16/7/18

Se ha dicho muchas veces que los judíos no creen en Dios, pero sí que Dios eligió a los judíos. A los judíos se les enseña desde niños que pertenecen al pueblo elegido. El dato queda grabado inconscientemente en sus “almas” para todas sus vidas, aunque muchos acaben siendo absolutamente ateos

"Mientras en lo profundo del corazón palpite un alma judía […]”, así comienza la traducción oficial del himno nacional de Israel. 

En realidad, el original en hebreo dice “el alma de un judío” pero lo más probable es que el traductor diera en el clavo. La letra se refiere al alma judía.

¿Existe el alma judía? ¿Es diferente del alma de los demás? Y de ser así, ¿cuál es la diferencia?

Con toda franqueza, yo no sé lo que es el alma. Sin embargo, supongamos por un momento que existe una especie de psique común, un espíritu general que engloba a todos las personas que forman determinado colectivo, cada una de las cuales posee además un alma individual. ¿Qué diferencia a esa “alma” del “alma” de otros pueblos?

Un extranjero que observara el Israel actual se quedaría estupefacto. Para empezar, más del 20% de los israelíes de hoy ni siquiera son judíos. Pertenecen al pueblo palestino, que tiene supuestamente un “alma” distinta. Normalmente cuando la gente habla de los israelíes se refiere a los israelíes judíos.

Este hecho, por cierto, debería haber convencido hace mucho tiempo a los israelíes de cambiar el himno nacional y otros símbolos del estado para dotar a dicha minoría de un sentimiento de pertenencia. Los canadienses lo hicieron. 

Cuando se dieron cuenta de que podía suceder que los ciudadanos de ascendencia francesa se separaran y fundaran una nación propia, cambiaron la bandera y el himno para dar a la minoría francesa un sentido de pertenencia. Visto desde lejos, yo diría que la operación tuvo éxito. La verdad es que hay pocas posibilidades de que suceda lo mismo en Israel.

Incluso cuando hablamos exclusivamente de los israelíes judíos, nuestra psique nacional, es decir nuestra “alma”, resulta más bien desconcertante. Contiene elementos mutuamente excluyentes y contradicciones profundamente asentadas.

Por un lado, la mayoría de los israelíes judíos están enormemente orgullosos del poder del estado que han “construido de la nada”. Hace 150 años apenas había judíos en Palestina y los que había no tenían ningún poder. Hoy en día, Israel es el país más poderoso de la región, una potencia nuclear que destaca en muchos campos del saber humano, ya sea en lo militar, lo tecnológico, lo económico, lo cultural etc.

No obstante, si escuchamos a ciertos israelíes podríamos llegar a la conclusión de que Israel puede desaparecer del mapa en cualquier momento. El mundo está lleno de gente cuyo único objetivo es destruirnos. Por lo tanto, no nos queda más remedio que estar siempre listos para defender nuestra misma existencia en cualquier momento.

¿Cómo pueden convivir estas dos actitudes contradictorias? Sin problemas. Se combinan perfectamente.

Para empezar está la antigua creencia de que somos el pueblo elegido de Dios.
¿Por qué nos eligió Dios?

Dios sabrá. No tiene que andar dando explicaciones.
El asunto es complicado. Primero, los judíos inventaron a Dios. En realidad, los egipcios y los mesopotámicos también se disputan la autoría del invento, pero todo el mundo sabe que fueron los judíos.

Se ha dicho muchas veces que los judíos no creen en Dios, pero sí que Dios eligió a los judíos.

A los judíos se les enseña desde niños que pertenecen al pueblo elegido. El dato queda grabado inconscientemente en sus “almas” para todas sus vidas, aunque muchos acaben siendo absolutamente ateos. Es cierto que son muchos los pueblos que se creen mejor que los demás. Sin embargo, no tienen una Biblia para demostrarlo.

Estoy seguro de que muchos judíos ni siquiera son conscientes de que lo creen o por qué lo creen. El alma judía lo sabe, así de sencillo. Somos especiales.
El idioma refleja este extremo. Por un lado, están los judíos y después otros. La palabra hebrea para los no judíos es goyim.

 En hebreo antiguo el vocablo significa solamente pueblos, e incluía al antiguo pueblo israelita. Sin embargo, con el transcurrir de los siglos se le ha dado una nueva definición: por un lado, los judíos y por otro los otros, los gentiles, los goyim.

Según la leyenda, los judíos eran un pueblo como otro cualquiera que vivía en su tierra, la Tierra de Israel, cuando de pronto los malvados romanos los conquistaron y los dispersaron por el mundo.

 En realidad, la religión hebrea tenía un carácter proselitista y se expandió rápidamente por los cuatro costados del Imperio. Los judíos de Palestina eran una minoría entre los adoradores de Jehová cuando los romanos expulsaron a muchos de ellos, pero ni mucho menos a todos, de la región.

Pronto entraron en competencia con el cristianismo, una rama del judaísmo que comenzaba a ganar adeptos con gran rapidez. El cristianismo estaba construido en torno a una gran historia humana, la historia de Jesús, y por lo tanto lo tenía más fácil que el judaísmo para hallar eco entre las masas de esclavos y proletarios del Imperio.

En el Nuevo Testamento, además, aparece la historia de la crucifixión, en la que destaca la inolvidable imagen de los judíos exigiendo el ajusticiamiento del buen Jesús.

Dudo mucho que cualquier persona que escuche esta historia en su infancia consiga que la escena desaparezca de su inconsciente. El resultado es cierto grado de antisemitismo, ya sea consciente o inconsciente.

Esta no ha sido la única razón del odio a los judíos. El mismo hecho de haber sido dispersados por el mundo supuso una enorme ventaja para ellos, pero también una tremenda maldición.

Un mercader judío de Hamburgo podía hacer negocios con uno de Salónica, que a su vez conectaba con uno tercero que vivía en El Cairo. Pocos cristianos han gozado nunca de semejante privilegio. Sin embargo, la competencia expuso a los judíos a innumerables pogromos. En todos los países europeos las comunidades judías fueron víctimas de ataques, asesinatos, violaciones, hasta que finalmente fueron expulsados.

Estas vicisitudes han originado dos actitudes diferentes en el interior del alma judía: la convicción de que los judíos son especiales y superiores y la convicción de que los judíos están eternamente bajo amenaza de persecución y exterminio.
Mientras tanto, brotaba una rama más del judaísmo, el islam, y conquistaba gran parte del mundo conocido.

 Carente de una historia como la de Jesús, el islam no era antijudío por definición. Mahoma tuvo sus diferencias con las tribus judías de Arabia, pero durante largos períodos las relaciones entre judíos y musulmanes fueron buenas. Maimónides, uno de los más importantes pensadores judíos, fue médico personal de Salah-ud-din (Saladino).
Y entonces surgió el sionismo.

Los judíos no evolucionaron. Mientras las naciones europeas variaban sus estructuras sociales y pasaban de tribus a reinos multitribales, imperios, naciones modernas, etc, los judíos siguieron aferrados a su diáspora étnico-religiosa. Esto los diferenciaba de la población general y constituye el origen de los pogromos y, a largo plazo, del Holocausto.

El sionismo fue un intento de convertir a los judíos en un estado nación moderno. Los primeros sionistas incurrieron en las más furibundas maldiciones de los rabinos ortodoxos, pero se negaron a participar en una guerra cultural interna. Para ello se inventaron la ficción de que en el judaísmo la religión y la nación son la misma cosa.

Theodor Herzl, el fundador del sionismo moderno, era un imperialista europeo de pies a cabeza. Trató de ganarse el apoyo de una potencia colonial europea; primero lo intentó con el káiser alemán y posteriormente con el Imperio Británico. “Es una gran idea, pero imposible de llevar a cabo con los judíos” dijo el káiser a sus ayudantes. Los británicos, por su parte, se dieron cuenta del potencial del proyecto y en 1917 vio la luz la Declaración Balfour.

La población árabe de Palestina se dio cuenta demasiado tarde de que peligraba su misma existencia. Cuando comenzó a resistir, el sionismo se hizo con un ejército moderno. Muy pronto llegaría a ser la máquina militar más eficaz y la única potencia nuclear de la región.

En ese punto nos encontramos en la actualidad. Israel es regionalmente la potencia militar dominante de Oriente Medio y globalmente es un niño llorón y eternamente victimista que se cree muy especial y está convencido de que existen fuerzas oscuras que planean su destrucción en cualquier momento mientras oprime a una población colonizada que carece de los derechos más básicos.

Cuando a alguien se le ocurre sugerir que en Europa el antisemitismo está en retroceso y que lo que está en alza es el odio al islam, los judíos reaccionan con furia. Necesitamos el antisemitismo para nuestro equilibrio mental. Y nadie nos lo va a robar.

Hace casi 80 años, pequeños grupos de jóvenes judíos palestinos tuvimos la idea de la separación entre las comunidades. Los judíos de Palestina seríamos una nación mientras que los del resto del mundo seguirían siendo simplemente judíos. Algo así como la diferencia entre los estadounidenses y los australianos, dos naciones mayoritariamente de origen británico que ya no pertenecen políticamente al Reino Unido.

Entonces nos dio por lo “nativo”. A los 18 años cambiamos nuestros nombres judíos por nombres hebreos. Así fue como apareció Uri Avnery. Empezamos a considerarnos una nueva nación, una nueva “alma”, conectada al judaísmo, sin duda, pero sobre todo históricamente.

Sin embargo, todas aquellas ideas murieron cuando los horrores del Holocausto salieron a la luz pública en toda su extensión. El pasado judío comenzó a glorificarse. Hoy en día Israel se denomina a sí mismo Estado Judío. Con todos los atributos del ser judío, alma dúplice incluida.

Por eso los israelíes seguirán cantando “mientras en lo profundo del corazón…” en los partidos de fútbol."              ( , M'sur, 24 jun 2018)

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