"(...) Os quiero. Sabed que os necesitaré. Decidme: ¿qué tal he estado? ¡Estoy
cabreado! ¡Juntos se puede! Ahora os toca. ¿Os gusta? Estoy trabajando
para vosotros. ¿Quién de vosotros me acompañará? Os las dedico [una foto
con unas flores]. A quien está solo, a quien no se rinde, a quien no
tiene tiempo que perder odiando o envidiando. A quien tiene un sueño.
¡Os quiero!
Son frases extraídas de los tuits de Matteo Salvini sobre las que luego dicen que actúa la Bestia, el sistema que controla sus redes sociales y analiza cuáles son los posts y los tuits que funcionan mejor
y cuáles son las personas que más han interactuado para modificar, en
función de esos datos, la estrategia política de propaganda.
El propio Salvini apunta
que este nuevo lenguaje, “directo, sencillo, concreto”, marca la
diferencia, junto con el empleo de las redes, con respecto a la vieja
política. Como se ve, se trata de oraciones simples, exclamaciones y
preguntas retóricas. Con un elemento en común, un empleo constante de la
primera y segunda persona del plural, y una línea roja: nada de
insultos ni de malos tonos. Que abunden las sonrisas.
Como mucho el
sarcasmo. “Matteo” –sus interlocutores se dirigen al viceprimer ministro
y ministro de Interior por su nombre de pila o con el cariñoso apodo de
El Capitán– habla siempre a un “vosotros” para formar un “nosotros”. Y
lo hace mediante un hilo directo, domingos incluidos, de incluso más de
10 tuits en un día. Así es cómo ha conseguido levantar su “Comunidad”.
(La llama tal cual, con mayúsculas). (...)
¿Y quiénes forman parte de ese vosotros al que se dirige Salvini? ¿A
quién pretende persuadir integrándolo en su Comunidad? Parece plausible,
a juzgar por esa ininterrumpida interpelación lingüística, que se
dirige a personas que se sienten solas. Según datos
recientes de Eurostat, un 13,2% de los italianos mayores de 16 años no
cuenta con una persona a la que pedir ayuda.
Se trata del porcentaje más
alto de Europa, cuya media rondaría el 6%. El 11,9% de los italianos no
tendría a nadie a quien contarle sus problemas personales (en Francia
el dato se dispara hasta el 17,7%). En pocas palabras, uno de cada ocho
italianos se siente solo. La soledad constituye ya un problema de salud
pública de tal magnitud que la primera ministra británica, Theresa May, ha anunciado
la creación de un ministerio específico.
Bien mirado, es un enorme
caladero de votos, donde, con buenas redes, se puede ganar muchísimo
apoyo. Piénsese, por otro lado, que, incluso en el caso en que uno no se
sienta excluido, al usar Internet todos nos aislamos. En el 48º Informe
Censis, se afirma que la mitad de los usuarios de la Red pasa en ella, o
sea, “solos”, más de 5 horas al día. Otro enorme caladero de cuerpos
solitarios.
Si algo es flexible y mutante en la sociedad de consumo, donde todo
cambia aún más rápido que el deseo, es la identidad. Un país en crisis
con 5 millones de parados, 2,5 millones de trabajadores pobres, y 18
millones de personas (30% de la población residente) en riesgo de
pobreza o exclusión social es –siguiendo a Bauman– una mina vagante de
consumidores frustrados y exiliados interiores con un común abismo
identitario.
Es en ese vacío que tanto se parece a aquel otro del
fascismo, el “que se había abierto en las almas, en la depresión de las
voluntades”, donde sobreviene el eslogan “Primero los italianos” o la
sentencia “El Estado somos nosotros” del vicepresidente del Gobierno
Luigi di Maio (Movimiento 5 Estrellas). Es ahí donde crece este nuevo
“nosotros” que tan profundamente ha dividido al pueblo italiano.
Entre los seguidores de Salvini hay de todo: veteranos militantes de
la Liga Norte, fanáticos seguidores del Capitán, pequeños empresarios,
autónomos, y también, como dijo
el viejo líder de la Liga Umberto Bossi a propósito de la copiosa
asistencia de habitantes del sur a la mítica reunión en Pontida, “un
montón de gente interesada en que la mantengan”.
Sin embargo, más allá
de la fidelidad, la fe en el audaz Matteo o el interés material, al
ofrecer una identidad sólida, muchos ciudadanos de todas las clases
sociales han hallado, finalmente, la identidad. Ya son algo, ya
son alguien, son Italia.
“Nada le cuesta más al hombre medio que
soportar el sentimiento de no poder identificarse con un gran grupo”,
decía Erich Fromm, que añadía: “El miedo del aislamiento y la relativa
debilidad de los principios morales pueden ayudar a cualquier partido,
una vez que haya conquistado el poder del Estado a asegurarse la lealtad
de una gran parte de la población”.
Renacida, pues, la identidad perdida en las almas, todo aquel que se
oponga de alguna manera a la línea política que marque el Gobierno, ya
sea una potencia extranjera, una ONG, un intelectual, un famoso
futbolista o un cura rojo, se vuelve así enemigo de la patria, y por
tanto, podrá ser tildado con sorna de “envidioso”, “buenista”, “radical
chic” o “siniestro”; podrá ser amenazado o querellado, o en el peor de
los casos, el de los emigrantes, será el “invasor” culpable del paro,
los salarios bajos, la pérdida de valores: el enemigo común de la
identidad nacional.
Hoy poco importan los hechos, las mentiras. Según Davide Casaleggio, ideólogo del M5E, “lo que cuenta es la percepción
[la cursiva es mía] que tienen los ciudadanos que se confrontan con la
inmigración a diario en las ciudades, los pueblos y el territorio”. (...)" (Gorka Larrabeiti, CTXT, 24/05/18)
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