20/7/18

Construye el primer exoesqueleto biónico del mundo para menores con atrofia muscular espinal... para encontrarse con que en España no existe una industria dispuesta a comercializarlo

La científica, con su exoesqueleto biónico./ Manolo Finish

"No me considero una persona especialmente inteligente aunque, eso sí, tengo una capacidad de trabajo importante y las metas muy claras. Soy muy luchadora. Si siento que algo merece la pena, voy a por ello sin dudarlo”. 

Elena García Armada (Valladolid, 1971) es una de las destacadas representantes de esa generación de científicos españoles a los que los recortes feroces a punto estuvieron de arruinar la vida. Pero ella es una mujer con una tenacidad que nunca declina. Doctora en Robótica, científica titular del CSIC y socia fundadora de la empresa Marsi Bionics comenzó diseñando robots industriales hasta que una frágil niña se cruzó en su camino.

 “Daniela sufría una tetraplejia severa debido a un accidente y vi que mis conocimientos podían darle una solución”, afirma. Eso fue en 2009. Olvidó sus proyectos productivos y se lanzó a construir el primer exoesqueleto biónico del mundo para menores con atrofia muscular espinal, una enfermedad degenerativa que afecta a más 2.000 jóvenes en España. 

Lo consiguió a base de tantos sacrificios personales que ni los reconocimientos internacionales recibidos ni la medalla de oro otorgada por la Comunidad de Madrid han logrado mitigar. Tan sólo le sirve el resultado: Daniela se puso en pie y caminó otra vez. “Paradójicamente, seguimos esperando la financiación que posibilite la comercialización de este robot porque en España no existe una industria dispuesta a hacerlo”, confiesa.

 Pero no desespera y sigue diseñando nuevos amigos. El próximo para adultos con movilidad reducida por dos dolencias tan devastadoras como el ictus y la esclerosis múltiple. “Pero quienes mueven mi vida de verdad son mis dos hijas”, asegura.

¿Qué es un exoesqueleto biónico?

Es un robot pero no como los de las películas. El mío es una especie de traje mecánico, un pantalón de metal que se acopla a las personas que no pueden caminar como una órtesis larga, un armazón, que la sustenta desde el tronco hasta los pies. Su ventaja es que está motorizada y, por lo tanto, devuelve al paciente la capacidad de andar.

Está diseñado sólo para niños con problemas de movilidad.

Sí, estamos enfocados a niños y niñas que han perdido su capacidad para caminar por una debilidad progresiva. Lo que les aporta este exoesqueleto es la musculatura que van perdiendo. En cada una de las articulaciones del robot tenemos un músculo artificial que entiende lo que quiere hacer el paciente y le aporta la fuerza que le falta.
Milagroso.

Milagroso, no. Es robótica aplicada al bienestar de la gente.

¿Cómo se le ocurrió crear este ingenio?

Llevo trabajando 22 años en robots que caminan, aunque con una aplicación muy diferente, enfocado más hacia la industria y a los servicios. Por ejemplo, robots que detectan minas antipersonas y máquinas autónomas pero sin contacto directo con el ser humano. 

Lo que cambió el objeto de mi investigación fue la puesta en marcha de financiación por parte del departamento de Defensa de EEUU para desarrollar exoesqueletos que ayudaran a aumentar las capacidades de movilidad de los soldados. 

Eso facilitó el desarrollo de tecnologías en este campo. El paso decisivo llegó cuando recibimos la visita de un matrimonio con una niña, Daniela, que sufría una tetraplejia tras sufrir un accidente. Como llevaba años trabajando en el área pediátrica, vi que era factible y decidí abordar la investigación. Tres años después teníamos a aquella niña caminando.

Qué maravilla.

Fue un momento muy bonito. Cuando le colocamos el exoesqueleto por primera vez se asustó porque nadie que sufre esta dolencia está acostumbrado a ponerse de pie y caminar. La mayoría de los niños con los que hemos trabajado no lo había hecho nunca, lo que les impresiona es que sea un robot el que se abraza a sus cuerpos y les empiece a mover. Eso atemoriza no sólo a los niños sino a cualquiera de nosotros.

 La sensación impacta mucho pero una vez que van cogiendo confianza todo se vuelve emotivo. Así fue para Daniela, para sus padres y, también para mí, claro. No era poner a andar a un robot sin más sino que estaba en contacto con una niña. Eso conllevaba una responsabilidad muy grande en todos nosotros.

El precio será prohibitivo.

Sí, todavía es muy caro. Hay que tener en cuenta que se trata de un dispositivo sanitario que está sometido a una reglamentación internacional de seguridad que utiliza una tecnología costosa y difícil de conseguir. 

Pero, poco a poco, estamos avanzando para conseguir algún tipo de subvención, a través de la Seguridad Social o mediante el patrocinio de la obra social de algunas empresas. Esperamos que el precio de este robot sea pronto similar al de una silla de ruedas.
Usted tuvo que acudir al ‘crowdfounding’ para financiar su construcción.

Esto es una cuenta pendiente que tiene este país. Tenemos organismos de investigación muy importantes pero hay un problema de transferencia a la sociedad. No existen mecanismos que faciliten ese tránsito. 

Dedicar tiempo y esfuerzo a resolver necesidades reales de la gente para que luego no se puedan aplicar porque no hay dinero me parece un sinsentido. Al menos para una mente como la mía. 

¿Cómo logró que las finanzas apostaran por su invento?

El éxito de la prueba con Daniela saltó a los medios de comunicación, sobre todo internacionales, y empezaron a llegar cartas de padres, de médicos, pacientes y asociaciones de Australia, de EEUU, y de otras partes del mundo, dispuestos a comprar el robot. Es que, claro, hay 17 millones de niños en el planeta afectados por este tipo de lesiones. 

El único problema que encontré, y que no esperaba, es que en España carecemos de una industria dispuesta a financiar este tipo de aplicaciones robóticas. Así que sólo me quedaron dos opciones para seguir adelante: o dejar morir la investigación y dedicarme a otra cosa, o tomármelo como algo personal, que es lo que al final hice. Fueron cinco años muy duros.

Tiene dos hijas. ¿Cómo compaginó el doble esfuerzo?

Y una perra, Tira (risas). Fue muy complicado. Además, no tengo una familia cercana que me pueda echar una mano y tuve que acudir a las ayudas del ayuntamiento, de campamentos urbanos y cosas así. Al final te das cuenta de que puedes con todo pero a base de quitarte horas de sueño y descanso. Yo no he tenido vacaciones durante años. 

Cumplía mi jornada laboral completa, iba a mi casa con mis hijas, las acompañaba a las actividades extraescolares y cuando las acostaba, seguía trabajando. He sido una mujer pegada a un portátil durante mucho tiempo. 

¿Cree que a la mujer se la sigue educando con un plus de responsabilidad familiar?

Claro que sí. No existe un equilibrio de género a la hora de compaginar la vida profesional y la familiar. No hay paridad. En el ámbito laboral tenemos que trabajar mucho más para demostrar nuestras capacidades, lo cual es un desgaste añadido. Y en el terreno personal la conciliación no existe. 

Las pocas ayudas en esta faceta van incluso en contra de la mujer porque son reducciones de jornada, con lo cual las empresas se molestan, y no influyen en el ámbito familiar porque nosotras seguimos siendo la que cargamos con casi todo. 

Además, la ciencia está mayoritariamente dirigida por hombres.

No lo crea. Depende del área. Las ‘bios’, por ejemplo, están prácticamente dominadas por mujeres. En cambio, las tecnológicas e ingenierías, como es mi caso, son más masculinas, es cierto.

¿Por qué?

Por una cuestión de educación. Desde pequeños nos construyen roles mediante los juguetes que nos regalan o las actividades que realizamos. Para las chicas, muñecas y cocinitas; para los niños, coches y construcciones. Todo eso marca el desarrollo intelectual. En ese sentido, yo tuve la fortuna de tener unos padres ejemplares y cuando pedía una gasolinera, me regalaban una gasolinera. 

Era muy aficionada a todo tipo de construcciones y nunca me limitaron. Tenía muñecas y cocinitas, claro, pero fui educada en el equilibrio. Y ahora estoy agradecida. Hoy soy ingeniera porque cuando llegó el momento de decidir era lo que me gustaba y nunca encontré pegas. Sin embargo, no todas pueden decir lo mismo.

Usted ocupa el nivel más bajo en las escalas de investigación del CSIC, ¿cuál es el motivo?

No lo sé, de verdad. Llevamos ocho años con reducción de presupuestos a la investigación por parte del estado. Es algo increíble. Casi no salen plazas a concurso y las poquitas que salen, quedo excluida. Me refiero a que igual se ofertan sólo cinco plazas para todos los institutos del CSIC, que son unos 150 centros donde trabajan más de 3.000 investigadores. La situación es demencial.

¿Sigue existiendo un techo de cristal en el CSIC?

Sí. Las mujeres aún no hemos llegado a ocupar los puestos más altos y, por lo tanto, existe un techo de cristal evidente. Romperlo es una tarea que tenemos pendiente pero también nos afectan los otros dos factores que mencionaba, la reducción de presupuesto a la Ciencia y la falta de plazas a concurso, aunque en mi caso personal no sé cuál de las dos me influye en mayor medida.

La interpretación tradicional atribuye al hombre mayor habilidad manual que la mujer.

Sí, pero es que no es cierto. En mi casa, yo era la ‘manitas’ cuando se estropeaba algo. Hay hombres muy intelectuales y mujeres muy prácticas. Y a la inversa. Es una cuestión de gustos. Creo que el problema es inculcar estos estereotipos porque mediatizas el desarrollo de la persona. Hay que potenciar las habilidades de cada uno sin distinción de género. Punto.

Y ahora ha surgido un tercer competidor: La inteligencia artificial. ¿No le da miedo?

¿Por qué? Soy consciente de que la robótica y la inteligencia artificial provoca reparos en mucha gente pero es debido a la influencia del cine de ciencia ficción que, desgraciadamente, suele poner a los robots como seres malignos, que tratan de rebelarse contra el ser humano. ¡Nada más lejos de la realidad! El 85% de la inteligencia humana procede de las emociones, algo que nunca tendrán los robots.

Entonces, ¿ve imposible un conflicto entre humanos y máquinas?

Cualquier aplicación que requiera un poquito de subjetividad y de creación es inviable dejarlo al albur de la máquina. El hombre y el robot pueden complementarse, nunca sustituirse. En el caso concreto de la robótica, que es mi especialidad, nos dirigimos hacia la mejora del servicio al ser humano con el fin de hacerle la vida más fácil.

 Tratamos de mejorar productividades porque creamos máquinas que perfeccionen el trabajo que ya realiza la persona. Le pondré un ejemplo: en el campo de la cirugía, la robótica está teniendo unos resultados extraordinarios gracias a su precisión, limita las imperfecciones del ser humano pero no sustituye al cirujano, que es quien realiza la operación desde una consola. 

La labor del robot es mejorar las capacidades del médico. Nada más. Lo mismo sucede con su aplicación terapéutica. En lugar de hablar de fisioterapias pasivas y lentas, como hasta ahora, empezamos a tener terapias activas que permiten al paciente realizar actividades de su vida cotidiana de forma autónoma y eficiente."                

(Entrevista a Elena García Armada / Ingeniera del CSIC y doctora en Robótica. Gorka Castillo, CTXT, 18/07/18)

No hay comentarios: