"No me considero una persona especialmente inteligente
aunque, eso sí, tengo una capacidad de trabajo importante y las metas
muy claras. Soy muy luchadora. Si siento que algo merece la pena, voy a
por ello sin dudarlo”.
Elena García Armada (Valladolid, 1971) es una de
las destacadas representantes de esa generación de científicos españoles
a los que los recortes feroces a punto estuvieron de arruinar la vida.
Pero ella es una mujer con una tenacidad que nunca declina. Doctora en
Robótica, científica titular del CSIC y socia fundadora de la empresa
Marsi Bionics comenzó diseñando robots industriales hasta que una frágil
niña se cruzó en su camino.
“Daniela sufría una tetraplejia severa
debido a un accidente y vi que mis conocimientos podían darle una
solución”, afirma. Eso fue en 2009. Olvidó sus proyectos productivos y
se lanzó a construir el primer exoesqueleto biónico del mundo para
menores con atrofia muscular espinal, una enfermedad degenerativa que
afecta a más 2.000 jóvenes en España.
Lo consiguió a base de tantos
sacrificios personales que ni los reconocimientos internacionales
recibidos ni la medalla de oro otorgada por la Comunidad de Madrid han
logrado mitigar. Tan sólo le sirve el resultado: Daniela se puso en pie y
caminó otra vez. “Paradójicamente, seguimos esperando la financiación
que posibilite la comercialización de este robot porque en España no
existe una industria dispuesta a hacerlo”, confiesa.
Pero no desespera y
sigue diseñando nuevos amigos. El próximo para adultos con movilidad
reducida por dos dolencias tan devastadoras como el ictus y la
esclerosis múltiple. “Pero quienes mueven mi vida de verdad son mis dos
hijas”, asegura.
¿Qué es un exoesqueleto biónico?
Es un robot pero no como los de las películas. El mío es
una especie de traje mecánico, un pantalón de metal que se acopla a las
personas que no pueden caminar como una órtesis larga, un armazón, que
la sustenta desde el tronco hasta los pies. Su ventaja es que está
motorizada y, por lo tanto, devuelve al paciente la capacidad de andar.
Está diseñado sólo para niños con problemas de movilidad.
Sí, estamos enfocados a niños y niñas que han perdido su
capacidad para caminar por una debilidad progresiva. Lo que les aporta
este exoesqueleto es la musculatura que van perdiendo. En cada una de
las articulaciones del robot tenemos un músculo artificial que entiende
lo que quiere hacer el paciente y le aporta la fuerza que le falta.
Milagroso.
Milagroso, no. Es robótica aplicada al bienestar de la gente.
¿Cómo se le ocurrió crear este ingenio?
Llevo trabajando 22 años en robots que caminan, aunque con
una aplicación muy diferente, enfocado más hacia la industria y a los
servicios. Por ejemplo, robots que detectan minas antipersonas y
máquinas autónomas pero sin contacto directo con el ser humano.
Lo que
cambió el objeto de mi investigación fue la puesta en marcha de
financiación por parte del departamento de Defensa de EEUU para
desarrollar exoesqueletos que ayudaran a aumentar las capacidades de
movilidad de los soldados.
Eso facilitó el desarrollo de tecnologías en
este campo. El paso decisivo llegó cuando recibimos la visita de un
matrimonio con una niña, Daniela, que sufría una tetraplejia tras sufrir
un accidente. Como llevaba años trabajando en el área pediátrica, vi
que era factible y decidí abordar la investigación. Tres años después
teníamos a aquella niña caminando.
Qué maravilla.
Fue un momento muy bonito. Cuando le colocamos el
exoesqueleto por primera vez se asustó porque nadie que sufre esta
dolencia está acostumbrado a ponerse de pie y caminar. La mayoría de los
niños con los que hemos trabajado no lo había hecho nunca, lo que les
impresiona es que sea un robot el que se abraza a sus cuerpos y les
empiece a mover. Eso atemoriza no sólo a los niños sino a cualquiera de
nosotros.
La sensación impacta mucho pero una vez que van cogiendo
confianza todo se vuelve emotivo. Así fue para Daniela, para sus padres
y, también para mí, claro. No era poner a andar a un robot sin más sino
que estaba en contacto con una niña. Eso conllevaba una responsabilidad
muy grande en todos nosotros.
El precio será prohibitivo.
Sí, todavía es muy caro. Hay que
tener en cuenta que se trata de un dispositivo sanitario que está
sometido a una reglamentación internacional de seguridad que utiliza una
tecnología costosa y difícil de conseguir.
Pero, poco a poco, estamos
avanzando para conseguir algún tipo de subvención, a través de la
Seguridad Social o mediante el patrocinio de la obra social de algunas
empresas. Esperamos que el precio de este robot sea pronto similar al de
una silla de ruedas.
Usted tuvo que acudir al ‘crowdfounding’ para financiar su construcción.
Esto es una cuenta pendiente que tiene este país. Tenemos
organismos de investigación muy importantes pero hay un problema de
transferencia a la sociedad. No existen mecanismos que faciliten ese
tránsito.
Dedicar tiempo y esfuerzo a resolver necesidades reales de la
gente para que luego no se puedan aplicar porque no hay dinero me parece
un sinsentido. Al menos para una mente como la mía.
¿Cómo logró que las finanzas apostaran por su invento?
El éxito de la prueba con Daniela saltó a los medios de
comunicación, sobre todo internacionales, y empezaron a llegar cartas de
padres, de médicos, pacientes y asociaciones de Australia, de EEUU, y
de otras partes del mundo, dispuestos a comprar el robot. Es que, claro,
hay 17 millones de niños en el planeta afectados por este tipo de
lesiones.
El único problema que encontré, y que no esperaba, es que en
España carecemos de una industria dispuesta a financiar este tipo de
aplicaciones robóticas. Así que sólo me quedaron dos opciones para
seguir adelante: o dejar morir la investigación y dedicarme a otra cosa,
o tomármelo como algo personal, que es lo que al final hice. Fueron
cinco años muy duros.
Tiene dos hijas. ¿Cómo compaginó el doble esfuerzo?
Y una perra, Tira (risas). Fue muy complicado. Además, no
tengo una familia cercana que me pueda echar una mano y tuve que acudir a
las ayudas del ayuntamiento, de campamentos urbanos y cosas así. Al
final te das cuenta de que puedes con todo pero a base de quitarte horas
de sueño y descanso. Yo no he tenido vacaciones durante años.
Cumplía
mi jornada laboral completa, iba a mi casa con mis hijas, las acompañaba
a las actividades extraescolares y cuando las acostaba, seguía
trabajando. He sido una mujer pegada a un portátil durante mucho
tiempo.
¿Cree que a la mujer se la sigue educando con un plus de responsabilidad familiar?
Claro que sí. No existe un equilibrio de género a la hora
de compaginar la vida profesional y la familiar. No hay paridad. En el
ámbito laboral tenemos que trabajar mucho más para demostrar nuestras
capacidades, lo cual es un desgaste añadido. Y en el terreno personal la
conciliación no existe.
Las pocas ayudas en esta faceta van incluso en
contra de la mujer porque son reducciones de jornada, con lo cual las
empresas se molestan, y no influyen en el ámbito familiar porque
nosotras seguimos siendo la que cargamos con casi todo.
Además, la ciencia está mayoritariamente dirigida por hombres.
No lo crea. Depende del área. Las ‘bios’, por ejemplo,
están prácticamente dominadas por mujeres. En cambio, las tecnológicas e
ingenierías, como es mi caso, son más masculinas, es cierto.
¿Por qué?
Por una cuestión de educación. Desde pequeños nos
construyen roles mediante los juguetes que nos regalan o las actividades
que realizamos. Para las chicas, muñecas y cocinitas; para los niños,
coches y construcciones. Todo eso marca el desarrollo intelectual. En
ese sentido, yo tuve la fortuna de tener unos padres ejemplares y cuando
pedía una gasolinera, me regalaban una gasolinera.
Era muy aficionada a
todo tipo de construcciones y nunca me limitaron. Tenía muñecas y
cocinitas, claro, pero fui educada en el equilibrio. Y ahora estoy
agradecida. Hoy soy ingeniera porque cuando llegó el momento de decidir
era lo que me gustaba y nunca encontré pegas. Sin embargo, no todas
pueden decir lo mismo.
Usted ocupa el nivel más bajo en las escalas de investigación del CSIC, ¿cuál es el motivo?
No lo sé, de verdad. Llevamos ocho años con reducción de
presupuestos a la investigación por parte del estado. Es algo increíble.
Casi no salen plazas a concurso y las poquitas que salen, quedo
excluida. Me refiero a que igual se ofertan sólo cinco plazas para todos
los institutos del CSIC, que son unos 150 centros donde trabajan más de
3.000 investigadores. La situación es demencial.
¿Sigue existiendo un techo de cristal en el CSIC?
Sí. Las mujeres aún no hemos llegado a ocupar los puestos
más altos y, por lo tanto, existe un techo de cristal evidente. Romperlo
es una tarea que tenemos pendiente pero también nos afectan los otros
dos factores que mencionaba, la reducción de presupuesto a la Ciencia y
la falta de plazas a concurso, aunque en mi caso personal no sé cuál de
las dos me influye en mayor medida.
La interpretación tradicional atribuye al hombre mayor habilidad manual que la mujer.
Sí, pero es que no es cierto. En mi casa, yo era la
‘manitas’ cuando se estropeaba algo. Hay hombres muy intelectuales y
mujeres muy prácticas. Y a la inversa. Es una cuestión de gustos. Creo
que el problema es inculcar estos estereotipos porque mediatizas el
desarrollo de la persona. Hay que potenciar las habilidades de cada uno
sin distinción de género. Punto.
Y ahora ha surgido un tercer competidor: La inteligencia artificial. ¿No le da miedo?
¿Por qué? Soy consciente de que la robótica y la
inteligencia artificial provoca reparos en mucha gente pero es debido a
la influencia del cine de ciencia ficción que, desgraciadamente, suele
poner a los robots como seres malignos, que tratan de rebelarse contra
el ser humano. ¡Nada más lejos de la realidad! El 85% de la inteligencia
humana procede de las emociones, algo que nunca tendrán los robots.
Entonces, ¿ve imposible un conflicto entre humanos y máquinas?
Cualquier aplicación que requiera un poquito de
subjetividad y de creación es inviable dejarlo al albur de la máquina.
El hombre y el robot pueden complementarse, nunca sustituirse. En el
caso concreto de la robótica, que es mi especialidad, nos dirigimos
hacia la mejora del servicio al ser humano con el fin de hacerle la vida
más fácil.
Tratamos de mejorar productividades porque creamos máquinas
que perfeccionen el trabajo que ya realiza la persona. Le pondré un
ejemplo: en el campo de la cirugía, la robótica está teniendo unos
resultados extraordinarios gracias a su precisión, limita las
imperfecciones del ser humano pero no sustituye al cirujano, que es
quien realiza la operación desde una consola.
La labor del robot es
mejorar las capacidades del médico. Nada más. Lo mismo sucede con su
aplicación terapéutica. En lugar de hablar de fisioterapias pasivas y
lentas, como hasta ahora, empezamos a tener terapias activas que
permiten al paciente realizar actividades de su vida cotidiana de forma
autónoma y eficiente."
(Entrevista a Elena García Armada / Ingeniera del CSIC y doctora en Robótica. Gorka Castillo, CTXT, 18/07/18)
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