"Cuando los españoles llegaron a América había unos 70 millones de
habitantes. Un siglo y medio después la población se redujo a los 3,5
millones. Debido a la progresiva falta de mano de obra en los campos de
la muerte, los españoles -y en mayor medida los ingleses-, se volcaron
al comercio de esclavos negros.
Ese fenómeno, con esas cifras, lo explica muy bien
Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, obra a mi
juicio imprescindible para conocer un poco qué pasó a ambas orillas del
océano, convertido durante siglos en un inmenso Mar Mediterráneo donde
se arrojaba por la borda a todo esclavo que dejaba de “ser explotable”,
para saciar el hambre de los tiburones (sinónimo, cada vez más vigente,
de mercaderes).
En general la mayoría de los pueblos europeos
participaron, por etapas, en el genocidio (americanos nativos y negros
africanos). Esos crímenes contra la Humanidad -que no se enseñan en las
escuelas- están tan empapados de sangre que tardarán Eras en secarse. En
limpiarse, nunca.
Gracias al comercio de esclavos negros el marqués de
Comillas se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. Eso
explica, entre otras cosas, que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, no
quiera en su urbe ninguna estatua de ese aristócrata que, sin duda,
contribuyó económicamente al esplendor de “la ciudad condal”.
Los mercaderes y la nobleza inglesa contribuyeron en
gran medida al auge del imperio británico con el lucrativo comercio de
esclavos negros, a los que se marcaba con hierro candente en el pecho,
cual ganado, con las iniciales de su propietario.
En los campos de caucho, algodón, etc., los
terratenientes europeos empleaban mano de obra esclava que trabajaba
jornadas infernales y sin apenas comida. Millones morían agotados, sus
mujeres eran violadas diariamente, los que huían eran cazados y
sentenciados al látigo y la horca.
Leopoldo II de Bélgica (1835-1908) fue uno de los
mayores genocidas de la Historia. En el Congo Belga -que fue
literalmente propiedad suya desde finales del siglo XIX a principios del
XX- murieron en los campos de caucho y en las minas alrededor de diez
millones de esclavos (las cifras varían según los historiadores), es
decir el 40% de la población de aquel entonces.
Como las plantaciones de caucho se encontraban en
zonas silvestres los esclavos del Rey -que disponía de una legión de
sicarios a su servicio- tenían que trepar a los árboles. Para que
pudieran hacer su tarea se les quitaban las cadenas durante la jornada
laboral y, para asegurarse de que no escaparan, se retenía como rehenes a
sus mujeres e hijos.
En el caso de que optaran por la fuga se procedía a la
amputación de manos y/o pies de su familia, independientemente de que
fueran menores o niños. Bajo el reinado de Leopoldo II se registraron
amputaciones y violaciones masivas de mujeres y menores, así como el
exterminio completo de poblados donde se daban brotes de rebeldía.
Leopoldo II, que prácticamente se hizo con el
monopolio mundial de caucho, amasó con el genocidio una inmensa fortuna
sin tener que rendir cuentas a nadie. En 1906, presionado por la ONU,
vendió “su propiedad” al Estado belga. El Congo no conseguiría su
independencia hasta 1960.
Desde que “se abolió el trafico humano” los mercaderes
encontraron otra alternativa para hacerse ricos, gracias a la
globalización y a la deslocalización, y, en vez de explotar a negros y
negras encadenadas, trasladaron sus centros de producción a los países
del Tercer Mundo, a fábricas donde los menores y los débiles trabajan en
infrahumanas condiciones de semiesclavitud.
¿No podríamos devolver un poquito de la riqueza que
saqueamos a los migrantes que huyen de la hambruna y de las guerras?
¿Acaso somos tan miserables que sólo nos interesa “la memoria histórica”
como un lujo cultural para hacer política en nuestro barrio?
El racismo -como sabemos todos- (por libros o por
instinto) es económico. Somos racistas con los pobres, no con los ricos.
Nadie expulsa a los jeques que amarran sus yates palacio en la Costa
Azul. El problema de fondo (el de los migrantes) es abrumador, un espejo
de lo que fuimos o somos. Mientras la revolución no se haga en serio y
no construyamos un sistema económico internacional justo, seguiremos
poniendo parches y dando palos de ciego." (Javier Cortines , Rebelión, 07/07/18)
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