"Jessa Crispin (Kansas, 1978) habla rápido
como si sujetase una ametralladora con los dientes, pero sus palabras
generan un efecto más parecido al de la bomba atómica. Como ejemplo, su
anterior libro Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista
(2017), donde no dejaba títere con cabeza en un movimiento que, según
ella, "ha perdido el rumbo".
"Si es universal, si se puede apuntar
cualquier hombre y mujer del mundo, entonces no es para mí", apunta.
Se refería a quienes tildaron a Hillary
Clinton de candidata feminista solo por ser la mujer que se enfrentaba a
Trump, a las que lucen camisetas de marca con consignas
revolucionarias, a Beyoncé y a la creadora de Girls, Lena Dunham:
"una cría blanca malcriada que no tiene ni puta idea de lo que dice".
Muchos la tacharon entonces de pirómana y de lucrarse poniendo minas a
su propio movimiento, pero ella se confesó más interesada en un
feminismo transversal y que huya del victimismo.
Ahora, acaba de publicar El complot de las damas muertas (Alpha Decay),
un cóctel literario breve y muy diferente a todo lo que había escrito
hasta ahora. En él, mezcla pensamientos suicidas con cuidadosos ensayos
sobre grandes figuras literarias como James Joyce, Igor Stravinsky,
Rebecca West o Margaret Anderson.
Un cuaderno de bitácora fascinante,
escrito durante más de diez años, y en una decena de países, que aúna su
amor por la lectura, por sus referentes, por el esoterismo y, como no
podía ser de otra forma, por el feminismo.
Reivindica mucho la figura de las esposas en El complot de las damas muertas,
como a Nora Barnacle [la mujer de James Joyce] o Isabel Arundell [la de
Richard Burton]. ¿Han sido los historiadores injustos con ellas?
Claramente sí, y cada vez hay más
estudios y libros sobre las amantes y esposas de estos grandes artistas
porque se han dado cuenta de que merece la pena devolverlas a la luz.
Son interesantes por derecho propio, no solo porque estuviesen casadas
con un tío.
A mí, por alguna extraña razón, me
fascinan las figuras de Cósima Wagner, la mujer del compositor alemán, y
la de Alma Mahler, la esposa de Gustav Mahler. Esta última era un genio
y se tiró absolutamente a todo el mundo de la escena musical y
artística de la época. Era una lunática delirante y a la vez una genia y
una criatura fascinante. Era lo opuesto a todo lo que imaginamos de una
esposa o una musa: nada recatada o silenciosa.
Y Cósima Wagner tampoco. Era sádica,
malvada, brillante y rara. Quienes la conocían a través de su marido
llegaban a la conclusión de que ella era el genio de la relación, mucho
más brillante que él. Exudaba inteligencia. Es interesante acordarse de
estas mujeres cuando asumimos lo que "una esposa" debe ser, porque nunca
pensamos en Alma Mahler o en otras "enormes zorras" que obsesionaban
tanto a los hombres que las llegaban a replicar en muñecas a tamaño real
- como hizo Oskar Kokoschka con Alma-.
Dice en el libro que espera encontrar a un hombre para que se convierta en su "esposa". ¿Por qué no existe la figura del hombre muso del mismo modo que existe y existirá siempre la de la musa?
Para empezar, "querer una esposa" es un
deseo corrupto. Lo que se presupone a una esposa en el imaginario
patriarcal es alguien que se encargue de tu mierda y que no se queje. Ha
de ser casi una asistente. Y es evidente que no deberíamos desear eso
en una relación romántica, sino a una igual. Pero la figura de la musa
es de por sí un rol pasivo. Creo que la sociedad ha inculcado al hombre
que que debe la figura principal de la pareja y a la mujer el apoyo, la
compañera.
Cuando hablamos de esposas no pensamos en
mujeres que fueron más grandes que la vida misma o tan vibrantes como
las que te decía antes. Pensamos en algún alma en pena sentada en una
mecedora y cosiendo a la espera de que su marido vuelva a casa. Y eso
dice mucho de cómo asumimos que puede ser la vida de una mujer.
Pero
no solo hay esposas en su libro, también grandes escritoras. ¿Cuál fue
la vida que le impactó más o con la que se sintió más identificada?
Conecté a un nivel muy personal con
Margaret Anderson en el sur de Francia por razones obvias. Los primeros
treinta años de nuestra vida fueron bastante similares: las dos somos
del Medio Oeste de Estados Unidos, empezamos nuestra carrera en Chicago y
las dos tenemos los mismos problemas mentales a raíz de vivir en
Chicago [risas].
Me fascina leerla y me encantaría que
escribiesen una biografía completa sobre ella. Al final, es una figura
imprescindible en el modernismo y la mitad de la literatura modernista
que conocemos no existiría sin ella. Dicho esto, a diferencia de
Anderson, no me gustó demasiado vivir en el sur de Francia, fue uno de
los sitios en los que me sentí más miserable.
A raíz de esto, habla sin tapujos del suicido y la depresión durante estos viajes. ¿Qué región le resultó más terapéutica?
Creo que en Trieste, en Italia, encontré
un pequeño oasis mental. Y obviamente las islas griegas, tan preciosas e
idílicas. En realidad el único sitio con el que no tuve una gran
relación fue con Belgrado. No me gustó nada. No salía nunca de mi
habitación porque odiaba esa ciudad. Pero la verdad es que cada una me
ofreció algo único o me ayudó a pensar con claridad. Todas me sirvieron
de apoyo de una forma u otra, excepto Belgrado [risas].
En su manifiesto, No soy feminista,
defiende un feminismo académico y alejado del oportunismo. ¿Qué o quién
le llevó a pensar que se estaba haciendo ese uso del feminismo en la
actualidad?
Últimamente he leído a Emma Goldman,
quien me ha llegado más por sus memorias que por sus escritos políticos.
Ella fue muy crítica con el feminismo de la primera ola, porque habían
centrado el foco en la clase media, en la adquisición de propiedades
privadas, en el matrimonio o en el derecho al voto de las mujeres
blancas.
Goldman intentaba señalar que, solo
porque las mujeres conservadoras obtuviesen el voto, no se iban a
solucionar los problemas de las pobres, las negras o cualquiera de la
clase trabajadora en Nueva York, que era una ciudad increíblemente pobre
en aquella época. Que alguien como ella pensase en llevar los asuntos y
derechos de las mujeres a un ala más izquierdista del movimiento, antes
que obtener pedacitos de feminismo, es algo a resaltar.
Creo que al feminismo contemporáneo le
pasa lo mismo. Defiende que debemos centrarnos en nuestros propios
derechos y no se está integrando un pensamiento más amplio en el que la
sociedad sea reformulada para todas. El feminismo ha cojeado siempre de
ese pie, pero ahora se ha convertido en un flagrante y enorme problema.
En mi opinión, deberíamos dirigirlo de nuevo hacia la anarquía y el
socialismo, y a pensar no solo lo que es bueno para las mujeres sino
para todo el mundo.
¿Cuál sería, según usted, la mayor reivindicación feminista actual que se está planteando desde el individualismo?
En Norteamérica hay enormes partes del
país donde resulta imposible abortar. Si lo necesitas, tienes que
conducir como mínimo cuatro horas y cuesta miles de dólares. Así que hay
una enorme parte de la población femenina que no tiene acceso a unos
cuidados reproductivos básicos. Y al feminismo en EEUU no le importa una
mierda el derecho al aborto.
Las feministas apoyan a candidatos
supuestamente pro-elección, pero estos políticos no están interesados en
mejorar la situación del acceso al aborto porque la mayoría vive en la
costa, donde hay acceso incluso a "abortos de lujo".
Para mí es el ejemplo más notorio de cómo
el feminismo deja tirado al 80% de las mujeres de mi país.
De que su
retórica está centrada por completo en ese pequeño segmento de mujeres
que han tenido una buena educación, que son pudientes y que viven en
áreas urbanas. Yo hablo mucho del derecho al aborto porque así fue cómo
me introduje en el feminismo, como consejera en un centro de
planificación familiar.
Hay un ejemplo elocuente sobre esto en la segunda temporada de El cuento de la criada, que muchas feministas están rechazando por ser demasiado explícita en las violencias sobre la mujer, incluyendo el aborto. ¿Es una postura propia del feminismo de clase alta?
Es un plomazo apabullante pensar en todo
lo que queda por hacer. Así que es más sencillo pensar solo en nuestros
propios problemas y en otras que sufren lo mismo que nosotras. Hay que
reformar muchas capas de nuestra sociedad para llegar a conseguir una
igualdad real. No es algo que se pueda cambiar con un plan a diez años
vista, es un trabajo de generaciones.
Pero el primer paso para solucionar cosas como las que se muestran en El cuento de la criada,
y que ocurren en la realidad, es ser capaz de mirarlas y que nos
provoquen una mala sensación. Si ni siquiera estamos dispuestas a tener
ese gesto, no sé a qué estamos contribuyendo al movimiento.
Es muy crítica con el feminismo mainstream, como el de Beyoncé o el de Lena Dunham. ¿No es complementario un feminismo light que llegue a más capas de la sociedad con uno académico que tenga menos alcance pero sea más crítico?
Uno de los argumentos que más escucho es
que Beyoncé o una camiseta son una buena forma de introducir a la gente
en el feminismo. "¿Qué hay de malo en eso?". Pero no creo que una
persona que se compra una camiseta de Todos debemos ser feministas vaya a estar más comprometida con los grandes debates del movimiento.
Es como cuando la gente decía que Harry Potter iba a ser el libro light con el que la sociedad se iba a aficionar a la literatura en condiciones, cuando en realidad Harry Potter
es una basura y no condujo a eso. Tampoco creo que una canción de
Beyoncé o la camiseta sean la droga de la violación, quizá sean inocuas.
Pero sí que creo que ahogan el verdadero mensaje del feminismo y
permiten que la gente inapropiada se lucre con ello.
Pasó lo mismo cuando se estrenó Wonder Woman,
las críticas perdieron la jodida cabeza por lo feminista que era esta
película. Una película sobre violencia y cuya protagonista estuvo
enrolada en las Fuerzas Armadas israelíes, donde se cometen crímenes de
guerra contra los palestinos. En fin.
Pero esta cultura del feminismo light
es tan monolítica que no acepta las críticas. Si te atreves a hacerlo,
te tacharán de traidora, de cascarrabias o de opositora a la hermandad,
como han hecho conmigo.
En
España, el feminismo se ha popularizado generando un movimiento social y
cultural nunca antes visto: ya sea con una reacción solidaria ante una
violación múltiple o en el Día de la Mujer. ¿No hay que aplaudir esto?
Se esgrimió mucho ese argumento durante
la Marcha de las mujeres después de las elecciones de Donald Trump en
Norteamérica. De acuerdo, fue bonito, pero todavía tenemos a Donald
Trump. Las marchas de las mujeres tampoco crearon una agenda coherente
ni muy alentadora.
También es cierto que hay más mujeres
postulándose para cargos públicos en las próximas elecciones que en toda
la historia americana. Y sería genial si esas mujeres tuvieran una
política feminista de verdad o al menos progresista. Porque muchas de
ellas son de centro-derecha, y apoyan cosas como la superpoblación de
las prisiones o las terribles políticas de inmigración de EEUU.
Entonces, ¿cuál es el resultado real? Soy
pragmática. ¿Cuál es el cambio social y la consecuencia final? Hasta
ahora, con todo el feminismo mainstream
que existe en mi país, no he visto que el mundo haya mejorado ni un
poquito. Me sigue pareciendo una espiral de codicia, egoísmo y un montón
de sandeces. Así que me atrevería a asegurar que el feminismo mainstream no ha conseguido absolutamente nada. No soy cínica, pero tampoco ingenua.
También
defiende que el feminismo ha de ser incómodo. Eso inevitablemente lleva
a que nos provoque contradicciones. ¿A cuáles se enfrenta a diario?
Casi te diría que a nivel romántico. Estoy trabajando en un proyecto que avanza algo lento con otra escritora llamado La heterosexualidad es una maldita pesadilla,
porque si existes en una sociedad patriarcal, como hacemos todos, y
quieres estar enamorada, ¿cómo estructuras la relación para que sea
políticamente coherente?
La simple división de la tarea doméstica
es política, el matrimonio es rabiosamente político, los asuntos del
sexo son política, los desequilibrios de poder, la seducción, la
dominación y el consentimiento. Las mujeres han sido educadas para no
mostrar sus deseos sexuales y los hombres para usar la dominación como
técnica de seducción.
Y es muy difícil pensar en estas cosas cuando lo
único que quieres que alguien te quite los pantalones por las noches o
cuando te enfrentas a un tsunami de sentimientos.
Con la muerte de Philip Roth,
ha vuelto esa contradicción entre el artista y su obra. Días antes, los
medios publicaban columnas sobre su misoginia, pero casi nadie se
atrevió a mencionarlo en los obituarios. ¿Prescribe la parte oscura de
un escritor cuando muere?
Philip Roth es un maldito problema, pero
también forma parte de toda una hornada de escritores norteamericanos de
posguerra. Encuentro interesante que, durante la segunda ola feminista y
mientras las mujeres reclamaban su derecho a ser tratadas como seres
humanos, en la literatura proliferaron los hombres que les decían: "no,
sois un trozo de carne". Roth, Norman Mailer y John Updike casi ganan el
Nobel de Literatura básicamente por argumentar que las mujeres no son
seres humanos, sino trozos de carne.
Lo que me gustaría es que su trabajo
fuese revalorizado, con una comprensión más complicada sobre quiénes
fueron y qué hicieron. Porque yo pienso que esos libros son basura. Los
describen como una íntima y compleja visión de la masculinidad, pero son
fanfarronerías en las que se jactan de tratar a las mujeres como si
fueran mierda.
No es heroico describir todas las formas en las que odias
a la mujer, y por supuesto no contribuye a eliminar la misoginia. Pero
no somos lo suficientemente perspicaces aún para verlo.
¿Apuesta,
entonces, por analizar la obra junto a su contexto antes que por otras
propuestas más radicales como el boicot o la censura?
Desde luego. Esta es una parte importante del debate feminista en EEUU, sobre todo desde el me too.
¿Qué hacemos con alguien que ha actuado de una forma inaceptable y
dónde nos situamos entre el castigo y la rehabilitación? ¿Cuál es la
respuesta proporcionada ante ciertos comportamientos? Es raro ver cómo
las cosas se han ido de madre tan rápido.
Me viene a la cabeza el caso específico
de un escritor llamado Junot Díaz, que da clases en el MIT. Varias
mujeres le acusaron de conductas inaceptables, y seguro que en los
próximos días seguirán saliendo porque es un caso bastante
paradigmático. Sin embargo, el acto más grave del que ha sido acusado
por el momento es de forzar un beso. Ahora la gente quiere que el MIT le
despida y yo creo que es una respuesta desproporcionada, porque no es
que haya acosado a una de sus estudiantes.
Si actuamos de forma desproporcionada, si
la gente pierde su trabajo solo basándose en acusaciones públicas o si
son despedidos por actos menores, nos encaminamos a una senda de
venganza y represalias por la que no deberíamos. No creo que sea la
manera de crear una sociedad más justa.
Algunas de las acusaciones que he leído son demenciales. Como la mujer que acusó a Morgan Freeman de acoso
porque estaba embarazada y él le dijo que desearía estar ahí dentro. Es
raro, pero puede ser tomado de mil maneras distintas.
¿Por qué elegir
el victimismo? Es un tema delicado, pero si nuestra meta es la justicia,
necesitamos tener una conversación más amplia sobre qué hay que hacer
con estas acusaciones.
¿Cree entonces que hay quien está haciendo un uso oportunista del me too?
Ya se ha demostrado que hay gente que ha
hecho falsas acusaciones, y hay personas que se han enfrentado a
consecuencias reales por ellas y otras que no. Pero creo que estamos
creando una atmósfera de venganza. Vamos, si tienes un enemigo o quieres
el trabajo de otro, solo tienes que decir que te ha tocado de forma
inapropiada y lo tienes.
Es un camino muy, muy peligroso por el que ir. Tenemos una historia muy larga de mujeres
blancas denunciando a hombres negros por violaciones, que fueron
ejecutados, y que más tarde se demostró que eran falsas acusaciones.
Tenemos que alejarnos de esa senda demencial. Tenemos que ser justos y
perseguir una justicia real por encima de todo lo demás.
Se
define como pragmática, pero al mismo tiempo no esconde su gusto por el
tarot y otras artes prestidigitadoras. ¿Para qué le sirven a la hora de
analizar la realidad?
El tarot para mí tiene que ver con la
intuición. Si no tengo algo claro de manera consciente, el tarot es una
manera de descifrarlo desde el subconsciente. De la misma manera que
creo que los sueños y las coincidencias tienen un significado para mí,
la espiritualidad es una parte de las cosas, de la femineidad, de la
cultura, y de todos los aspectos del mundo que han sido degradados bajo
el patriarcado.
Ahora está muy de moda ser ateo, incluso
esos imbéciles, cabezas huecas, racistas y pedazos de mierda de la
derecha como Donald Trump. Así que, sí, estoy a favor de recuperar
aspectos de la femineidad que fueron degradados. Y la espiritualidad y
la intuición son definitivamente parte de ella." (Entrevista a Jessa Crispin, María Zas Marcos, eldiario.es, 04/06/18)
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