, el reto del sindicalismo de hoy en día es cómo
conjugar el seguir siendo un sindicato de clase, solidario, sin dejar de
ser una organización de extensa base social. Solo así el sindicato será
capaz de “integrar lo que la empresa desintegra”, como dice de Unai
Sordo, secretario general de CC.OO.
Repensar la economía desde la democracia
Revisitar a Marx nos debe servir, no para enredarnos en sesudas
discusiones intelectuales que se asemejan a los debates bizantinos, sino
para hacer algo que él expresó con una escueta y contundente frase: “de
lo que se trata es de transformar el mundo”. (...)
Por eso, hoy en día, el gran reto de la izquierda
política y social comprometida con la transformación del mundo es
repensar la economía, y la empresa, desde la democracia.
Ernst Wigforss, ministro de Economía de Suecia de 1932 a
1948, que fue el gran constructor del Estado del Bienestar sueco, dijo
hace más de ochenta años que “la democracia no debía detenerse ante la
puerta de las fábricas”.
Por eso, para conseguir que todos los
ciudadanos puedan disfrutar de altos grados libertad en todos los campos
de la vida personal y social, y no solo los más ricos o los más
inteligentes (emocional o racionalmente), resulta imprescindible
ensanchar la base de la democracia en las empresas.
Lo más relevante para generar sociedades más igualitarias
y más libres no es la forma de distribuir los bienes y servicios
producidos, sino la propiedad de las empresas. Por eso democratizar la
economía debe significar mucho más que incrementar el porcentaje de
capital público en la economía.
Repensar la economía desde la democracia debe permitir
integrar al Estado y al mercado como elementos complementarios en la
esfera económica pero, sobre todo, crear sólidos espacios de “capital
colectivo” en la empresa: como planteó la ley de cogestión alemana de
1976; los Fondos Colectivos de Inversión de los Trabajadores que se
instauraron en Suecia en 1984; el Fondo de Solidaridad creado por la
Federación de Trabajadores de Quebec en 1983; la ley francesa de 2013
que ha otorgado a los trabajadores el derecho a participar en el consejo
de administración de las empresas privadas de más de mil empleados; o
quienes hoy en día defienden en Bélgica las “empresas de la
codecisión”.
La democratización de la empresa es el instrumento de
transformación colectiva mediante el cual las trabajadoras y los
trabajadores pueden reconquistar la hegemonía cultural perdida desde los
años ochenta del siglo XX, cuando los latifundistas de capital
apostaron por privatizar la política. " (Bruno Estrada, CTXT, 28/01/18)
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